En este escenario, Fujimori está forzando a una elección con un riesgo calculado: perder cierta legitimidad ahora y ganarla después, como en el autogolpe de 1992. Pero, para lograr con cierto éxito este objetivo, Fujimori requiere que Toledo no renuncie, por lo que su símbolo y foto aparecerá, formalmente, en la cédula de votación. Necesita que la gente vaya a votar, cosa que no es difícil, en vista de la obligatoriedad del voto y la penalidad económica efectiva para quienes no votan. Además, requiere que -en vista de la dispersión del votante toledista-, algunos voten por Toledo, pues si nadie lo hace ganaría con un incómodo 100%, porcentaje que develaría, numéricamente, su candidatura única. Incluso, a Fujimori no le convendría superar el 75% de los votos válidos, pues no existe en registro de elecciones democráticas, un apoyo de esa naturaleza, salvo en dictaduras. Su objetivo deberá ser ganar, pero no abrumar, para mostrar luego el resultado del escrutinio, tanto para intentar una legitimidad, así como quizá negociar una salida política futura, si la situación le es adversa.
Toledo, en cambio, juega a que la crisis política se extienda y logre aplazar o llamar a nuevas elecciones. No ha renunciado, pero no competirá el 28 de mayo. Sí después –quizá el 18 de junio- si las condiciones mejoran ostensiblemente. Salida compleja, pero poco útil para emitir mensajes claros, en un escenario ya de por si confuso para la mayoría. Pero más complicado para él es que tiene que trazar una salida política a sus votantes que tienen por delante una elección el 28 de mayo. Para el éxito de su objetivo político, requiere que sus electores sigan convencidos de su alternativa. Lograr que todos lo hagan, no es posible en ninguna parte, pues no existe liderazgo férreo que lo consiga. Por lo tanto, su consigna debe ser no sólo clara, sino también viable. No es el caso de lo propuesta del candidato de Perú Posible. Llamar a no votar, como lo está haciendo, es enfrentar a sus electores ante una decisión difícil y sacrificada, en la medida que existe una tradición de asistir a votar, una penalidad que es efectiva y un temor por faltar a la votación. Su consigna tendría efecto si el número de votantes efectivos se reduce ostensiblemente en comparación a la primera vuelta electoral, que llegó a alrededor de 11 millones. El problema es que los que sí asistan a votar, dispersarán sus decisiones, situación contraria a la propuesta por Perú Posible. Algunos votarán por Toledo, con lo que paradójicamente beneficiarán a Fujimori, pues aparecerán los dos con votos válidos. Algunos dejarán en blanco su voto –con lo que tiene de peligroso- y otros lo viciarán. De todas estas opciones, la consigna de viciar el voto se acercaba más a una consigna clara y efectiva, pues el elector cumplía con votar para no ser castigado, expresaba su respaldo a la salida de Toledo y dejaba sólo a Fujimori.
En cualquiera de los escenarios anotados, es claro que nos enfrentamos a una elección que puede ofrecer un resultado que otorgue legalidad al triunfador, pero que estará lejos de otorgar legitimidad, que en elecciones, no es otra cosa que la aceptación libre, por parte de los electores y candidatos perdedores, de las normas de una competencia. En estas elecciones, las reglas de juego han sido elaboradas y modificadas para cumplir con una ilegítima reelección, por lo que Fujimori podrá ganar, pero su autoridad será puesta en duda, cuando no cuestionada.
(Canal N, Lunes 22 de mayo de 2000)