Se ha escrito mucho sobre el tema que involucra a la PUCP con el Arzobispado, concretamente con el Cardenal Luis Cipriani. Algunos de esos artículos periodísticos se reproducen seguidamente:
90 Años de Tolerancia
Se ha hablado mucho de la PUCP en estos días. Acaban de comenzar los festejos por sus 90 años de exitosa existencia. Tendremos un año lleno de actividades académicas y culturales. Ya se iniciaron con una conmovedora misa en el campus universitario. No pretendo hablar sobre la Católica de manera imparcial. Soy ex alumna, graduada, profesora y ahora, por la generosidad de mis colegas, ejerzo un cargo académico-administrativo. Y, dicho con toda franqueza, no me siento ni caviar (ya he escrito en esta misma columna sobre mi gusto por la variedad de hueveras), ni comunista por formación y menos aún un tumor maligno que tiene que ser extirpado. Enseño en una universidad que fue fundada como católica y, por católica, plural. Me siento muy orgullosa de pertenecer a una institución que busca la excelencia académica, que tiene principios éticos muy claros y que es, por vocación, una comunidad democrática en la que se respeta la diferencia y se ejerce la tolerancia.
Y lo es de varias maneras. Primero, porque esa idea de una universidad elitista, con pensiones altísimas es falsa. Es cada vez mayor el porcentaje de nuestros alumnos que viene de colegios públicos (18% de postulantes) y de zonas de Lima difícilmente identificables con niveles socioeconómicos A o B. Así, en el año 2006 los 5 distritos con más postulantes fueron, en primer lugar, San Martín de Porres (el 34% ingresó), Lima Cercado (el 35% ingresó), Callao (aquí el 36%), Los Olivos (27%) y San Miguel (ingresó el 41%). Además, de manera sistemática, un 10% de nuestros candidatos viene de otras regiones del país. Es, pues, un centro de educación superior en que se encuentran, aquí sí, todas las sangres y que contribuye a democratizar, vía la educación, un país marcado por la desigualdad y la exclusión. Es importante resaltar que la política de pensiones diferenciadas, es decir que cada quien paga según sus posibilidades, apunta directamente a sostener esta situación. Hay 5 escalas de pago, y las dos más bajas concentran el 61% de estudiantes. La Universidad contribuye con fondos propios para que así sea.
Quienes estudiamos en los años 70, aquellos de los hippies, los viajes descubriendo el Perú, grandes compromisos ideológicos, activismos y militancias, estuvimos expuestos a una gran pluralidad de convicciones y creencias. Los debates en aulas y patios fueron memorables; había izquierdas, centro, derecha y muchos independientes. También grupos conservadores como Tradición, Patria y Familia. De muchos credos y religiones. Y discutían, discutíamos mucho; competíamos por los centros federados o los tercios estudiantiles, pero en buena lid. Eso también es una escuela democrática.
Y nos enseñaron grandes maestros con ideas muy distintas. También conservadores y progresistas, de derecha y de izquierda. Y nos inculcaron que había que leer de todo y escuchar a todos. Que una universidad es eso, universal. Que no existe el libro vetado. Que toda perspectiva que se sostiene en argumentos racionales debe ser examinada. Se nos enseñó a discrepar con respeto y a criticar con argumentos. A deliberar. Y escuchamos con la misma atención a representantes de la Teología de la Liberación y a reputados miembros del Opus Dei. A jesuitas, recoletos y laicos; judíos, protestantes y agnósticos. Y mostraban con el ejemplo que en nuestra universidad todos cabemos.
Ahora, como profesora, solo puedo dar testimonio de la persistencia de esa virtud que es la tolerancia. Que es, justamente, el freno a toda pretensión absolutista, frente a la cual se afirmó ya en el siglo XVII. En filosofía se suele distinguir la tolerancia pasiva, aquella que soporta al otro con resignación y la activa, que nos dispone a respetar proyectos ajenos aunque no los compartamos. Por ello es que en la Católica se han formado ciudadanos y ciudadanas que han desempeñado altísimas funciones en nuestra vida republicana, desde posiciones y convicciones distintas. Tomo la palabra de un filósofo contemporáneo: la tolerancia hace posible la diferencia, la diferencia hace necesaria la tolerancia. ¡Y ya van 90 años!
(Tomado de La República, 2 de abril del 2007)
Libertad o intolerancia
No creo en el aborto, pero agradezco a quienes ante mí lo defendieron. Creo que tenemos derecho a usar anticonceptivos, pero doy gracias a quienes me dijeron que no. Soy lo más lejano a un marxista, pero me considero afortunado por haber escuchado entusiastas defensas del comunismo. Mis ideas no provienen solo de quienes las comparten, sino de quienes las combaten. Creo en el mercado de ideas porque, como en todo, solo la información, la competencia y la libertad aseguran nuestro bienestar y nuestra dignidad. Por eso agradezco haber estudiado ayer y enseñar hoy en la Universidad Católica. Agradezco vivir en una atmósfera en la que no se me protege de las ideas de otros y en la que la única forma de pensamiento de la que se me protege es la intolerancia. Más allá de la esgrima legal que rodea la controversia entre Cipriani y la Católica, temo ver mi Universidad trasformada de cuna de libertad de pensamiento a inquisitorial castillo de intolerancia.
(Tomado de Peru21, 2 de abril del 2007)
Una derecha farisea
Lo que viene sucediendo en la PUCP si bien obedece a razones internas: la pretensión del cardenal Cipriani para controlar ese centro de estudios, se ubica en este contexto. Por eso es un error idealizar, en este nuevo contexto, a la PUCP como una universidad que siempre fue pluralista y abierta al mundo. Eso fue resultado de un proceso, complejo, difícil y hasta doloroso, que se inicio en los años sesenta.
Hoy la derecha reaccionaria acusa a la PUCP de intolerante porque en los años setenta expulsó a un alumno y sancionó a otro; sin embargo, se olvida que en 1962 Washington Delgado, profesor en ese entonces, fue separado. El año siguiente le siguieron alumnos como Antonio Cisneros, Luis Enrique Tord y Raúl Noblecilla por manifestar, entre otros puntos, su simpatía por la Revolución Cubana. Esos sí eran años de intolerancia. Luego vino la apertura gracias a las luchas estudiantiles, a cambios procesados por las autoridades, profesores y por la propia iglesia.
De otro lado, es hipócrita que una parte de la derecha acuse a la PUCP de intolerante y centro de producción de marxistas, cuando sus principales voceros provienen de esa universidad. Muchos de ellos estudiaron en los años ochenta y algunos mostraron sus abiertas simpatías por el franquismo y el Opus Dei sin problemas.
Por eso defender hoy la PUCP es también defender una tradición democrática, moderna, progresista, abierta al mundo y laica, que nació en los años sesenta y setenta, y que ahora sufre el embate de una derecha farisea y cavernaria, por no decir fascista.
(Tomado de La República 31 de marzo del 2007)
La Pontificia y el Cardenal
El primer cuco. El maligno cardenal, arzobispo de Lima. Monseñor Cipriani, conservador, reaccionario, censor, individualista, sectario e intolerante. Promueve los rituales formales del catolicismo pero desprecia a los pobres, a los derechos humanos y a todo lo que adopte la denominación "social". Pretende apropiarse de los bienes de la PUCP e imponer condiciones a la adopción del título de Católica y Pontificia para así designar profesores adeptos a sus ideas, los cuales controlarán la Asamblea Universitaria y, por ende, los contenidos de todos los cursos. Las bibliotecas serán censuradas, los estudiantes vigilados, los homosexuales perseguidos por pecadores y expulsados de las aulas. Pro Fujimori, pro corruptos procesados, pro militares, pro empresas, dinero y poder, anti-CVR, anti-derechos humanos y censor hasta de la obra de teatro Galileo.
El segundo cuco. La laxa y degenerada Pontificia Universidad Católica del Perú. Las autoridades de la PUCP si no son caviaronas, son rojas, marxistas, comunistas y, también, sectarias e intolerantes. Los profesores rojos les lavan el cerebro a los jóvenes que reclutan para sus ONG y proyectos políticos y, cuando no medran ilícitamente de la herencia de Riva Agüero, lo hacen del Estado a través de sus consultorías. Pro- CVR, antiempresa, antimercado, pro Estado gigante e ineficiente, pro teologías desviadas como la de la liberación, caldo de cultivo del senderismo. Tolerantes, cuando no patrocinadores de profesores adúlteros y homosexuales (que solo Dios sabe qué ejemplo darán a sus alumnos), argolleros, excluyentes y, faltaba más, velasquistas.
No exagero, recojo, y reescribo lo que he leído y escuchado en los últimos días. Se perdió el rigor y la búsqueda de la verdad que me enseñaron en mi universidad y en mi iglesia. Ambas partes han olvidado sus mejores valores y los han sustituido por desconfianza, miedo y prejuicios. Sin medirse, se ha creado la menos académica de las situaciones y el menos caritativo -cristianamente hablando- de los tratos.
No hay un centro de estudios más libre, plural, académicamente riguroso y tolerante que la PUCP. Lo digo con el cariño de una ex alumna agradecida que jamás fue marxista y a la que nadie persuadió para que lo fuera. Del otro lado, monseñor Cipriani no es un demonio que va a apropiarse de la universidad. He conversado con él y no tiene interés alguno en nombrar o expulsar profesores, controlar cursos o llevar a cabo una cruzada para quemar a alguien en una pira. Sabe perfectamente que no le asistiría, para esos supuestos fines, justificación legal o práctica, y si algo ha probado es que no es estúpido. Tiene un estilo imprudente, directo y poco convencional para los cardenales que hemos tenido (y es una pena que contribuya a su propio mito su poco interés en desmentir a sus detractores), pero mucho de lo que se ha dicho sobre él, me consta, es absolutamente falso, habiendo sido condenado sin ni siquiera escuchársele.
¿Hay salida a este penoso distanciamiento? Como lo único irreparable es la muerte, se puede empezar descartando las versiones de los entusiastas voceros no autorizados, que en la chatura del maniqueísmo están reduciendo a ambas partes a caricaturas que no existen. No se destrocen, ni destrocen el triunfo de una universidad que a los 90 años brilla con luz propia en las tinieblas. Del otro lado, ¿de verdad creen en la PUCP que el Poder Judicial va a solucionar estas desavenencias? El amparo puede que resuelva el asunto de los bienes de Riva Agüero en lo que, creo, la universidad tiene razón jurídica, pero ¿qué pasará con la adecuación pendiente de la PUCP a disposiciones que la obligan frente a la Iglesia Católica? Ese es un problema completamente distinto, pero que también requiere de la buena disposición de las dos partes para llegar un acuerdo, si es que se quiere mantener el título de Católica.
¿No pueden encerrarse el rector con monseñor Cipriani hasta que lleguen a un acuerdo justo sin necesidad de que las dos partes den tan triste espectáculo? Para ello, retire la carta, señor Muñoz (designado por el cardenal), en donde pide que la universidad no disponga de sus bienes, porque eso es un exceso ilegal que ha generado todo lo que está pasando y, luego, retire el amparo, señor rector, que una universidad que se proclama Pontificia y Católica no litiga contra la jerarquía de su propia iglesia. Estoy segura de que, por el bien de la universidad, la asamblea le dará las facultades para llegar a un entendimiento feliz para ambas partes y, cuando eso suceda, que los alumnos de la Católica, tolerantes, abiertos y libres, reciban al cardenal sin insultos y con respeto. Sin necesidad de aceptar sus ideas, pero con la disposición que siempre existió en mi universidad (a la que tanto debo) para defender la libertad de pensamiento de todos, incluida la del cardenal.
(Tomado de Peru21, 31 de marzo del 2007)
Por Sandro Venturo:
Lo que aprendí en la universidad, lo aprendí entre clases. Conversando. Divagando. Criticando a mis profesores, aprendí mucho más de ellos. La mayoría me parecía buena gente, pero nunca olvidaré a los que me obligaron a pensar de manera creativa. Así aprendí a desconfiar de las palabras. A discutir esperando un mejor argumento de mi oponente.
Lo que aprendí en la universidad, lo aprendí fuera de ella; yendo a barrios con los grupos de proyección social. Por eso quise estudiar Educación y terminé en Filosofía. Pero en Filosofía de los 80 se reflexionaba sobre libros, y no sobre la vida. Entonces me fui a la calle y regresé, todo sudado, a Sociología. Y allí me reencontré con el pensamiento filosófico. Ahora ya no puedo ver el mundo desprevenido.
En la universidad, es decir, en el ambiente universitario, me choqué con diversas artes y todo tipo de ensartes. Maduré un poquito. Conocí a gente que estaba a mi derecha y otra, a mi izquierda. Soñé con una revolución que no supimos hacer y comprendí que otras transformaciones se juegan en mi hogar y mi trabajo, en mi barrio y mi país. Si no hubiera estudiado Teología, no comprendería que la inspiración viene de la fe.
En fin, en la Católica tuve acceso a un mundo plural, intenso y tolerante, cómo no reconocerlo. Pero confieso que ya casi lo había olvidado. Gracias, Juan Luis.
(Tomado de Peru21, 7 de abril del 2007)
Sobre el Opus Dei hay un artiuculo bien documentado:
La verdad sobre el Opus Dei – Una secta peligrosísima
http://www.connuestroperu.com/index.php?option=com_content&task=view&id=1076&Itemid=31