Hace varias semanas el cardenal de Lima, monseñor Juan Luis Cipriani fue acusado de plagiar a Joseph Ratzinger. El siempre severo y gran acusador de la iglesia católica peruana, plagió en su columna de el diario El Comercio. Como se recordará hace un tiempo el escritor Alfredo Bryce dejó de escribir en el decano y el columnista Guillermo Giacosa en Perú21.pe. Pero monseñor Cipriani plagió en más de una oportunidad, tal como lo demostró el portal Utero.Pe.
1. No hay reconocimiento. Más tarde el conspicuo miembro del Opus Dei envió una carta a el diario El Comercio, donde señala que "Lamento que la brevedad del espacio me llevó a omitir las fuentes y reconozco este error". Explicación sin fundamento pues las comillas ocupan no más de dos caracteres, cuando se abre y se cierra una frase. Nada más. El Arzobispo de Lima señala, además, que ha "visto la reacción que ha suscitado en algunos blogs de redes sociales y siento la necesidad de responder a ellos".
Es decir, responde por las reacción en las redes sociales, no por que reconoce una falta. "Las tesis que expongo, en este artículo y en otros anteriores, son parte del patrimonio de las enseñanzas de la Iglesia Católica". Nadie ha cuestionado, en este caso, sus tesis, sino el no colocar la fuente, cuya práctica lleva el nombre inequívoco de plagio. Usando la postura que exigen en la iglesia, no existe ánimo de reconocimiento y pagar por la reiterada falta.
Finalmente, el Diario El Comercio (Perú) decidió retirar columnas plagiadas del cardenal Juan Luis Cipriani de su página web, aclarando que no publicará más colaboraciones del Arzobispo de Lima. Decisión clara y firme. El cardenal Juan Luis Cipriani justifica su plagio, respondiendo al decano señalando que todo este escándalo “debe de tratarse de manera deportiva”. El problema es que trató de confundir a quienes no habían leído sus columnas, pues se trataba de la copia de párrafos enteros de textos de terceros haciéndolos pasar como propios. Eso es considerado como plagio y, en el Perú, incluso penalizado. Eso no se "conversa", salida que monseñor pretendía con el decano. Lo esperable, aun cuando por lo general los plageros no lo hacen, era reconocer la falta y aceptar la sanción. Aquí no ocurre nada de eso.
2. Penosa defensa. Lamentablemente, sus defensores no escatimaron esfuerzos para pasar por alto el plagio que fueron desde quienes negaron que así se tipifique la copia, como cuando Javier Valle Riestra señala que "Las frases que se le incriminan como plagiario carecen de enjundia intelectual o de estética literaria, que podrían invitar a copiarlas, repitiéndolas como propias. Son lugares comunes".
Otros, a través de un comunicado a toda página en el diario El Comercio, expresan su solidaridad con Juan Luis Cipriani "quien viene siendo objeto de una innoble campaña que pretende silenciar su valiente voz". No dice absolutamente nada de los múltiples y probados plagios realizados por el cardenal y que motivó que el decano se viera en la obligación de prescindir de sus colaboraciones. Lamentable encontrar nombres de respetadas personas, algunos profesores, que confunden su fe, con una defensa ciega a un miembro de la iglesia. ¿Qué le pueden decir a sus alumnos si estos plagian? Por lo demás, la valentía, es un acto excepcional llevado en situaciones adversas, contra quienes tienen poder. El cardenal, por el contrario, siempre estuvo protegido por todos los poderes fácticos del país.
No faltaron por cierto, columnistas, como Aldo Mariátegui quien señaló que el cardenal “es un tipazo: es virilmente frontal (…) Cipriani, guste o no, es todo un potente príncipe de la Iglesia”, para minimizar la falta al afirmar que "Erró sí con las comillas, pero es de muy mala leche considerar esa metida de pata como un plagio por provecho propio o malicia, más aún si tal es el mensaje clerical acordado desde el papado”.
Esta es la triste historia de un plagiador y sus desalmados críticos.