Hace dos décadas vengo planteando la necesidad de que las elecciones parlamentarias deban realizarse en la misma fecha de la segunda vuelta de la elección presidencial. Esa idea la presenté en foros, escritos y en los últimos tiempos ha sido compartida por diversas personas e instituciones, por lo que quiero precisar algunos aspectos de la propuesta.
Nuestro país tiene un serio problema de fraccionamiento partidario sin freno, lo que impacta seriamente en la representación política y en la relación Ejecutivo-Legislativo, en el marco de un diseño institucional que lo alimenta.
El sistema de segunda vuelta se aplica en Francia para la elección del presidente de la República y de la Asamblea Nacional con dos claros propósitos: dotar de alta legitimidad al mandatario y reducir el número de partidos. Objetivo que se consigue gracias a que la elección parlamentaria es posterior a la elección presidencial.
En nuestro país, no se entendió la importancia de la mecánica francesa, por lo que solo se aplica la segunda vuelta a la elección presidencial y no a la parlamentaria. Así, el modelo se redujo en intentar dotar a la presidencia de un respaldo mayoritario, pero no se preocupó del fraccionamiento legislativo. Este ha crecido, por lo que los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala han carecido de mayorías parlamentarias. Esto ocurre por la combinación explosiva de la elección del Congreso de manera simultánea con la primera vuelta presidencial, con voto preferencial, en un país con multipartidismo.
Para contrarrestarla, tenemos varias opciones. Reemplazar la elección presidencial con segunda vuelta por el de mayoría relativa (como en México, Panamá o Paraguay), elegir al presidente en segunda vuelta, pero a través del Legislativo (Bolivia).
Sin embargo, la mejor alternativa, si se quiere mantener la segunda vuelta, es que las elecciones al Congreso se realicen de manera simultánea con la segunda vuelta presidencial y no con la primera vuelta.
Hoy el elector se enfrenta a elecciones simultáneas, presidencial y parlamentaria el mismo día, superponiéndose dos campañas que tienen propósitos distintos. Peor aun, cuando las parlamentarias tienen voto preferencial, el elector tiene al frente cientos de campañas. Solo en el 2011, se presentaron 11 candidatos presidenciales y 1.560 parlamentarios, en 12 listas. Ante este mercado persa en el que se ofrece de todo, el elector vota a ciegas, al desconocer el resultado de la elección presidencial, produciendo una dispersión de votos y fraccionamiento parlamentario.
En nuestra propuesta, el elector concentrará su atención solo en la elección presidencial. Si se realiza la segunda vuelta, el elector tendrá mayor información al conocer el resultado electoral de primera vuelta y podrá ejercitar un voto estratégico, incluso en el escenario que algún candidato gane en primera vuelta. Esta dinámica producirá una tendencia a concentrar los votos en las opciones que han logrado las mayores votaciones, alejándonos de la dispersión y el fraccionalismo. Diseño que por cierto exige la eliminación del voto preferencial, sobre todo en un país como el nuestro, con un sistema de partidos débil y fraccionado. Esta modificación no elimina de manera inmediata todos sus aspectos nocivos, pero desincentiva el fraccionamiento y elimina el voto ciego (El Comercio, 30 de octubre del 2015).
¿Quiénes participarían en la elección parlamentaria de segunda vuelta? ¿Todos los partidos o sólo los dos primeros de la primera vuelta?