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NOTAS SOBRE LA PEQUEÑA PRODUCCIÓN AGRARIA

En los años 70 fui un activista sindical y por mi formación trotskista, era obrerista. Desde esa perspectiva tenía muy claro el problema de lo que la izquierda denominó clasismo, para situarse en una perspectiva de lucha de clases. Para entonces consideraba que en lo esencial, el problema campesino o indio al que se refirió en sus escritos Mariátegui, el de la tierra, había sido resuelto en lo esencial y que las luchas campesinas que se libraban e la segunda parte de los 70, eran los últimos esfuerzos de los pocos que habían quedado excluidos o a los que se les había entregado muy poca tierra.

En los años 80 ingresé al Diario de Marka y allí tuve algunas experiencias con el tema campesino: el primero fue el de la parcelación de las cooperativas agraria que había conformado el gobierno militar. Era reacio a esta parcelación porque consideraba como economista, que eso descapitalizaba a los productores, no permitía la división del trabajo ni la producción a escala y los ponía a merced de los intermediarios. Sin embargo, las estructuras verticales y autoritarias con las que se construyeron estas empresas asociativas, no resistieron el proceso de las parcelaciones. Este continuó de manera fue irreversible y ante esta situación, la nueva izquierda que estaba más vinculada a los movimientos campesinos, no se pronunció mientras que los herederos del velasquismo se oponían a la parcelación. Sin embargo, debe decirse, esta parcelación aumentó en el corto plazo, los rendimientos y la productividad en los valles costeros, pues los parceleros propietarios se abocaron a recuperar ingresos con una mayor productividad. Tuvieron además el apoyo del Banco Agrario que financiaba la instalación de sus cultivos, y de un gran servicio de extensión agraria público, el INIPA.

Estos parceleros fueron principalmente algodoneros dando una continuidad a este cultivo, sobre todo en la zona norte y central del país. También se hicieron arroceros aprovechando la fuerte promoción del cereal por parte del estado desde los años 40, así como el desarrollo de la infraestructura para el pilado de arroz por empresas privadas. Los que estaban más cerca de la ciudad se dedicaron a la producción de verduras, de pan llevar y al engorde del ganado vacuno procedente de la sierra, para lo cual empleaban la chala, una variedad del maíz blanco. Diferente fue el caso de las cooperativas azucareras que resistieron la parcelación al ser empresas que integraban la parte agrícola cañera con la molienda y algunos subproductos como el cañazo y el ron. Estas finalmente, serían privatizadas malamente en el gobierno de Fujimori.

Muy diferente fue la situación en la sierra donde se desarrollaba por entonces, la guerra senderista. Gustavo Gorriti escribió un libro que llamó un “Sendero, Historia de la guerra milenaria”. Por entonces, yo había retomado estudios superiores de historia en la PUCP centrándome en la conformación y cultura andinas. Lo cierto como después se comprobaría, es que los dirigentes senderistas tenían limitados nexos con los campesinos ayacuchanos. Eran sobre todo profesores universitarios y de escuelas y los campesinos que terminaron involucrados en la guerra senderista, se ubicaron en esos lugares por cuestiones más bien circunstanciales, en un escenario en que algunas comunidades apoyaban y otras combatían a sendero.

A mediados de los 80 me hice cargo de una revista denominada “Proceso Económico” que estaba próxima al equipo de gobierno de Alan García. Debe decirse que el tema agrario tenía un papel fundamental en el plan de gobierno de ese primer García. La intervención en precios, aranceles, subsidios, crédito interés cero para el Trapecio Andino, las inversiones microregionales y la transferencia de recursos del Estado a las comunidades campesinas a través del Rimanakuy, marcaron esas políticas. Preparé con la información que disponía, un informe bastante completo que interesó al CEPES. Esta ONG me reclutó y por un mes ya instalado García, continúe haciendo algunos análisis bastante favorables a la política agraria del nuevo gobierno. El año 1986 partí al Cusco a desarrollar un proyecto de desarrollo integral, bastante convencional (infraestructura social, de riego, promoción) con comunidades campesinas de la provincia de Canas. La visión que tenía por entonces de las comunidades era por decir lo menos, ingenua. Veía a los campesinos como una clase con intereses comunes, sin diferenciación entre ellos y comportándose de modo solidario en los aspectos cruciales de sus vidas. Pronto me percate que eso no era así. Que había grandes rivalidades con las comunidades vecinas, que estas eran consecuencia de las diferenciaciones internas, en el acceso a los recursos. Las comunidades funcionaban como caseríos con un presidente que se encargaba de asegurar las labores comunes para el mantenimiento de la infraestructura, el funcionamiento de la escuela y en algunos lugares de una posta, los caminos de acceso, de las fiestas patronales, de las relaciones con los municipios distritales o provinciales, algunos de los cuales eran parte de los terrenos de las comunidades, de la relación con otros organismos del Estado y con los proyectos de cooperación nacionales y extranjeros. En esos años, varios dirigentes campesinos accedieron como alcaldes.

Por entonces se forjó la idea de una vía campesina que se asumía como un empoderamiento de las comunidades, un aumento de su capacidad de negociación económica y social con el resto de la sociedad. Se asumía que no había divisiones internas entre los campesinos y estos asumían una misma identidad clasista la que se expresaba en sus movilizaciones, su presencia en eventos nacionales y en reivindicaciones por medidas en cuanto a precios y servicios del Estado que no los alcanzaban.

Es importante recordar que en esos momentos dos autores fundamentales alimentaron involuntariamente el campesinismo. El primero fue Adolfo Figueroa, que escribió su libro “La economía campesina de la sierra del Perú”. En este extraordinario libro, Figueroa propone la idea de que los campesinos andinos son eficientes. Él se refería al hecho que los campesinos disponían de los pobres recursos con que estaban dotados para maximizar el ingreso familiar. Por ejemplo, si cultivaban papa y efectuar el aporque aumentaba el rendimiento del tubérculo, era preferible migrar en el período del aporque (verano lluvioso en la sierra) pues lo que se recibiría como ingreso por diversas labores, sería mayor que lo que le proporcionaba el aporque en términos de productividad. Eran eficientes económicamente, pero agricultores deficientes, con muy bajos rendimientos. El otro trabajo fue el de José María Caballero (“Economía agraria de la sierra peruana: antes de la reforma agraria de 1969”). Con una mirada más macro, sostenía que la extrema fragmentación natural que imponía la sierra a sus pequeños productores había sido muy útil antes de la llegada de los españoles con sus técnicas más avanzadas pero desarrolladas para unidades agrarias de mayor tamaño. La fragmentación a la que hacía referencia Caballero, se correspondía con lo que Murra denominó el control vertical de los Andes y la complementariedad de las comunidades sin necesidad de recurrir a relaciones mercantiles. Caballero sostenía que ese tipo de complementariedad productiva era posible restablecerla en el presente.

Todavía en la última parte de los 80, el problema de la tierra se reactivó en Puno. Las últimas conformaciones cooperativas y SAIS que habían sobrevivido en Puno, fueron desmanteladas y toda la tierra fue repartida entre los comuneros. Aun cuando la tierra era propicia para la ganadería y las economías de escala, los comuneros parcelaron todas las propiedades y constituyeron pequeñas estancias en las cuales se dedicaron a la crianza semi intensiva con ganado mejorado y de raza, convirtiendo a la zona quechua del departamento de Puno en la principal cuenca lechera del país, desplazando a Majes en Arequipa.

A inicios de los 90 con el neoliberalismo se desmontó el Banco Agrario y el INIPA. Lo único que sobrevivió fue el programa PRONAMACHS que originalmente debía desarrollar las cuencas de la sierra pero que concluyó siendo un aparato político al servicio del gobierno de Fujimori.

Para entonces me había convencido que eso del clasismo no iba con los campesinos, que tampoco había algo que pudiera llamarse vía campesina. Que lo que se dibujaba en el horizonte era el desarrollo de una vía farmer como en Estados Unidos, de granjeros. Esto era válido tanto para la sierra como para la costa y la selva, aunque reconociendo que las diferencias étnicas también imponían otras múltiples adhesiones. Se puede así establecer una diferenciación básica entre estos productores agrarios: (1) los pequeños y medianos productores comerciales (farmers); 2) la pequeña agricultura y ganadería familiar; y (3) los campesinos propiamente dichos como habitantes del campo.

¿Cuáles son las características de estos tres estamentos diferenciados?: en el caso de los pequeños y medianos productores comerciales, estos se habían especializado en pocos productos, que atienden mercados de exportación, nacionales o regionales; están medianamente capitalizados, tienen más tierras, parte de ellas con riego. No viven en las comunidades, sino que tienen viviendas en las principales ciudades, poseen vehículos, contratan jornaleros, tienen crédito, un nivel educativo superior, invierten en educar a los hijos, participan de organizaciones cooperativas o asociaciones, tienen relaciones con el Estado, sus programas y los programas de cooperación. De este grupo se reclutan a la mayor parte de los yachachis, kamayocs y otros que han desarrollado capacidades innovativas en sus propias unidades de producción y por tanto han podido aumentar su productividad.

El segundo estamento son las pequeñas economías agrarias con no más de 5 hectáreas en secano, con producción diversificada, destinada principalmente a la subsistencia. La estrategia familiar comprende diversas alternativas para suplementar los ingresos, como son trabajos temporales, trabajo de los hijos, remesas, etc.

El tercer estamento está conformado por las familias que viven en el campo con muy poca tierra, a veces un topo. Cultivan pan llevar, pero muchas veces dejan de cultivar, arriendan su parcela o la trabajan al partir (aparcería). La mayor parte de su tiempo están fuera de la chacra para obtener ingresos por trabajos rudos en las ciudades o en el campo. Sin deshacerse de sus terrenos en la parte andina, se desplazan al llano amazónico para practicar una agricultura de roza y quema que es la más destructiva del bosque (micro deforestación). También desarrollan actividades no agropecuarias como pequeña minería. Esto está ocurriendo intensamente en Apurímac donde se encuentra la mayor mina de cobre (Las Bambas). La discusión no son los derechos de contaminación de la mina sino sus derechos a explotar directamente los metales, incluyendo el cobre, con buenos precios actualmente, para ser vendido a las grandes mineras. Este tercer estamento también está asociado a otros aspectos criminales como es el cultivo de la coca y de las opiáceas (Cajamarca y Amazonas).

Estamos-s frente a un agudo proceso de diferenciación y desarrollo en el campo. Hay que reconocer que el sector más progresista en términos económicos, es la agricultura comercial y que es necesario apoyar a la agricultura familiar para que pueda aproximarse a este estamento. Con relación al tercer estamento hay que entender que se trata de un sector puramente informal y como se ha dicho, en algunos aspectos, asociado con la criminalidad. Su camino debería ser el de la proletarización, es decir, ser empleados por empresas mayores.