La mayoría de conflictos sociales en el Perú actual se originan en el daño o presunción de daño que algunas inversiones de envergadura ocasionarían sobre una comunidad de individuos que han adquirido o ejercen derechos de usufructo sobre un espacio determinado. Este puede ser el caso de las minas Conga en Cajamarca, de la minería aurífera en Madre de Dios, del proyectado puerto de Ancón o de los transportistas obligados a cambiar de ruta porque compiten con el Metropolitano en Lima. El tratamiento de estos temas fue formalizado desde la ciencia económica, por Ronald Coase en un artículo publicado en 1960, denominado “El Problema del Costo Social”*.
He mencionado cuatro casos aparentemente sin conexión. En el primero una empresa pretende efectuar la mayor inversión minera en el país pero enfrenta la resistencia de la población local que siente amenazadas sus fuentes de agua para consumo humano, animal y vegetal. La empresa minera ha obtenido la concesión de los yacimientos pero la ocupación humana en el lugar se pierde en el tiempo. En el segundo caso referido, un gran número de pequeños mineros informales y algunos no tan pequeños, sin ningún título que los respalde, llevan instalados años en medio del bosque, destruyendo la foresta y contaminando los ríos. Se estima que son más de 30 mil los individuos que viven de esta actividad. Su accionar daña a las poblaciones nativas que no han sido involucradas en el negocio, afectan a áreas naturales protegidas por el Estado y sus efectos alcanzan a una gran población dispersa con escasa capacidad de resistencia y presión.
En el tradicional y algo venido a menos balneario de Ancón, uno de los mayores grupos empresariales nacionales se empeñó en construir un puerto alterno al Callao. Esta idea fue combatida y finalmente derrotada por una movilización de vecinos, principalmente veraneantes con no pocos recursos, y con el resto de la población al parecer dividida como resultado de la campaña e incentivos de la empresa portuaria. Los transportistas finalmente, llevan muchos años contribuyendo a la saturación de las vías públicas, a la contaminación del ambiente y prestando un servicio deficiente. Tienen las licencias para circular y se sienten agredidos por la pretensión del Municipio de de Lima, no por decisión de esta administración, de excluirlos de las rutas contiguas al Metropolitano.
Como se aprecia en los casos citados, los derechos reconocidos o no, ejercidos o reclamados, pueden serlo por empresas poderosas, por comunidades de agricultores o poblaciones rurales, por veraneantes, mineros de ocasión, o dueños y operadores de cousters o combis. Pero ¿cómo se forma el derecho? En la tradición jurídica, si se prueba que un derecho ha existido y se ha ejercido durante cierto número de años sin oposición, la ley debería presumir que tuvo un origen legal. Esa es la base de la prescripción adquisitiva de dominio.
En cualquiera de los casos mencionados, un observador lejano puede desarrollar simpatías por una las partes en el conflicto y antipatías por la otra, dependiendo de sus expectativas, intereses y la forma como los medios de comunicación modelan la opinión pública. Algunos observadores están interesados en que haya más inversión, trabajo e impuestos; para otros será más importante la conservación del medio ambiente y la defensa de ciertas formas de vida tradicionales sea en la orilla de la laguna El Perol en Celendín, o a orillas del mar en Ancón, al norte de Lima.
En este punto, Coase introdujo un concepto disruptivo. El señalaba que en todos los conflictos como los que hemos mencionado, los problemas son de naturaleza recíproca. Esto significa en pocas palabras que para Yanacocha la dificultad para hacer minería en el Perú es porque las poblaciones están en el lugar inadecuado; en Madre de Dios el problema es que al Estado teniendo tantos lugares donde crear áreas naturales protegidas, se le ocurrió hacerlo en donde hay oro; para Santa Sofía Puertos (grupo Romero), los veraneantes nostálgicos no terminaron de convencerse de que Ancón no da más como balneario; y los transportistas están espantados porque el Municipio pretenda imponer un monopolio para racionalizar el servicio público de transporte. Es decir, cada parte invoca alguna razón o argumento para justificar su pretensión y ser respaldado por los medios de comunicación, los parlamentarios o el Ejecutivo. Por cierto que todos no tienen el mismo empuje ni los medios para imponer su punto de vista.
Y aquí aparece una segunda idea importante que ha sido llamada el teorema de Coase. Si la economía fuera de competencia perfecta tal como la define la teoría clásica, y todos los agentes fueran racionales como se pretende, deberían decidirse por aquella actividad o actividades que permiten alcanzar el mayor producto social. En esa economía, no hay costos de transacción y por tanto, no hay costos para ponerse de acuerdo. Y en consecuencia, no tendríamos por qué esperar que Yanacocha no pudiera entenderse con el Padre Arana. Pero como esa economía no existe en la realidad, y hay costos de transacción, entonces hay agentes que no son racionales. Esto es enteramente verdad, pero en términos de la denominada racionalidad económica de la teoría económica clásica y no de la racionalidad limitada que proponía Simon.
Una tercera idea de Coase es que habiendo costos de transacción, las partes de un conflicto podrían encontrar la mejor solución económica procurando un acuerdo por el cual se desarrolle la actividad que genera más beneficios económicos, que parte de esos beneficios sean empleados para compensar a la otra parte de modo que esta última pudiera aplicar sus recursos a otras actividades con lo cual el resultado final agregado sería superior. Por ejemplo, y siguiendo a Coase, Yanacocha debería pagarle a los habitantes que serían afectados por la actividad de la mina, lo suficiente para que dejen de hacer agricultura o ganadería en las inmediaciones y se dediquen a otra actividad en otro lugar, y Santa Sofía Puertos debía financiar la instalación de los anconeños en algún otro balneario. En estos dos casos, es comprensible que por el tamaño de las inversiones estas empresas podrían haber tentado este tipo de solución.
Es menos claro en el caso de Madre de Dios donde los márgenes son menores para los mineros informales y sería difícil que estos pudieran hacer una bolsa para que el Estado cambie la localización del área natural protegida o pueda ejecutar acciones para compensar la contaminación. A la inversa, el Estado podría ofrecerles a estos mineros un nuevo emplazamiento donde su accionar no fuera tan dañino pero es dudoso que encuentre uno que sea atractivo para estos mineros. Y en Lima, los transportistas pueden insistir con la Municipalidad en el sentido que se les reconozca una presencia en las rutas en disputa con menor frecuencia además de entregarles rutas compensatorias, y del lado de la Municipalidad, se les ofrezca otros beneficios complementarios.
Probablemente muchos de estos arreglos de conseguirse, representen mayor valor de producción final. Pero también es probable que estos arreglos que pueden ser los mejores en términos económicos, no lo sean por otras razones. Y es que al negociar estos arreglos no intervienen sólo factores económicos, también culturales, ambientales o políticos. En tal caso probablemente no se alcanzará la máxima producción posible con los recursos disponibles, que influyen las inversiones comprometidas. Esto afectará al bienestar económico al que se refería Pigou que es la medida más importante y usada. Pero el bienestar económico siendo extremadamente importante e influyente, no represente el bienestar total.
En el contexto en que Coase propuso sus ideas, aún no habían madurado las preocupaciones ambientalistas aunque todos los economistas clásicos eran conscientes que uno de los problemas observables en las preferencias de los consumidores es que los mismos bienes valen más en el presente que en el futuro. Pigou** escribió “Hablando en términos generales, todo el mundo prefiere goces o satisfacciones presentes de una magnitud dada, a goces o satisfacciones futuras de idéntica magnitud, aunque estén perfectamente convencidos de que estas últimas se realizarán. Esta preferencia por el goce presente no implica (la idea es contradictoria en sí) que un goce actual, de una dada magnitud, sea algo mayor que un goce futuro de idéntica magnitud. Implica solamente que nuestras facultades de previsión lejana son defectuosas, y que vislumbramos los goces futuros como si en realidad fuesen menores. Que esto es así, lo demuestra el hecho que se siente exactamente la misma disminución cuando, sin contar nuestra tendencia natural a olvidar los recursos desagradables, contemplamos el pasado”.
Sin embargo, vale la pena concluir esta reseña con la idea final que cierra el artículo de Coase: “Sería deseable –dice- que las únicas acciones desarrolladas fueran aquellas en las que lo que se ganase valiera más que lo que se perdiese. Pero al elegir entre arreglos sociales dentro del contexto de cuáles son las decisiones individuales que se toman, debemos tener en mente que un cambio del sistema existente que conduzca a un mejoramiento en algunas decisiones puede muy bien conducir a un empeoramiento en otras. Además, debemos considerar los costos involucrados en la operación de los distintos arreglos sociales (ya sea el funcionamiento de un mercado o de un departamento de gobierno), como también los costos que demandará cambiar a un nuevo sistema. Al diseñar y elegir entre arreglos sociales debemos considerar el efecto total. Este es el cambio de enfoque que estoy proponiendo”.
En el tradicional y algo venido a menos balneario de Ancón, uno de los mayores grupos empresariales nacionales se empeñó en construir un puerto alterno al Callao. Esta idea fue combatida y finalmente derrotada por una movilización de vecinos, principalmente veraneantes con no pocos recursos, y con el resto de la población al parecer dividida como resultado de la campaña e incentivos de la empresa portuaria. Los transportistas finalmente, llevan muchos años contribuyendo a la saturación de las vías públicas, a la contaminación del ambiente y prestando un servicio deficiente. Tienen las licencias para circular y se sienten agredidos por la pretensión del Municipio de de Lima, no por decisión de esta administración, de excluirlos de las rutas contiguas al Metropolitano.
Como se aprecia en los casos citados, los derechos reconocidos o no, ejercidos o reclamados, pueden serlo por empresas poderosas, por comunidades de agricultores o poblaciones rurales, por veraneantes, mineros de ocasión, o dueños y operadores de cousters o combis. Pero ¿cómo se forma el derecho? En la tradición jurídica, si se prueba que un derecho ha existido y se ha ejercido durante cierto número de años sin oposición, la ley debería presumir que tuvo un origen legal. Esa es la base de la prescripción adquisitiva de dominio.
En cualquiera de los casos mencionados, un observador lejano puede desarrollar simpatías por una las partes en el conflicto y antipatías por la otra, dependiendo de sus expectativas, intereses y la forma como los medios de comunicación modelan la opinión pública. Algunos observadores están interesados en que haya más inversión, trabajo e impuestos; para otros será más importante la conservación del medio ambiente y la defensa de ciertas formas de vida tradicionales sea en la orilla de la laguna El Perol en Celendín, o a orillas del mar en Ancón, al norte de Lima.
En este punto, Coase introdujo un concepto disruptivo. El señalaba que en todos los conflictos como los que hemos mencionado, los problemas son de naturaleza recíproca. Esto significa en pocas palabras que para Yanacocha la dificultad para hacer minería en el Perú es porque las poblaciones están en el lugar inadecuado; en Madre de Dios el problema es que al Estado teniendo tantos lugares donde crear áreas naturales protegidas, se le ocurrió hacerlo en donde hay oro; para Santa Sofía Puertos (grupo Romero), los veraneantes nostálgicos no terminaron de convencerse de que Ancón no da más como balneario; y los transportistas están espantados porque el Municipio pretenda imponer un monopolio para racionalizar el servicio público de transporte. Es decir, cada parte invoca alguna razón o argumento para justificar su pretensión y ser respaldado por los medios de comunicación, los parlamentarios o el Ejecutivo. Por cierto que todos no tienen el mismo empuje ni los medios para imponer su punto de vista.
Y aquí aparece una segunda idea importante que ha sido llamada el teorema de Coase. Si la economía fuera de competencia perfecta tal como la define la teoría clásica, y todos los agentes fueran racionales como se pretende, deberían decidirse por aquella actividad o actividades que permiten alcanzar el mayor producto social. En esa economía, no hay costos de transacción y por tanto, no hay costos para ponerse de acuerdo. Y en consecuencia, no tendríamos por qué esperar que Yanacocha no pudiera entenderse con el Padre Arana. Pero como esa economía no existe en la realidad, y hay costos de transacción, entonces hay agentes que no son racionales. Esto es enteramente verdad, pero en términos de la denominada racionalidad económica de la teoría económica clásica y no de la racionalidad limitada que proponía Simon.
Una tercera idea de Coase es que habiendo costos de transacción, las partes de un conflicto podrían encontrar la mejor solución económica procurando un acuerdo por el cual se desarrolle la actividad que genera más beneficios económicos, que parte de esos beneficios sean empleados para compensar a la otra parte de modo que esta última pudiera aplicar sus recursos a otras actividades con lo cual el resultado final agregado sería superior. Por ejemplo, y siguiendo a Coase, Yanacocha debería pagarle a los habitantes que serían afectados por la actividad de la mina, lo suficiente para que dejen de hacer agricultura o ganadería en las inmediaciones y se dediquen a otra actividad en otro lugar, y Santa Sofía Puertos debía financiar la instalación de los anconeños en algún otro balneario. En estos dos casos, es comprensible que por el tamaño de las inversiones estas empresas podrían haber tentado este tipo de solución.
Es menos claro en el caso de Madre de Dios donde los márgenes son menores para los mineros informales y sería difícil que estos pudieran hacer una bolsa para que el Estado cambie la localización del área natural protegida o pueda ejecutar acciones para compensar la contaminación. A la inversa, el Estado podría ofrecerles a estos mineros un nuevo emplazamiento donde su accionar no fuera tan dañino pero es dudoso que encuentre uno que sea atractivo para estos mineros. Y en Lima, los transportistas pueden insistir con la Municipalidad en el sentido que se les reconozca una presencia en las rutas en disputa con menor frecuencia además de entregarles rutas compensatorias, y del lado de la Municipalidad, se les ofrezca otros beneficios complementarios.
Probablemente muchos de estos arreglos de conseguirse, representen mayor valor de producción final. Pero también es probable que estos arreglos que pueden ser los mejores en términos económicos, no lo sean por otras razones. Y es que al negociar estos arreglos no intervienen sólo factores económicos, también culturales, ambientales o políticos. En tal caso probablemente no se alcanzará la máxima producción posible con los recursos disponibles, que influyen las inversiones comprometidas. Esto afectará al bienestar económico al que se refería Pigou que es la medida más importante y usada. Pero el bienestar económico siendo extremadamente importante e influyente, no represente el bienestar total.
En el contexto en que Coase propuso sus ideas, aún no habían madurado las preocupaciones ambientalistas aunque todos los economistas clásicos eran conscientes que uno de los problemas observables en las preferencias de los consumidores es que los mismos bienes valen más en el presente que en el futuro. Pigou** escribió “Hablando en términos generales, todo el mundo prefiere goces o satisfacciones presentes de una magnitud dada, a goces o satisfacciones futuras de idéntica magnitud, aunque estén perfectamente convencidos de que estas últimas se realizarán. Esta preferencia por el goce presente no implica (la idea es contradictoria en sí) que un goce actual, de una dada magnitud, sea algo mayor que un goce futuro de idéntica magnitud. Implica solamente que nuestras facultades de previsión lejana son defectuosas, y que vislumbramos los goces futuros como si en realidad fuesen menores. Que esto es así, lo demuestra el hecho que se siente exactamente la misma disminución cuando, sin contar nuestra tendencia natural a olvidar los recursos desagradables, contemplamos el pasado”.
Sin embargo, vale la pena concluir esta reseña con la idea final que cierra el artículo de Coase: “Sería deseable –dice- que las únicas acciones desarrolladas fueran aquellas en las que lo que se ganase valiera más que lo que se perdiese. Pero al elegir entre arreglos sociales dentro del contexto de cuáles son las decisiones individuales que se toman, debemos tener en mente que un cambio del sistema existente que conduzca a un mejoramiento en algunas decisiones puede muy bien conducir a un empeoramiento en otras. Además, debemos considerar los costos involucrados en la operación de los distintos arreglos sociales (ya sea el funcionamiento de un mercado o de un departamento de gobierno), como también los costos que demandará cambiar a un nuevo sistema. Al diseñar y elegir entre arreglos sociales debemos considerar el efecto total. Este es el cambio de enfoque que estoy proponiendo”.
*Publicado originalmente en Journal of Law and Economics, se afirma que es el artículo más citado de la literatura económica. El antecedente es el artículo “La Comisión Federal de Comunicaciones” (1959) y es completado por “Notas sobre el problema del coste social” publicado en el volumen “The Firm, The Market, and The Law” (1988).
**A.C Pigou, “La Economía del Bienestar”, Aguilar, Madrid, 1946, p.21