César Acuña parece ser la figura política que destella en el último tramo del año. No es definitivamente un outsider. No lo es por que a diferencia de uno, César Acuña es un claro insider que participa en política desde hace 25 años, habiendo logrado ser elegido en cinco de las ocho oportunidades en las que participó, ya sea como congresista, alcalde de Trujillo o presidente regional de La Libertad, configurando una dilatada experiencia política.
Es la atractiva historia de un provinciano exitoso que viene de familia muy humilde, de Chota para más precisión, que logra surgir y triunfar en un contexto adverso. Pero a diferencia de Alejandro Toledo, la fortaleza de Acuña aparece asociada al éxito empresarial. Se trataría pues de un candidato que tiene recursos. No requiere y menos depende de otros. En el imaginario público puede ubicarse como una persona que no llegaría al poder para hacerse del dinero público, pues tiene “plata como cancha”. No buscaría trabajo, jugosamente remunerado, sino que ofrecería muchos.
Por lo demás, su negocio está en la educación, con su consorcio alrededor de la Universidad César Vallejo, con sedes en varias provincias del país y en Lima, en donde parte y reparte becas y beneficios sin parar, tal como lo ha señalado rigurosamente Rodrigo Barnechea, lo que puede ser atractivo para cientos de miles de familias que ven en la educación una posibilidad de progreso y que pasarían por alto las denuncias que pesan sobre él; creando una comunidad de apoyo constituida por egresados, empleados y profesores, incluidas las familias de todos ellos, que configuran su universidad vestida de partido.
A eso se agrega que ha generado adhesiones labradas en la imagen de un hombre que puede producir un cambio, pues si bien tiene varios años en la política, lo ha hecho fuera de Lima, acotado en el norte, lo que lo hace novedoso, en el resto del país.
Si bien está lejos aún de Keiko Fujimori y menos de la mitad de PPK, tiene la posibilidad abierta de crecer en lo que queda de la campaña electoral pues es solo conocido por el 60% de los electores y, junto a Pedro Pablo Kuczynski, produce el menor rechazo entre los candidatos con mayor intención de voto.
Pero César Acuña trae asimismo varios problemas. Su larga experiencia política, sobre todo en gestión, no se ha traducido en un candidato con solvencia, cuando no imprecisión, para abordar los múltiples temas de campaña, como lo pueden hacer los otros cuatro candidatos importantes, haciendo de su perfil poco claro y distinguible.
Si bien tiene un partido, como Alianza para el Progreso (APP), carece de cuadros y operadores políticos como los tiene el APRA y Fuerza Popular, que son importantes para una campaña sostenida. Lo que tiene es empleados y agradecidos beneficiados.
Carece igualmente del carisma de un Alan García, del histrionismo del Toledo de inicio de siglo o del radicalismo verbal del Ollanta Humala de hace una década. Algo que se enganche, en las fibras emocionales de los electores que hacen seguir a candidatos, muchas veces contra cualquier racionalismo.
Pero sobre todo, su problema es que, como candidato novedoso, ha crecido con mucha anticipación, como ocurrió con el Toledo del 95. Cinco meses antes de al elección, es tiempo suficiente para expurgar su vida y milagros. Ya están saliendo cosas y saldrán más. Si no tiene una adecuada estrategia para engancharse con un público más amplio (en Lima, que representa el tercio del país) y se estanca su crecimiento, difícilmente podrá tener un impulso mayor. Habría alzado la escalera a mucha distancia del muro, para el asalto al poder, para caer estrepitosamente (La República, 22 de noviembre del 2015)