En política se califica el comportamiento oportunista como aquel que es capaz de dejar de lado principios fundamentales o en último término, renuncia a orientarse por algún principio. Como diría Groucho Marx, «estos son mis principios, si no le gustan tengo otros». El oportunismo se confunde con el pragmatismo atribuyéndoles como virtud, la flexibilidad, la adaptación al cambio y la tolerancia que son propios de la democracia. Pero sin principios fundamentales, ¿qué sería la propia democracia? Un principio tan fundamental como mis derechos terminan donde comienzan los de otros, se transgrede cuando se desconocen los derechos de los demás o se pretende que los derechos o la forma particular de ver el mundo, es más válida que la de otros. Al final, el oportunismo no es sino una forma de actuar para alcanzar un beneficio particular o de grupo perjudicando a otros o a todos los demás.
En la economía, sobre todo en su vertiente conductual, la idea del comportamiento oportunista explica muchos de los problemas especialmente en las transacciones (Oliver Williamson). Decimos con frecuencia, que hay determinadas normas o decisiones que crean incentivos para el comportamiento oportunista. Y este va desde la simple interpretación a nuestro favor de algún resquicio legal o contractual no suficientemente definido, la infracción leve de las normas y usos hasta el delito. Si las penas y la posibilidad de aplicarlas son muy bajas como lo advirtió Gary Becker, si la desaprobación social es leve, más personas tendrán un comportamiento oportunista.
Adam Smith sostenía que las personas buscando su interés personal, ponían en movimiento ese extraordinario mecanismo que es el mercado, la división del trabajo, la especialización, el desarrollo de las fuerzas productivas y el progreso. El problema es cuando el interés personal o de grupo –agreguemos- se desborda y lejos de favorecer a los demás permitiéndoles acceder a más riqueza, se apropia de ella. Para evitarlo, las sociedades deben contener ese impulso natural hobbiano con instituciones sociales, la familia, la comunidad, la escuela, el Estado. De la calidad de estas instituciones depende que se controle el oportunismo humano y en consecuencia, se reduzca los costos de transacción. Es decir, que el mercado articule las acciones de los individuos y permita crear más riqueza y bienestar.
El problema fundamental es que las instituciones somos las mismas personas. Si los comportamientos oportunistas han sido aceptados o tolerados por largo tiempo, es improbable que por su propio impulso, esto cambie de modo sustantivo. ¿Pueden cambiar las instituciones si no cambian las personas? ¿La sociedad tiene las reservas morales para cambiar a las personas de modo que cambien las instituciones? La experiencia histórica revela que esos cambios solo se producen por una conjunción de grandes jalones y liderazgos excepcionales. Volveré sobre el tema para ordenar mis ideas.