La coyuntura aprisiona como una lata los acontecimientos y los avienta casi a los temas de historia. El período presidencial se recorta a un año, ya no están más en sus cargos Vladimiro Montesinos, el general Villanueva Ruesta, Blanca Nélida Colán, Alejandro Rodríguez Medrano, Martha Hildebrandt, Alipio Montes de Oca, José Portillo y, en cascada, van saliendo otros más.
Pese a estos cambios, que no son poca cosa, la opinión pública siente con desconfianza lo que observa. Y es que la densidad de los acontecimientos son de tal envergadura corrosiva que nadie puede apostar que lo que ahora es claro, mañana lo sea. Y es que en el centro de todo esto se encuentra nada menos que el presidente de la república.
En época de crisis de regímenes políticos, como es el caso presente, no se terminan necesariamente en forma ordenada, como muchas transiciones pueden mostrar, sino que desatan fuerzas que muestran lo oculto del poder y cuando éste ha generado y encubado nidos de corrupción, las medidas que se toman siempre van a parecer insuficientes y poco creíbles. Eso es lo que sucede al presidente Fujimori. Sus actos –ruptura con Montesinos, cambios en instituciones controladas, nombramiento del Procurador, entre otros- son vistos como presuntos, probables, dudosos y hasta engañosas medidas.
Para evitar lo anterior, el presidente Fujimori requiere de medidas no sólo radicales sino completas y públicas. Esto quiere decir, que en cada acto no exista duda de su objetivo. La pregunta es si esto es posible. Algunos piensan que sí, pues él requiere salir de esta crisis librada de la mejor manera. Por lo tanto, las dudas responderían más a la campaña opositora que a la realidad.
Otros piensan, por el contrario, que existen razones fundadas como para pensar lo contrario. El presidente Fujimori necesita romper con Montesinos, pero no puede hacerlo abiertamente, pues teme que en dicho camino se abran situaciones comprometedoras contra él. Esta ambivalencia se hace sentir en sus actos, por lo que al ser transmitidos, no logran ser totalmente creíbles.
Más allá de su real o ficticia participación en las actividades ilícitas de su ex asesor, Vladimiro Montesinos, lo trágico del presidente Fujimori es que su palabra y sus actos han perdido tal crédito que es casi imposible revertir esta situación y para un gobernante esto es su muerte política. Por eso su debilidad actual podría hacer que no llegue al 28 de julio del próximo año y es que el pago de sus facturas políticas parecen ser demasiado altas.
(Canal N, Lunes 13 de noviembre del 2000)