Difícilmente se puede encontrar un año como el 2006, en que se jugaba tanto, aún cuando no sólo en Perú. A través de elecciones se competía por el poder desde el más alto cargo hasta el más pequeño municipio, coincidiendo, como pocas veces lo nacional con lo local de manera tan dramática.
Terminaba, por cierto, el primer gobierno post fujimorista con un sinsabor a retroceso en el tema de la lucha contra la corrupción y que se ha acentuado en el primer semestre del gobierno de García. El autoritario ex presidente peruano, si bien no ha logrado vencer en el proceso de extradición solicitado por el estado peruano a la justicia chilena, sí ha conseguido que su agrupación política logre tener una bancada lo suficientemente numerosa y consistente como para seducir a la bancada aprista que carece de mayoría en el Congreso, estableciendo sino una coalición estable, niveles de coincidencia que solo la vergüenza política impide que se exponga públicamente. El cambio de gobierno al celebrarse el 28 de julio, separa en dos semestres el fin y el inicio de gobiernos. El último tramo de Toledo contó con el apoyo de un respaldo ciudadano que creció sorpresivamente, pero en parte explicado por una concentración de la atención en otros personajes, como eran los candidatos a la presidencia de la república. Por que a la estabilidad y crecimiento económico se le sumó el respeto a las instituciones por parte del líder de Perú Posible, contrastó su desempeño personal y el de su entorno. Alejandro Toledo fue un presidente que tuvo su fortaleza en ser el depositario simbólico de las esperanzas de las fuerzas democráticas que lucharon contra Fujimori. Su liderazgo fue mermado por su constante trasgresión de normas mínimas de decoro de un gobernante, en la que contribuyó su señora esposa y parte de su entorno familiar, amical y partidario. Gobernar un país con niveles de aprobación presidencial tan bajos como los mostrados por Toledo, no hicieron sino observar que los partidos políticos estaban comprometidos no con un gobierno, sino con un régimen político, que es lo que finalmente lo mantuvo en el poder. Su salida lo hace con un puñado de fieles que están lejos de constituir un partido, pues Perú Posible –que solo cuenta con 2 de 120 congresistas- parece ser más la ya repetida historia de aluvionales votaciones que consistentes propuestas políticas.
Alan García ganó una elección con la astucia que le produce la experiencia y el respaldo de un partido, para algunos, el único del país. No es el mismo que hace dos décadas, que duda cabe, pero por momentos parece desearlo tanto. García asciende al poder y recibe un amplio apoyo que le permite ejercer liderazgo más allá de su partido, organizando un Gabinete plural, pero ubicado del centro a la derecha. García, a diferencia de Toledo, tiene presencia y pretensión de liderazgo internacional. Construye un liderazgo fuerte, como su partido, pero sin cuadros suficientemente preparados para cumplir las funciones de la administración estatal. A ello se le agrega que carece de mayoría en el parlamento y no ha construido, a diferencia de Toledo, una que respalde su política. Sin embargo, el mayor problema está en el propio García. Su sobre exposición mediática es un reflejo de su tendencia inmanejable de querer estar en el centro del reflejo público. Empequeñece y ensombrece a sus propios cuadros, convirtiéndolos en figuras decorativas y menores. En eso no ha cambiado. Todo parece indicar que el presidencialismo latinoamericano cultiva estos personajes con apetitos y vanidades desbordantes, pero que son perturbadores para el buen manejo de la cosa pública.
(Infolatam, 27 de diciembre del 2006)
hola ma gustaria sabes somo fue la lucha contra la corrupcion de alejandro toledo y que bien que esten haciendo deste tipo de pajinas bacan y educativas ps.. grasias