Que decidan por uno quién es nuestro representante o nuestra autoridad, no debe ser nada agradable. Pero eso es algo que se debe conocer y tomar las medidas adecuadas.
Esto ocurre porque un porcentaje importante de los electores votan en lugares en donde no residen. Es decir, no eligen a sus representantes, sino a los que corresponden a otros electores, vulnerando así la voluntad popular expresada en las urnas.
Hay dos maneras en que esta dinámica se ha instalado en nuestro país. La primera es quizá la más conocida y publicitada, el llamado elector golondrino. Es decir, ese elector que, promovido por un candidato, partido o grupo de interés realiza un cambio ficticio de su residencia, con el propósito de alterar el resultado de una elección, a cambio de una contrapartida de un bien o servicio. Esto ocurre con más frecuencia en circunscripciones de pocos electores. Para tener una idea de la magnitud, con menos de quince mil electores hay más de treinta provincias y cientos de distritos, la mayoría de ellos en zonas rurales. Movilizar al elector golondrino de lugares cercanos, pagando para que cambie de domicilio ficticio, no ha sido una tarea tan complicada. El objetivo es el control del municipio –el gobierno regional es más dificultoso por esta vía–, sobre todo porque se trata de una institución que ha multiplicado en varias veces su presupuesto. Ciertamente esta dinámica, que es delictiva y es sancionada por la ley, requiere de una organización y de recursos. En un escenario subnacional como este, en donde casi no hay partidos políticos, quienes tienen recursos económicos y usan medios ilícitos tienen un recurso adicional para intentar modificar la voluntad popular.
La segunda manera es la menos visible, por no tratarse de un acto voluntario y con un fin ilícito, pero quizá es la de mayor impacto. Es todo aquel elector, que le podríamos llamar elector perezoso, que habiendo cambiado de lugar de residencia no hace lo propio en su documento de identidad y, en consecuencia, tampoco vota en el lugar donde reside. Él muchas veces justifica su conducta por falta de tiempo, dinero o desconocimiento. El elector perezoso también está en falta, aun cuando la razón sea desidia, indiferencia o irresponsabilidad. En otros casos, sobre todo cuando se trata de traslado a provincias distantes, se argumenta que se aprovecha la oportunidad para visitar a la familia. No actualiza sus datos en el registro, pues estiman que es una manera de mantener un vínculo con la tierra y su núcleo familiar. A diferencia del caso anterior, este tipo de elector se encuentra en todo el país y en Lima, en proporciones significativas.
Si bien estas dos dinámicas, voluntaria o involuntaria, son de distinto sentido, lo cierto es que confluyen en un mismo resultado. La alteración del resultado de la elección. Eligen en donde no deben hacerlo y dejan de elegir donde les corresponde.
Cambiar de residencia de manera ficticia, como lo hace el elector golondrino, es un delito electoral. Antes del cierre del padrón de este año, el RENIEC y el JNE están desarrollando planes para ubicar y sancionar esta dinámica delictiva.
No actualizar los datos en el registro es una falta, un engaño, de parte del elector perezoso, pues en el registro no consta la verdadera información de su domicilio. Pero este elector perezoso debe saber también que el día de la elección, al movilizarse, en transporte público o privado, a un lugar distante de su lugar de residencia, provoca desorden y alteración pública. Y, en no pocos casos, sale elegido miembro de mesa, responsabilidad que puede no cumplir por la distancia de su domicilio.
Si se combate al elector golondrino y al elector perezoso, tendremos un registro de identidad y un padrón electoral saneado, es decir, que cada uno esté ubicado de manera cierta donde vota. Permitirá además desarrollar eficientemente el proyecto de los organismos electorales de distribuir a los electores en locales lo más cerca posible al lugar de residencia. Votar resultará así más sencillo, menos costoso, organizado y, sobre todo, no se permitirá que otro decida por ti (La República, 10 de abril del 2013).
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