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MARTES 19 DE JULIO DE 1977

El martes, Lima amaneció como un día húmedo. Toda la noche había garuado y las calles estaban anegadas. No circulaban vehículos y comenzaron a agolparse nutridos grupos de obreros y jóvenes en las principales vías de comunicación de la ciudad capital. El ejército y la policía estaban emplazados en punto estratégicos. Allí se habían apostado en horas de la noch,e pues se había impuesto un régimen de toque de queda. Hubo pocos choques, pero algunos manifestantes perdieron la vida o resultaron lesionados. Ese día se efectuó la paralización nacional más importante en la historia del Perú. El gobierno del general Morales Bermúdez, anunció que el gobierno militar que él presidía, convocaba a una Asamblea Constituyente para iniciar la transición a un nuevo proceso electoral que restituyera la democracia en el país. En paralelo, el ministro del Interior Luis Cisneros Vizcarra, conocido como el Gaucho, anunciaba la promulgación del Decreto Supremo N° 10-77 que autorizó a las empresas privadas a despedir a 5,000 dirigentes sindicales, la flor y nata de la vanguardia sindicalista del país.

Poco menos de un año antes, el 28 de agosto de 1975, Francisco Morales Bermúdez, quién ocupaba la estratégica cartera del Ministerio de Defensa del gobierno militar, relevó al enfermo presidente Juan Velasco Alvarado. Lo hizo desde Tacna, donde se encontraba en la celebración anual por la recuperación de la ciudad heroica al seno de la patria. De acuerdo a las versiones más serias, a Morales Bermúdez le bastó tomarse algunos tragos, armarse de valor y, de acuerdo con las diversas alas del régimen militar, izquierda y derecha, hacer conocer al país que se iniciaba la segunda fase del gobierno militar. Pero los tiempos de la reforma habían terminado y comenzaban los de la contrarreforma. La situación económica se había complicado por el aumento en el precio del petróleo, el endeudamiento público y una política de controles de precios y subsidios que habían asfixiado a la caja fiscal. Era el tiempo en que había que renegociar con los acreedores y aceptar las duras condiciones que demandaba el Fondo Monetario Internacional (FMI) para recuperar la disciplina fiscal. Para hacer efectivo el programa de ajuste y estabilización contenido en la Carta de Intención firmada con el FMI, se nombró a un ministro civil en la cartera de Economía, Luis Barúa Castañeda, que procedía del mundo de la banca multilateral. Barúa inauguró en el Perú, la práctica de los paquetazos, medidas de recorte de subsidios que incidieron sobre los niveles de precios y la carestía que se observaba en todo el país.

Ese mismo año, la Federación de Trabajadores de Compañías de Seguros (FETCOS) que trataba de emular a la exitosa Federación Bancaria, constituyó una nueva Junta Directiva que pasó a presidirla Eloy Torrejón, un agente de seguros de la Cía. Popular y Porvenir de propiedad estatal; un arequipeño recio con un gran carisma y determinación. Integré su Junta como Secretario de Prensa y Propaganda. En el local institucional, una sala ubicada en el segundo piso del edificio Atlas, nombre de la Cía. de Seguros en que laboraba, con puerta de calle a la avenida Lampa, se desarrollaban las asambleas de la Federación. En una de ellas se acordó efectuar un paro de brazos caídos contra las medidas adoptadas por el ministro Barúa. El paro se cumplió exitosamente.

El año 1977 el deterioro económico fue en aumento, a lo que se sumaron medidas de reforma antilaborales. Barúa fue sustituido por Walter Piazza, un acaudalado constructor que estaba empeñado en avanzar en el programa de ajuste y estabilización. Así, se aprobó un nuevo paquete de medidas. Sin embargo, estas últimas medidas fueron un detonante para que, en el interior del país, comenzaran a producirse paralizaciones e intensas movilizaciones. Esto ocurrió en Cusco, Tacna, Ayacucho, Arequipa, Huancavelica, Huancayo, Trujillo y, finalmente, en Lima. En estas movilizaciones participaban sindicatos, estudiantes, pobladores, transportistas y pequeños comerciantes.

A fines de junio se reunieron cinco organizaciones sindicales independientes de las centrales de trabajadores. Se trataba de las federaciones de Luz y Fuerza, de Gráficos, de Sedapal, la FETCOS y la CTRP-Lima. La idea era articular una respuesta gremial y contundente para doblegar la ofensiva del gobierno militar y, sin ser explícitos, darle una salida política al país. Estos gremios constituyeron el Comando Unitario de Lucha (CUL). Invitaron a los otros gremios a sumarse a la iniciativa. La CGTP, que era la principal central del país y cuyo secretario general era un empleado bancario, se resistía a un enfrentamiento frontal con el gobierno, con la idea de que este continuaría con las reformas de la primera fase, aun cuando los más connotados líderes de la izquierda militar para ese momento, ya estaban fuera del gobierno. Por su parte, el fortalecido gremio magisterial, el SUTEP, intentaba por todos los medios actuar desde una plataforma alternativa, el denominado Comité de Coordinación y Unificación Sindical Clasista (CCUSC) y apoyarse en formaciones regionales, como los frentes de defensa de distintos pueblos.

En una sesión del CUL en el local del sindicato de SEDAPAL nos animamos a redactar la convocatoria a un paro nacional para el 19 de julio. El documento era breve y preciso en sus reivindicaciones y tuvo mucha acogida. Ninguna de las fuerzas centrífugas objetó sus términos y pronto comenzó a circular. El siguiente paso fue conformar un cuerpo directivo del CUL para la eventual negociación con el gobierno. El fin de semana previo al paro, se sabía que venía con fuerza en Lima y en las capitales más importantes del país. Se consideró que era necesario resguardar a los miembros del CUL de una posible redada. Recuerdo que nos convocaron en la Plaza Dos de Mayo y subimos a un Volkswagen que enrumbó por la avenida Venezuela en Breña. Nos detuvimos en un lugar donde había un pasaje que conducía a una calle paralela donde nos esperaba otro vehículo que nos llevó a nuestro destino final. Para mi sorpresa, era un chalet en Jesús María dentro de una quinta, en la cual nos recibió mi ex concuñado que vivía con su nueva familia y nos alojó esa noche. No pasó nada y al amanecer nos dimos cuenta de que las negociaciones marchaban por otro lado y en ellas tenía la voz cantante la CGTP. Decidimos abandonar el refugio. Por mi parte me desplacé para encontrarme con otros compañeros y observar en directo, como se desenvolvía la paralización.

En los días siguientes, los dirigentes sindicales, entre los que me encontraba, fueron despedidos de sus trabajos. Vendría entonces la lucha por la reposición de los dirigentes despedidos, aunque muy pocos lo consiguieron. Los días 27-28 de febrero de 1978, se convocó un nuevo paro, esta vez de dos días. El primer día fue fuerte, pero decayó al segundo día. Perú continuaba en estado de emergencia y con toque de queda. Además, las fuerzas políticas ya habían entrado en la dinámica de la convocatoria a la Asamblea Constituyente. El 18 de junio se realizaron las elecciones en las cuales el APRA consiguió la mayoría y la izquierda una representación significativa. Acción Popular se abstuvo de participar y ganaría las elecciones generales de 1980.

A pesar de los estragos que causó en la vanguardia sindical, el 19 de julio de 1977 fue una gran lección y la corrección de un rumbo. Nada hubiera sido igual sin el 19 de julio por lo que vale la pena recordar esta gesta laboral y cívica como parte de nuestra historia.