Sostuvo, al igual que otras figuras del gobierno, que con las huelgas se quiere socavar la democracia y el proceso de recuperación económica. Esta postura no es novedosa en la política peruana: Velasco sostenía que (las huelgas) tenían como objetivo oponerse al proceso de cambios de la Revolución Peruana; Morales Bermúdez que querían hacer fracasar el proceso de transferencia política a la civilidad; Belaúnde, que buscaban desestabilizar el régimen democrático. Pero ¿cuáles son esas fuerzas tan poderosas que pueden lograr temores tan recurrentes? ¿Quiénes, para esta lista de presidentes, pueden causar efectos tan grandes contra el régimen político? En todos los casos como hoy, los mal pagados maestros, médicos y empleados; humildes obreros y pobladores, trabajadores organizados en general. Allí reside el problema para los gobernantes del Perú postoligárquico. Es curioso este eslabonamiento que, en los últimos años, considera que el exigir mejores condiciones de vida, al margen de cualquier tutela estatal, busca socavar, hacer fracasar, desestabilizar, estallar, etc. al régimen político imperante. No hace falta ser pitonisa para pensar que los únicos capaces de liquidar al gobierno aprista, son los militares. Hoy el poder militar se ha impuesto, a despecho de quienes pensaban, que el gobierno aprista lo podía subordinar.
La paciencia presidencial tiene importancia en la medida que forma parte del estilo presidencial. Alan García, como todos saben, ha tenido una fulgurante carrera política. Arrolló en las elecciones presidenciales al conservadurismo de derecha a izquierda. Ya en el poder comenzó a gestar una hegemonía política que impresionó a muchos, pero de características endebles en el largo plazo. Neutraliza a la oposición política tanto externa como partidaria. En la configuración de su liderazgo, se nota sin embargo una fuerte dosis de caudillismo populista. Este se diferencia de los anteriores de la historia peruana, en que en esta oportunidad se combina y se complementa con una organización política: el Apra.
El presidente aparece como el protagonista principal de la esfera política, y continuamente refuerza este hecho. El considera que todos deben asumir sus propuestas como necesarias y válidas: para ello cita al “diálogo” (léase discurso) a las masas en la Plaza de Armas. A estos “fluidos diálogos” se les denominó Balconazos. El es el centro, el acontecimiento, la verdad. Como, caudillo populista Alan García requiere de una masa–público que lo vitoree y aplauda y por ello le dice lo que ésta quiere oír. Pero ¿quiénes son estas masas que acuden a aplaudir a Alan García a las afueras de Palacio, como en su momento lo hicieron con Velasco? Son los sectores no organizados, los que están más desarticulados de la esfera de la economía y del proceso de producción más moderno. Los más pobres y los menos cohesionados social y políticamente, como por ejemplos los eventuales del PAIT. De ellos se servirá el estilo político presidencial para ganar hegemonía. Pero el estilo traduce reglas de juego; el debate y la resolución política no pasan por otros canales que no sean los que conducen a Palacio. Lo que traducido significa que todo aquel que quiere resolver sus problemas debe intentar llegar a la casa de Pizarro en busca de solución. El problema surge al ir sin invitación de por medio, como muchos trabajadores y pobladores. Se corre, entonces, el riesgo de recibir una golpiza o un baño a presión. Peor aún movilizarse al margen del Estado crea recelo primero, impaciencia después. Eso es lo que ha sucedido entre los gremios declarados en huelga y el presidente Alan García. El entrampe es, en este caso, producto de ese estilo de hacer pasar la política por la mesa de partes de Palacio. La debilidad y, en algún momento, la inestabilidad del régimen, no la ocasionan aquellos quienes deben ser beneficiados por un gobierno que se denomina democrático y popular, sino aquellos que forman parte de una opción política que hace recaer una parte importante de su proyecto, no en la democratización del Estado y la sociedad, sino en los estados de ánimo presidenciales.
(La República 29 de Mayo de 1986)