Sin embargo, lo accidentado de este mensaje, comparado sólo con el último de Alan García, en 1990, ha sido una clara muestra que el dialogo político no existe y que la conciliación ha sido barrida por la confrontación. Es evidente que la irritación de las partes en conflicto, produce un aire irrespirable para la vida política del país, observándose cada vez menos oxígeno para la democracia. Es que este sistema, que todos declaradamente dicen defender, requiere de un principio vector sin el cual carece de sentido. Este es el referido a la posibilidad de alternancia en el poder, de las diversas fuerzas políticas. Allí donde esta posibilidad se cierra, se cierne sobre el cielo democrático los mayores nubarrones autoritarios. Por esta razón, el décimo discurso del presidente Fujimori tenía la obligación de ventilar el espacio político, declarando abiertamente –y no como algunos ingenuamente creyeron leer en su discurso del año pasado- su negativa a una tercera inconstitucional postulación. No sólo se hubiera iniciado el décimo año de su gestión con nuevos bríos, sino que habría dejado sin argumentos a sus opositores. Pero, al no decirlo, con su silencio anunció lo contrario, es decir, su pretensión de quedarse cinco años más, con lo que sumaría quince en el poder. Nada menos que el mayor tiempo de permanencia de un gobernante en la historia del Perú. Esto ya nada tiene que ver con ninguna democracia. Por eso, su discurso tenía el claro sabor de inicio de campaña electoral y no el del término de una larga gestión. Si la intención del primer mandatario era irritar a sus opositores, con su discurso, lo ha logrado con creces.
(Canal N, Jueves 29 de julio de 1999)