Por Benito Portocarrero
“Coco” Salazar ha muerto. Lo que sus cercanos conocíamos como una noticia inminente, finalmente se cumplió. La muerte –paradójicamente su amiga de toda la vida- necesito de 8 paros cardiacos consecutivos para podérselo llevar. De “Coco” se puede decir infinidad de cosas dada sus incontables intereses y afanes. Se podría hablar y contar anécdotas de su niñez en su entrañable Chosica, su arcadia infantil (¿habrá sido realmente como él lo contaba?) De su sus juveniles afanes revolucionarios en San Marcos con asaltos a bancos incluidos; de su vida aventurera y estudiosa en Europa, de su paso por las redacciones de Expreso, Caretas, etc., etc. No cabría el espacio dado el talante del personaje.
También se podría hablar y contar de su proverbial fealdad pero –por un mínimo de justicia- se tendría que mencionar a las hermosas e inteligentes mujeres que lo amaron. Obligatorio sería mentar su delgadez extrema lo que inmediatamente nos obligaría a destacar –por oposición simple-, sus aficiones de gourmet y el cariño con el que cocinaba para sus amigos (¡ese arroz con pato!) y sus enciclopédicos conocimientos de las cocinas más sofisticadas del mundo. Saberes que lo llevaron a publicar libros de cocina premiados internacionalmente.
Inmediatamente tendríamos que referinos a su talento de escritor y periodista pudiendo con ello llenar páginas de páginas pero sintetizaríamos si dijéramos que le fascinaba la muerte, los asesinatos como obra de arte y el fútbol. Recuerdo que primer reportaje que publiqué en Caretas bajo su tutela fue uno realizado en el Cementerio del Callao con fotos de Fernando Yovera.
Sobre sus conocimientos de historia, geografía y filosofía su obra “Los Papeles de Damasco” nos dispensaría de mayor comentario aunque nos pondría en problemas de explicar cómo junto al humanista convivía el “burrero” apostador y el tahúr experto en todo tipo de juego de evite. Sí, he dicho bien. En él vivía un tahúr, sino que lo digan los diagramadores y el famoso corrector de Caretas, el señor Campodónico, a quienes inmisericordemente les ganaba sus buenos reales en los entretiempos del cierre de edición. Junten al jugador empedernido y al incansable periodista y obtendrán por necesario resultado una cajetilla permanentemente en la mano derecha, el encendedor en diestra y un pitillo en la boca. Así era “Coco”: Flaco, feo y siempre fumando. Se nos ha ido llevándose sus tres efes.
Cuántas cosas más se podrían y se tendrían que decir de “Coco” pero modestamente y con el mayor de los afectos yo quisiera recordar al promotor de periodistas jóvenes. Pocos como él, con sus dotes de mago y de demiurgo supo atraer hacia el periodismo a muchos jóvenes, completamente disímiles entre sí. La mayoría de ellos talentosos o sencillamente furiosos y eventualmente confundidos sobre su propio futuro-. Algunos ejemplo que mi incipiente alzheimer me permite recordar: Laura Puertas, Mariela Balbi, Jaime Bedoya, Tomas D’Ornellas, “Cucky” Chesman, Delia Ackerman, Julio Heredia, Gabriela Ezeta.
Parafraseando al trovador cubano había gente que quería y que odiaba a “Coco”. Imposible que hubiera sido de otro modo. De lo que sí estoy convencido es que lo suyo fue un milagro de sobrevivencia pues nadie como él practicó el deporte extremo de sacar absolutamente de quicio a Zileri dándole la contra hasta el infinito del alarido. Lo cual -conociendo a Enrique-, no es poca cosa.
¡Grande Coco!