La fe ciega sobre el crecimiento de la economía peruana ha sido enorme. No se acepta que ya se terminó el mayor ciclo de crecimiento (2003-2013) que se recuerda desde hace tres cuartos de siglo. Se pasó de una larga mirada negativa sobre el futuro, a una instalada confianza sobre nuestra economía, que percibe que el estancamiento último es algo pasajero, producto tan solo de las acciones del gobierno y su efecto en la confianza empresarial. Circunstancias que, ciertamente, se pueden revertir.
Contra esa idea, Carlos Ganoza y Andrea Stiglich, a través de su libro “El Perú está calato”, señalan que esta visión defendida ciegamente no mira más allá del equilibrio macroeconómico y el ruido político. La fortaleza macroeconómica es importante pero insuficiente, pues crecimiento económico no es igual a desarrollo económico. Para los autores el estancamiento de la economía peruana responde a un conjunto de problemas económicos e institucionales que fueron ocultados en los años de crecimiento. Se ha caído pues en la trampa del falso milagro, que se funda en varias trampas.
La primera, basada en la creencia de que el nuestro es un crecimiento milagroso. Pero para que este sea milagroso, debe estar sentado en bases sólidas de desarrollo económico. El nuestro se basó en beneficiosos factores concurrentes: precios altos de las materias primas, tasas bajas de interés internacionales y alto crecimiento de los países desarrollados, en medio del ingreso de China a la economía mundial.
La segunda trampa es la fábrica sin milagros. Las empresas se beneficiaron del incremento de la demanda, pero la productividad fue baja en toda la década del boom.
La tercera trampa es la informalidad. Aquella que hizo del informal el agente del cambio. Pese a bajar los costos de la formalización, la informalidad se ha mantenido casi igual, pues esta tiene que ver más con la baja productividad. Es más, si bien ha crecido una clase media, un importante porcentaje es informal, muy descontento con el sistema de la última década, bolsón electoralmente vulnerable del populismo de derecha o izquierda.
La cuarta trampa es los partidos políticos. Ninguna democracia se ha desarrollado sin partidos. Pero en nuestro país, la idea de que todos los políticos son corruptos ha llevado a pensar que es posible prescindir de ellos. Pero lo que ha crecido e instalado es la “bandidocracia”, grupos que ingresan a la política con un propósito comercial y un claro sentimiento antiinstitucional. Sin partidos fortalecidos, no es posible impulsar reformas económicas e institucionales.
La quinta trampa es la del Estado inseguro. No es solo un problema de la incapacidad de los políticos como se cree, sino la falta de capacidad estatal para controlar la violencia y el crimen. La descentralización, en un contexto institucional débil (Ministerio Público, Poder Judicial y Policía Nacional), ha llevado a desnudar la incapacidad del Estado para controlar la inseguridad, retrocediendo ante el mundo ilegal.
Sexta trampa, las debilidades del Estado, sobre todo del Congreso y el Poder Judicial. El deterioro de su imagen es tan grande que un político hábil y populista –y Humala no lo fue, como se creía– puede convencer a los votantes de la necesidad urgente de intervenirlos, como ha ocurrido en varios países de la región.
Los autores señalan que para vestir al Perú se requiere una mirada integral que permita reformas en el ámbito de los partidos políticos, en la representación, en la calidad de los jueces y fiscales, así como dotar de transparencia en las instituciones judiciales. Es decir, pensar el país no solo desde su tronco macroeconómico, sino también desde su configuración institucional. Este es el aporte del libro (La República, 14 de junio del 2015).