Nadie organiza manifestaciones o boicots de las características que se han presentado en las últimas semanas, sin tener importantes motivaciones. Estas están, sin embargo, lejos de ser ideológicas o identificadas con discursos políticos movilizadores, como se aprecia cuando provienen de partidos políticos. Por el contrario, tienen el claro perfil de ser productos del aparato del Estado. En igual sentido apunta la campaña orquestada por la prensa amarilla, esta cloaca del periodismo que ahora a su dosis de farándula y violencia, le agrega propaganda deshonesta y despiadada contra todo aquel opositor o crítico independiente del régimen. Vasta acercarse a cualquier kiosco para percibir la insania de aquellos que se encuentran cobardemente ocultos tras estas campañas. Si el gobierno está ajeno a estos actos, no sólo debió denunciarlos públicamente hace mucho tiempo, sino que debió también tomar acciones de amparo a favor de los agraviados. Nada de esto ha hecho, por el contrario goza de los efectos favorables que estas campañas producen, como muestran claramente las encuestas. Señalar que estos actos no provienen del gobierno, como lo han señalado el presidente Fujimori y el ministro Mosquera, es apañar a los que actúan con clara impunidad y cometen delitos contra los candidatos opositores. Realizar manifestaciones políticas pacíficas, de todo tipo está amparado por la Constitución. Obstaculizarlas y boicotearlas están penadas por ella.
Todo lo anterior no hace sino reafirmar, pero que se olvida con frecuencia, y es que no pueden existir elecciones verdaderamente competitivas, cuando uno de los candidatos controla, retiene y usa recursos abismalmente superiores a los otros. Y esto ocurre con claridad cuando un presidente es candidato. No hay otro candidato que pueda mínimamente tener la esperanza de poseer los recursos que detenta el presidente Fujimori. Desde la información, pasando por recursos materiales, humanos y coercitivos. Sólo por ejemplificar un caso, mientras el presidente sabe exactamente que van a hacer sus competidores, éstos están lejos de poder conocer los pasos que realizará éste. Y es que la reelección presidencial es, que duda cabe, el origen de desigualdad política y más tarde de opresión social.
(Canal N, Jueves, 16 de setiembre de 1999)