Desde hace ya un tiempo muchos políticos señalan que no existe más izquierda y derecha. El mismo presidente de la República, Ollanta Humala, se cuidó siempre de autodenominarse de izquierda y más bien utilizó el impreciso término de nacionalista.
Sin embargo, no existe una mejor manera de ordenar el espectro político que no sea bajo estas afinidades para orientarse políticamente. Izquierda y derecha han estado de alguna manera definidas por las asociaciones y representaciones con ciertos temas y sectores sociales. No es, ni mucho menos se debe reducir a, un tema de ideologías.
En nuestro país, en donde la política ha sido más el espacio del conflicto y menos del acuerdo, izquierda y derecha han tenido una difícil convivencia.
El tema entonces no es la existencia de derecha e izquierda, sino la forma cómo conviven. De esta manera, en democracia, la pluralidad no es solo importante, sino fundamental. Esta pluralidad exige espacios de acuerdo. En nuestro caso, han tenido mayor relevancia los sectores de izquierda y derecha justamente que asumen la política como conflicto y menos como acuerdo. Es más, luchan continuamente por desaparecer al otro. Pero sin derecha no existe izquierda y viceversa. En pocas palabras la democracia necesita de izquierda y derecha, porque necesita de la pluralidad.
Nuestro país necesita de una izquierda que canalice adecuadamente la representación de un número importante de peruanos que demandan igualdad y el ejercicio real y efectivo de sus derechos. Necesita de una izquierda que cuando asuma la tarea de gobernar, lo haga con principios pero también con eficiencia. Una izquierda que no vea a la derecha solo como neoliberal o cavernaria. Una izquierda que sepa convivir con la derecha y no espere desaparecerla. Una izquierda que no considere que su pensamiento es el único posible y que no tenga culpa al condenar regímenes como los de los hermanos Castro o Hugo Chávez. Se necesita una izquierda que se desprenda de su tradición cainita de separarse cada vez que se instala el conflicto en sus filas. Una izquierda que se desprenda de ese ya tradicional conflicto personalista de la generación de los setenta. Una izquierda que deje de ubicar todos los males en el modelo económico y en la propiedad. Una izquierda que entienda que al lado de la igualdad se necesita también la libertad.
Pero nuestro país también necesita de una derecha menos conservadora y bruta como la ha llamado acertadamente Juan Carlos Tafur. Una derecha que se reconcilie con su lado liberal y menos con su cara conservadora. Una derecha que no vea al otro lado de la ribera, solamente rojos y caviares, con un lenguaje e irritación propios de la década del cincuenta y de la guerra fría. Una derecha que no aspire a desaparecer a la izquierda, para sentirse tranquila. Una derecha que entienda que hace tiempo Lima no es el Perú y que somos un país que merece ser mirado sin desprecio y no por encima del hombro. Una derecha que no se sienta seducida a cada paso por un gobernante autoritario o dictador mesiánico. Una derecha que entienda que al lado de la libertad hay que pensar en la igualdad y que al lado del mercado, se necesita un Estado. Una derecha que entienda que los conflictos no nacen por obra de agitadores y que nuestro país necesita el esfuerzo de ser entendido en su complejidad y no el facilismo de un grupo de medios mercantiles, lleno de propagandistas hijos del peor Eudocio Ravines.
La democracia peruana necesita de una izquierda y derecha y éstas necesitan comprometerse con la democracia y articularse como un necesario complemento (La República, 29 de diciembre del 2012).