El tema con el ministro Urresti es de forma y fondo. No está acostumbrado a un diálogo en la esfera civil. Su tono (cacachiento, burlón), su frases (criolladas) y sus actos son, lamentablemente, propios de un militar en un cuartel. Allí el soldado escucha, se somete, respeta y obedece, así lo humillen. Eso, muchas veces asociado al compadrazgo que le puede grangear simpatías de sus subordinados. Nunca se ha visto a un ministro (inclusive de Defensa o el Interior) atacar, agredir, burlarse de políticos y periodistas.
El "yo contesto porque me atacan igual" es propio de la calle. Y en la calle está un grueso sector de la opinión pública que se identifica con este ministro, suerte de Armando Artola y Edwin Donayre, que muestra a la claras el bajo nivel de la cultura política. Pero también es el deterioro de sus líderes. Escuchar muchas veces al presidente Ollanta Humala, al ex presidente Alan García, los twits del juez supremo Villa Stein, de congresistas como Héctor Becerril, no hacen sino pensar que Urresti es solo un escalón más. Un funcionario público, por elección o por designación, debe rendir cuentas por su mandato y porque sus ingresos los pagamos todos. Sus arrebatos y agresividad se las debe de guardar en el ámbito de su vida privada. Es decir, en su casa.