Sin embargo, lo particular del fenómeno presente es que cerca de diez parlamentarios electos se están pasando al partido de gobierno, antes incluso de juramentar. Es decir, engañaron a sus electores, sin haber siquiera ejercido su cargo parlamentario. Esto es inédito en la historia parlamentaria del país.
Estos nuevos congresistas, si bien han salido elegidos con votos preferenciales, lo han sido primero al interior de una lista formada por una organización política. Es decir, solos no podían ni siquiera presentarse y menos ganar un escaño. Porque candidatear implica un compromiso primero con la organización política y seguidamente con los electores de dicha organización. Los electores votaron por ellos, por su postura en el escenario político, que fue distante y enfrentada al gobierno. Sino, hubieran votado directamente por candidatos de Perú 2000. En otras palabras, han incumplido su rol de representación política, por hacer lo que su mandato no les permitía.
Otro es el caso del gobierno. Como se sabe no obtuvo mayoría. Ese fue el mandato de las urnas. Si bien todo gobierno trata legítimamente de lograr una mayoría en el Congreso, el oficialismo no intenta construirla sobre la base de acuerdos y pactos con grupos políticos, como sucede en las democracias estables. Quiere lograrla sobre la base de utilizar recursos vedados y convertir a los parlamentarios en tránsfugas. Lo que no pudo conseguirlo en las urnas, quiere lograrlo debajo de la mesa, por lo que convierte la practica política de pactos y coaliciones, en ensayos de comercio mercantil.
Pero, lo anterior es también demostrativo de la precariedad de los partidos políticos y particularmente de la nefasta presencia de los llamados movimientos independientes. Estas agrupaciones que nacieron bajo el amparo de la figura de Fujimori a inicios de los 90, no han hecho otra cosa que generar mayor debilidad de la figura parlamentaria. Su tarea inicial, la de mejorar la calidad de la representación política, no sólo no la han logrado, sino que la han empeorado.
Los compromisos que adquieren la gran mayoría de nuevos parlamentarios que incursionan en la política, son básicamente personales. Esta relación les reporta un alto grado de debilidad ante el poder y sus recursos. Si a eso se agrega que el independiente ha impuesto la idea que la política es una acción y un compromiso individual, antes que una acción colectiva y una responsabilidad pública, los efectos pueden ser perniciosos. Y es que el pragmatismo, del que dice articular sus acciones el señor Eduardo Farah, no es para enorgullecerlo sino para avergonzarlo. Y el cinismo del que hace gala Luis Cáceres Velásquez, no es para sorprendernos sino también para avergonzarnos. Cuando se pierde toda norma de comportamiento ético de la acción política y se utiliza el chantaje y la presión como medio para conseguir fines, puede llegarse a niveles delictivos con justificación política. Es el momento en que el gobierno ya pierde el control de sus actos y no respeta fronteras y en donde los llamados tránsfugas, como Javier Noriega ex Frepap, Francisco Pardo Mesones y Miguel Ciccia ex UPP o Denis Vargas ex Perú Posible, no se convierten en escuderos del régimen, sino en grises personajes de triste recordación.
El gobierno posiblemente gane la mayoría, pero está degradando, con sus métodos, el ejercicio del poder y está sentenciando a los nuevos parlamentarios en meras mercancías de uso. Lo que queda claro son dos cosas: que el gobierno sigue en su plan de control total del poder, utilizando todas las armas, incluso las vedadas y antiéticas y que no existe democracia de buena calidad, allí donde no hay partidos políticos fuertes. Los que sobrevivan o se formen tendrán la difícil tarea de recuperar o ganar para la política eso que permite a los parlamentarios no ser objetos de compra: ética y responsabilidad política.
(Canal N, Lunes 19 de junio de 2000)