De estos resulta que, para los seguidores fieles de los sondeos, no hay que preguntar más allá de los resultados que emiten las empresas dedicadas a estas tareas. En cambio, para los cuestionadores las cosas están claras como el estrepitoso fracaso del famoso instituto Gallup, durante las elecciones presidenciales de 1948, en Estados Unidos.
Suele señalarse que con Georges Gallup se instituye un punto de quiebre en los trabajos de opinión pública, estableciendo un nexo entre ésta y los sondeos, toda vez que aparece como la única manera de expresarse. Incluso, en muchos casos, se va más allá al considerársela como un método fidedigno de legitimidad democrática.
En concreto, la encuesta es un procedimiento para conseguir informes (opiniones) de un grupo de sujetos (muestra) que pretende representar a un universo mayor (población), dentro de márgenes de error controlados (probabilidad). No mide –es bueno precisarlo- la opinión pública, sino los pareceres. Recoge un momento en el tiempo, una instantánea de la opinión y la actitud de la población, basándose en una muestra de probabilidades. A lo sumo tiene un valor indicativo, porque ofrece información que difícilmente se conseguiría con la simple observación.
La encuesta de opinión –como bien lo ha recordado Carlos Monzón-, al trabajar con muestras, no nos proporciona conocimientos ciertos, pero si aproximados en términos de probabilidad.
Por lo tanto, no se le debe exigir precisión y certeza, que no tiene y nunca podrá brindar. Una encuesta rigurosamente desarrollada en cada una de sus etapas ofrece una información próxima a los valores de l población. Nada más.
Pese a ello, para la gente la opinión crea una ilusión de conocimiento, de dominio de verdad, de percepción cierta de los hechos. Esto ocurre porque guarda relación con la ubicación de la persona en su entorno, sus experiencias vitales, su conducta. Por lo tanto, lo que el público piensa no debe ser tratado igual que una fantasía, sino de realidad, tan válida como los hechos mismos, en la medida en que hacer ver las cosas de manera distinta. Siendo así, la opinión es un esfuerzo por conocer, aunque en muchos casos produzca una visión errónea de las cosas. Es decir, como bien lo ha manifestado Roger Michuelli: “El que opina cree más a menudo expresar la verdad que su verdad”.
(El Peruano, 22 de marzo de 2000)