Pensar en una mejor representación sin modificar el Congreso, es tan iluso como creer que solo modificando el Congreso se mejorará la representación. La discusión para incorporar al Senado a nuestro diseño institucional ha estado tan empobrecida como el conocimiento que se tiene sobre sus funciones y alcances. Porque si bien los políticos deben estar atentos a la opinión pública, que para el caso se muestra contraria al Senado, no pueden subordinarse a ella a costa de seguir perjudicándose como representación.
Ciertamente la creación del Senado parte de serias resistencias que bien podrían superarse si la propuesta de la Comisión de Constitución no estuviera mal diseñada, con artículos innecesarios (senadores vitalicios) y con una oposición populista y demagógica. Por ello me quiero ocupar de las dos más difundidas críticas a la creación del Senado. El incremento del presupuesto del Congreso y el número de congresistas.
Si las cosas se manejan como están, efectivamente es posible que el presupuesto del Congreso se incremente con la creación del Senado. Un Congreso requiere presupuesto y buena gestión. Si con la Constitución del 93 el número de congresistas se redujo exactamente a la mitad, el presupuesto no solo no se redujo, sino que se incrementó sustantivamente. Ahora existe una mala gestión, acompañada de injerencia política de mesas directivas que se cambian cada año, formando parte de un sinnúmero de partidos. Pocos países tienen un diseño tan perverso como este. En otras palabras, un Senado debe estar acompañado de una reforma de la gestión del Parlamento.
En relación al número de congresistas. Lo que hoy tenemos es un Congreso unicameral de 130 miembros. Se señala que el número es suficiente y en una sola cámara. En realidad, los Congresos son unicamerales en países pequeños (los de Centroamérica, Bhutan, Namibia, etc.), los países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia), las llamadas democracias populares o socialistas (China, Cuba, Vietnam, Camboya), ex socialistas (Georgia, Hungría, Lituania, Albania). En América Latina, en gobiernos autoritarios (Venezuela con Chávez y Perú, con Fujimori) o pequeños, como los de América Central.
En concreto, quienes se oponen al Senado consideran que 130 (hasta hace poco 120) parlamentarios son (más que) suficientes para representar. Ciertamente no hay argumento y base empírica para tal sustento. Pierden de vista el aspecto central de la democracia representativa, cual es que el número de representantes está en función del tamaño de la población. Cada parlamentario representa más o menos un número de electores. Pero no hay una ecuación o fórmula para este número porque los parlamentos son construcciones históricas, como veremos más adelante.
Pero el lector podrá relacionar fácilmente, sin saber nada de los Parlamentos, que el chino es de mayor tamaño que el japonés, que el alemán es más grande que el belga o que el estadounidense es mayor que el venezolano y que este que el paraguayo. Lo que está relacionando es población con número de representantes.
Pero de la misma manera debería ocurrir, si se compara el peruano con el ecuatoriano, chileno, boliviano, guatemalteco o dominicano. Sin embargo, no es de mayor número que ninguno de ellos. Con las justas superamos en número a los uruguayos (Parlamento de 129), hondureños (128) o paraguayos (125).
Hasta 1992, año del autogolpe, el Perú tenía un Congreso de 240 que era el quinto de América Latina, superado por Brasil, México, Argentina y Colombia, que tienen mayor población electoral. Pero somos en población general –y electoral en particular– superior en número al resto de trece países, sin tener un Parlamento de mayor número.
Los Parlamentos crecen cada cierto tiempo en la medida en que sus poblaciones lo hacen, de lo contrario se convierten en sub representativos, como el actual. Nuestros Parlamentos tuvieron ese recorrido, desde 1822 en que tenía 85 parlamentarios, hasta 1992 con un total de 240. Si los parlamentarios representaban a inicios de los noventa un congresista por cada 41.722 electores o, si quieren, un diputado por cada 55.629 electores, en la actualidad un congresista representa a 153.461 electores. Por donde se lo mire, un Congreso de 130 parlamentarios no tiene relación con una población de cerca de 30 millones y un electorado de 20 millones.
Pese a lo anterior, quienes sostienen que no importa la cantidad sino la calidad deberían considerar que ambas cosas importan. Muy buenos parlamentarios no harían un buen trabajo si su número no es suficiente. Pero, las reformas institucionales no podrán ponerse en práctica si no existe una voluntad política que entienda que el actual inmovilismo sobre el tema es la parálisis del futuro (La República, 6 de noviembre del 2013).
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