Ante esto se vuelve a repetir aquel lugar común que señala que los partidos políticos están en crisis. Término impreciso pues crisis implica un momento grave, es decir, acotado en el tiempo. En cambio en el Perú se hace referencia a un fenómeno que, cuando menos, ya tiene década y media. Pero, nada está en crisis tanto tiempo, lo que lleva a pensar que estamos delante de la naturaleza misma de nuestro sistema partidista y no un momento grave de su vida. Todo indica que la relación de estructuración económica y social que exige inclusión de ciudadanos es una variable que es necesario recordar para explicar lo que ocurre en la representación política.
En las elecciones generales últimas se pensaba que el humalismo representaba la franja antisistema anómica que tenía que ser derrotada. Efectivamente fue derrotada en su pretensión de ganar la presidencia, como que desaparece del mapa en las elecciones regionales y municipales. Sin embargo, aquellas zonas del territorio nacional que expresaron su adhesión a Humala y antes lo hicieron por Fujimori, hoy lo hacen por listas regionales y locales.
En realidad, el mapa electoral muestra cuando menos dos líneas de conflicto (clivajes), una horizontal: capital-provincias y otra vertical: nacional-local. Los partidos políticos han mostrado en Lima un desempeño distinto que en la provincia. En la capital tan solo han ganado dos listas locales de 42 posibles, el resto han quedado en manos de partidos encabezados por Unidad Nacional. Otro es el caso, cuando se trata de las provincias.
En otras palabras los partidos de alcance nacional son básicamente limeños, pero Lima (ya) no es el Perú. Y las listas locales, son cada vez más locales. No es posible estructurar un país cuando los partidos nacionales carecen de raíces que tocan lo local, ni cuando las listas locales no pueden ni pretenden convertirse en nacionales, creándose un archipiélago, que es la figura de la desarticulación y desintegración, negando la función misma del partido político.
Los partidos políticos nacen con posterioridad a la democracia, que en sus albores supone ciudadanos libres, iguales ante la ley y que acceden al poder a través de elecciones en las que compiten básicamente a nivel individual. El sufragio era restringido, censitario, por lo que el cuerpo electoral pequeño. Con los procesos de modernización, industrialización y urbanización, los derechos se amplían y el número de ciudadanos crece, por lo que intereses y conflictos se manifiestan de manera más amplia y clara. Esos diversos y distintos intereses para ser efectivamente representados y conducidos para ser procesados como políticas, permiten el surgimiento de los partidos políticos. De esta manera, el desarrollo económico y social estuvo acompañado por la integración también en el plano de las instituciones, en donde los partidos políticos jugaron un papel fundamental, al agregar y sistematizar los intereses. Es así que a mayor integración, partidos más nacionales y enraizados.
En nuestro país en gran parte de su historia, los partidos no jugaron un papel integrador. Sumidos en estructuras restringidas y excluyentes, los intereses no se incorporaron o se incorporaron poco, cuando no se reprimieron. Es desde 1980, cuando el sistema político se abre completamente y el sufragio se universaliza de manera definitiva, con el voto a los analfabetos. Los partidos políticos son incluidos positivamente en la Constitución y las elecciones se desarrollan de manera realmente competitivas, logrando ampliar su presencia y alcance como nunca antes en la historia. En las elecciones de la década del ochenta los cuatros partidos políticos, APRA, PPC, AP e IU lograron representar y por lo tanto ganar gobiernos, escaños parlamentarios y municipios. Sin embargo, la inclusión política no estuvo acompañada por un proceso de integración e inclusión social y económica, por lo que Sendero Luminoso, crisis económica y narcotráfico se desarrollaron como fenómenos perversos en medio de malos gobiernos.
Los partidos políticos no podían evitar aquello que no supieron reconocer como objetivo impostergable, integrar al país para ser más representativos y permanentes. El deterioro extremo, erosionó todo lo avanzado con el triunfo de Fujimori y lo condujo al desplome del sistema partidista, del que el profesor de matemática tuvo su punto de apoyo y generó su propio oxígeno. Los partidos perdieron capacidad de representación, llegando a lograr tan solo el 10% de los votos. A la hemorragia de votos que sufrieron los partidos, le sobrevino el surgimiento, como hongos, de un sin número de organizaciones locales, en las que se agazaparon muchos de los que antes arriaban banderas partidarias, pero sobretodo se instaló la política local cuando no tribal.
La mano dura de Fujimori en un país postrado, elaboró la falsa afirmación pero efectiva para todo autoritarismo que el partido político no es necesario, pues la solución soy yo. Para qué partidos, si el mismísimo jefe de estado se encargaría de llevar carreteras, servicios y regalar como propio aquello generado por todos. Los partidos no parecían canales sino trabas para la solución de los problemas. A lo más –como Cambio 90, Nueva Mayoría o Vamos Vecino- cumplían una función de comparsa del poder. Desde inicio de los noventa –y no desde ahora, como se repite- las listas locales lograron más triunfos que los partidos nacionales en elecciones municipales, como ocurrió en 1993, 1995, 1998 y 2002.
Lo que tenemos el 2006 es que si bien los partidos ganan las elecciones generales, pierden las locales en aquellos lugares donde presentan listas, prolongando la distancia y agravando el problema entre las líneas de conflicto Lima-provincias y lo nacional-local. Pero, un país como el nuestro, cuyo proceso de desarrollo convive con la extrema pobreza y la desarticulación con una descentralización fallida, pasarán los senderos, pero permanecerán el abono para que se violente agresivamente a las instituciones y se rechace a los partidos. El efecto es lo que hemos visto a partir del domingo 19 de noviembre, en donde cual ludistas ingleses de inicios del siglo XIX, los descontentos destruyen los locales, materiales electorales y agredieron a los opositores, intentando impedir las elecciones y erigiéndose como los verdaderos portadores de la representación.
Sin una real y efectiva descentralización, sin procesos de desarrollo realmente inclusivos y con autoridades que incentivan el localismo y el ingreso a la competencia de organizaciones que no cumplen realmente las exigentes normas, no tendremos un país integrado con partidos políticos representativos y la política se hará cada vez más tribal.
(Semana Económica No. 1047, 26 de noviembre del 2006)