Es muy baja la bancarización o inclusión financiera en el ámbito rural. Aunque las estadísticas de la SBS no permiten visibilizar y cuantificar la brecha, es sabido que son los pobladores del campo los que menos usan los servicios financieros en nuestro país. Ésta podría ser una de las causas de la falta de dinamismo de muchas regiones interiores. Pero ¿qué necesitan los productores agrarios y la población rural del sistema financiero?
Necesitan de un lugar en que puedan depositar todo excedente monetario convertido en ahorro, para poder atender necesidades futuras. Ese lugar debe ser seguro y debe remunerar el esfuerzo con una tasa de interés que permita preservar y acrecentar el valor del dinero.
Que a través de ese mismo lugar, puedan ordenar pagos y transferencias fuera de su localidad, o efectuar pagos sin disponer de efectivo, con el riesgo de ser víctima de un robo o un engaño.
Que en ese mismo lugar, puedan obtener recursos mayores a sus ahorros, sea para enfrentar una contingencia, o disponer de fondos para aumentar o mejorar las actividades que le proporcionan ingresos. Como sujetos de crédito, el productor agrario y el poblador rural, pueden aprovechar oportunidades.
Además, que en ese mismo lugar, puedan obtener recursos que les permitan adquirir o ampliar sus activos como la tierra, el ganado, las plantaciones, instalaciones, maquinas y herramientas, y poderlos pagar en plazos prolongados, distribuyendo en el tiempo el valor de dichos bienes.
Que los recursos de corto, mediano y largo plazo que sean demandados, sean entregados con tasas de interés razonables, que acerquen el costo del dinero en nuestro país a estándares mundiales.
Cuando todos estos servicios convergen, podemos hablar de una población bancarizada y de inclusión financiera. Los productores agrarios y los pobladores del campo se convierten así en clientes de un banco y lo consideran suyo porque saben que los acompañará en el tiempo. Los clientes necesitan del banco y los bancos de los clientes. Esa es una situación mutuamente provechosa y que se construye en el tiempo, con base en confianza.
¿Por qué los bancos privados no están en el campo para atender a esos productores agrarios y pobladores rurales?
Lo mismo nos preguntábamos en los años 80’ cuando surgió el movimiento de microfinanzas abanderado por las cajas municipales. Hoy son más de 30 entidades microfinancieras que atienden a la población de menores ingresos en las ciudades. Los bancos se disputan el control directo de estos clientes o indirecto, comprando a estas entidades microfinancieras.
Si era costoso y complicado operar con pequeños productores de las ciudades que están concentrados espacialmente y por lo general, cuentan con mayor educación y oportunidades que sus similares del campo, no es extraño que el proceso de crecimiento de los servicios financieros avance lentamente en el ámbito rural.
Desconociendo a los pobladores del campo, con escasa información sobre su flujo de caja y con altos costos para intercambiar documentos y dinero, es comprensible que este proceso demande un esfuerzo de nueva especialización y un accionar sostenido. Es esencialmente un tema de continuidad y sostenibilidad.
Las decisiones tendientes a tomar atajos aumentando las colocaciones sin el desarrollo de capacidad institucional y relaciones de confianza con los productores agrarios y pobladores rurales, han tenido resultados penosos y contraproducentes que han aumentado las reservas por parte del sistema financiero. Un atajo es insistir en un banco, que apenas es un fondo limitado y medianamente especializado, de canalización de recursos del Estado. Eso es el actual AGROBANCO.
Una opción alternativa es utilizar la plataforma creada a partir de esta entidad para fundar un verdadero banco, asociado a entidades financieras de primer nivel mundial, a las entidades microfinancieras con las que antes que competir debería complementarse, y convocando a este esfuerzo a las empresas y organizaciones de los productores.
No hay mejor banco que el propio. Y para el campo peruano no hay mejor banco que aquel en que se reúnen todos los actores relevantes del ámbito agrario y rural. Construir un banco así, es contribuir decididamente al fortalecimiento institucional del mundo rural. Ese es un proyecto nacional que vale la pena.
Que a través de ese mismo lugar, puedan ordenar pagos y transferencias fuera de su localidad, o efectuar pagos sin disponer de efectivo, con el riesgo de ser víctima de un robo o un engaño.
Que en ese mismo lugar, puedan obtener recursos mayores a sus ahorros, sea para enfrentar una contingencia, o disponer de fondos para aumentar o mejorar las actividades que le proporcionan ingresos. Como sujetos de crédito, el productor agrario y el poblador rural, pueden aprovechar oportunidades.
Además, que en ese mismo lugar, puedan obtener recursos que les permitan adquirir o ampliar sus activos como la tierra, el ganado, las plantaciones, instalaciones, maquinas y herramientas, y poderlos pagar en plazos prolongados, distribuyendo en el tiempo el valor de dichos bienes.
Que los recursos de corto, mediano y largo plazo que sean demandados, sean entregados con tasas de interés razonables, que acerquen el costo del dinero en nuestro país a estándares mundiales.
Cuando todos estos servicios convergen, podemos hablar de una población bancarizada y de inclusión financiera. Los productores agrarios y los pobladores del campo se convierten así en clientes de un banco y lo consideran suyo porque saben que los acompañará en el tiempo. Los clientes necesitan del banco y los bancos de los clientes. Esa es una situación mutuamente provechosa y que se construye en el tiempo, con base en confianza.
¿Por qué los bancos privados no están en el campo para atender a esos productores agrarios y pobladores rurales?
Lo mismo nos preguntábamos en los años 80’ cuando surgió el movimiento de microfinanzas abanderado por las cajas municipales. Hoy son más de 30 entidades microfinancieras que atienden a la población de menores ingresos en las ciudades. Los bancos se disputan el control directo de estos clientes o indirecto, comprando a estas entidades microfinancieras.
Si era costoso y complicado operar con pequeños productores de las ciudades que están concentrados espacialmente y por lo general, cuentan con mayor educación y oportunidades que sus similares del campo, no es extraño que el proceso de crecimiento de los servicios financieros avance lentamente en el ámbito rural.
Desconociendo a los pobladores del campo, con escasa información sobre su flujo de caja y con altos costos para intercambiar documentos y dinero, es comprensible que este proceso demande un esfuerzo de nueva especialización y un accionar sostenido. Es esencialmente un tema de continuidad y sostenibilidad.
Las decisiones tendientes a tomar atajos aumentando las colocaciones sin el desarrollo de capacidad institucional y relaciones de confianza con los productores agrarios y pobladores rurales, han tenido resultados penosos y contraproducentes que han aumentado las reservas por parte del sistema financiero. Un atajo es insistir en un banco, que apenas es un fondo limitado y medianamente especializado, de canalización de recursos del Estado. Eso es el actual AGROBANCO.
Una opción alternativa es utilizar la plataforma creada a partir de esta entidad para fundar un verdadero banco, asociado a entidades financieras de primer nivel mundial, a las entidades microfinancieras con las que antes que competir debería complementarse, y convocando a este esfuerzo a las empresas y organizaciones de los productores.
No hay mejor banco que el propio. Y para el campo peruano no hay mejor banco que aquel en que se reúnen todos los actores relevantes del ámbito agrario y rural. Construir un banco así, es contribuir decididamente al fortalecimiento institucional del mundo rural. Ese es un proyecto nacional que vale la pena.