Que Luis Favre sea argentino, brasileño, francés o tenga las tres nacionalidades a la vez no debe ser un problema. Ha habido asesores presidenciales extranjeros, como el también argentino Daniel Carbonetto en el primer gobierno de García, o el chileno Esteban Silva en el caso del presidente Toledo. Todos provenientes de las diversas corrientes de la izquierda latinoamericana. El tema no es la nacionalidad, sino veamos al peruanísimo y perverso asesor de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos.
Para otros el tema es quién y cuánto se le paga. Es cierto que en este punto debe existir claridad y transparencia.
Pero si el presupuesto es de la oficina de la Presidencia, del primer ministro u otra cercana, no le hace al problema que parece plantear la renuncia de Carlos Tapia. Este sería el aprovechamiento de la cercanía al presidente Humala, para beneficiar a empresas –sobre todo brasileñas– que invierten en el sector energía. Es decir, se plantearía una suerte de pugna entre los que asesoran al presidente Humala desde un punto de vista principista y otro desde las canteras mercantilistas.
Tapia ha denunciado, además, el cerco que se ha creado alrededor del presidente y que no le permite tomar las medidas adecuadas, como el caso de Conga. Esta visión no es nueva. Se asume que los asesores tienen un gran poder y cual proyectos de Fouché, aquel permanente conspirador francés, tienen tal influencia que sus asesorados –en este caso el presidente Humala– se convierten en fáciles prisioneros. Se estaría así delante de las dos caras del poder: la amable y la perversa o la ingenua y la astuta. Esta visión es también la que hasta ahora manejan algunos, en la relación estrecha entre Fujimori y Montesinos.
Parece ser, sin embargo, una visión reduccionista de las relaciones en el poder. Sobre todo aquella que siempre supone que los actos políticos son extremadamente racionales y conspirativos. Parece que el esquema ha sido pocos funcionarios de izquierda en la toma de decisiones, pero muchos asesores que hagan contrapeso. Luis Favre ingresó a ese círculo concéntrico más reducido, al lado del presidente Humala. Según indican se lo ganó por derecho propio en la campaña electoral, en donde se creó la fama de exitoso experto en campañas electorales y que, como estratega, es requerido en el momento en que el gobierno sufre un problema de déficit comunicativo.
Todo parece indicar que Favre no tiene tanto poder y Humala no es tan ingenuo. No hay asesor que quiera que sus opiniones no sean escuchadas. Es más, pugnará para que eso suceda. El tema de Luis Favre es que su nivel de incidencia ha sido acompañado también con un alto nivel de visibilidad, cuando lo propio es que sus actos tengan el perfil bajo que el puesto reclama. Parece que la seducción de los reflectores es algo que le atrae y que le está pasando factura.
Esta pugna en las alturas muestra otros matices, como el relativo a un gobierno sin partido. Un gobierno que asume las riendas del poder y carece de un partido que sea la fuente de los cuadros que acompañen al presidente en la aplicación de sus políticas, tiene que echar mano de las redes que haya podido articular antes.
Si no las tiene, seguro que se acerca a sus más próximas, en donde familia y amigos hacen uso a su vez de sus propias redes que, en muchos casos, poco se relacionan entre sí. Aquí adquieren un papel especial y de mayor relevancia los asesores políticos, que hoy nutren los círculos de poder. Es por eso que se observa de manera frecuente desorden, poca coherencia e incomunicación entre los diversos sectores del gobierno, por lo que algunas pugnas se hacen irreconciliables. Observar cuidadosamente y tomar decisiones en medio de este laberinto hará de Humala un presidente exitoso o no, pero responsable al fin de cuentas de sus propios actos, con independencia de Favre así este baile samba o tango (La República, 1 de diciembre del 2011).
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