La mantención de los tres primeros lugares de las preferencias electorales y la imposibilidad de que el oficialismo logre ganar una mayoría en el Parlamento. ¿Se equivocan, se equivocaron o se equivocarán las compañías encuestadoras? Quiero precisar lo siguiente. El problema no es creer o no en las encuestas. Esta es un método estadístico utilizado por diversas ramas académicas y profesionales con singular éxito. De lo que se trata es de confiar o no en el trabajo de las compañías encuestadoras que trabajan en nuestro medio. Forma parte ya de la historia reciente que muchas compañías de estas empresas han fallado en forma clamorosa en pronosticar resultados electorales al menos en cuatro oportunidades: los resultados obtenidos por la izquierda en la década del ochenta, la alta votación de Fujimori en al primera vuelta de 1990, la aplastante derrota de Vargas Llosa en la segunda vuelta electoral del mismo año y el triunfo ajustado del Sí en el referéndum.
Es decir, las compañías encuestadoras realizaron erradas predicciones electorales a partir de las tendencias por ellas captadas. Esto puede deberse, a problemas de la elaboración de la muestra, aplicación de la propia encuesta o errores técnicos. En suma, deficiencia profesional. Si el presente proceso es uno más de esta lista de ejemplos, podría suceder que el margen que le lleva Fujimori a Pérez de Cuellar es menor que el señalado por las compañías encuestadoras, realizándose de esta manera una segunda vuelta electoral. Por lo tanto, no todo está dicho, tal como lo demuestra la desesperación oficial de los últimos días. Pero además, al final de la campaña sería justo evaluar si vale la pena que los medios de comunicación y empresas sigan pagando trabajos deficientes y desorientadores de la opinión pública.
La otra posibilidad es que la tendencia señalada por las compañías encuestadoras sea la correcta. Si esto es así -siempre en condicional- la perversa institucionalización fujimorista importaría poco para la ciudadanía. Podemos señalar además que lo mejor que le pudo suceder a Fujimori fue el conflicto con el Ecuador, si nos fijamos en lo sustancial, es decir, en la diferencia entre su apoyo entre enero y marzo éste muestra un saldo a su favor. Siguiendo con esta hipótesis -que las tendencias son las correctas- es válido preguntarse por qué si la actuación presidencial y del conjunto del gobierno fue lo menos acertado, esto no se ve reflejado en las encuestas. Puede deberse a que un importante sector de la ciudadanía no piensa lo mismo de la actuación gubernamental o que desconoce los alcances de los errores del gobierno, quien a su vez realiza una campaña con todos los recursos disponibles para aplacar toda crítica adversa. Si esto es cierto, es difícil -aunque no imposible- que en lo que resta de la campaña electoral otra situación límite pueda poner en peligro un triunfo oficial, cuidadosamente labrado para esta competencia en la que el presidente-candidato sino gana por las buenas lo hará, sin escatimar el menor esfuerzo, por las malas. Todo vale. Pero, al ubicarse Fujimori sólo escasamente por encima de la mitad de las intenciones de voto, esta posición es aun precaria. Las mismas encuestas muestran que un sector -alrededor del 15%- de los que ahora votaría por Fujimori, podría variar su voto y con esto darle una mala noticia al actual gobernante y obligarlo a competir en una segunda vuelta electoral. De esta manera, no todo está dicho. Pero, aquí vale hacer una última precisión: en una hipotética segunda vuelta si la diferencia entre los dos primeros es tan grande como señalan las muy mentadas encuestas, la posibilidad de revertir esta ubicación resultaría casi imposible. En América Latina, en los últimos quince años, allí donde en la segunda vuelta se invirtió el orden de las preferencias de la primera, fue en aquellos casos en que la diferencia entre los dos primeros no fue mayor del 5%. Pese a ello, si esto ocurre, nuestro país estaría escribiendo, una vez más, otro capítulo excepcional de las competencias electorales.
(La República, 19 de Marzo de 1995)