Si al Gabinete Zavala no se le otorgaba el voto de confianza, debía renunciar. Un nuevo gabinete debía presentarse ante el Congreso y, si no se le otorgaba, el presidente tenía la potestad constitucional de disolver el Congreso y convocar a elecciones parlamentarias.
En nuestra historia nunca hubo necesidad de disolver el Congreso, pues este no negó el voto de confianza a dos gabinetes para que esto ocurriera. Pero en ningún gobierno presidencialista, se tiene tantas figuras y mecanismos del parlamentarismo: primer ministro, gabinete ministerial, voto de confianza, censura ministerial, disolución del Congreso, entre otras.
Algunos lo han comparado con el tipo de gobierno francés o portugués, que constituyen en realidad semipresidencialismos. Sin embargo, no hay comparación. En nuestro caso, el primer ministro no es el jefe de Gobierno. Es una suerte de coordinador de ministros, de un gabinete ministerial cuya composición no le es exclusiva. Él y sus ministros son piezas fusibles ante una figura presidencial a la que protegen.
Pero en el Perú, las relaciones con el Parlamento se hacen complejas. Sobre todo cuando el gobierno carece de mayoría, solo o en coalición, en el Congreso y se establece una mayoría opositora.
La historia ha mostrado antecedentes negativos. En 1948, 1968 y 1992, sobrevinieron golpes de Estado debido, entre otros factores, al enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Parlamento.
El dilema es entonces si se modifica este tipo de diseño de gobierno, que puede terminar en bloqueos altamente perjudiciales, o si se prosigue con el diseño actual, que exigirá extrema responsabilidad de los políticos en el uso de los mecanismos de control parlamentarios. Hasta ahora, no nos ha ido bien (Peru21, domingo 21 de agosto del 2016).