El actual entrampamiento económico de Estados Unidos y Europa, sería el resultado de problemas estructurales de sus economías que tienen un inevitable impacto global. Así la naturaleza de la crisis no podría ser explicada exclusiva ni principalmente por los excesos del sector financiero, inmobiliario o fiscal sino debe ser rastreada en la producción y el consumo, que son los fundamentos reales de la economía. Esta idea central es compartida por dos autores, Schuldt y Stiglitz. El diagnóstico es similar en ambos análisis pero la causa principal difiere.
El domingo 2 de Octubre, el diario La República entrevistó a Jürgen Schuldt, reconocido economista e investigador de la Universidad del Pacífico, a propósito de la reciente publicación de su libro “Trasfondo estructural y sociopolítico de la crisis estadounidense”. No he tenido aún oportunidad de leer este libro y espero hacerlo pronto, pero me parece interesante resaltar algunas de las tesis expuestas en la referida entrevista y compararlas con un artículo de Joseph E. Stiglitz “Cómo salvar de la Crisis” reproducido por la revista Caretas N° 2201 del jueves 6 de Octubre, en la misma semana.
Tanto Schuldt como Stiglitz atribuyen en último término, la pérdida de dinamismo en las economías más desarrolladas del mundo al subconsumo. Esta idea contradice el pilar mismo de la teoría neoclásica, la llamada ley de Say, según la cual la oferta crea su propia demanda. Cada nuevo producto en el mercado se convierte en demanda a través del pago de los factores productivos. El mercado ajusta y equilibra ambos términos.
Entre las explicaciones que propuso Marx a la crisis del capitalismo, la tesis del subconsumo ocupaba un rol muy importante. Keynes y sus seguidores advirtieron el mismo desfase y concluyeron que los mercados tardaban en ajustarse ocasionando graves daños a los agentes económicos. De este modo se postuló la intervención del Estado para amortiguar y corregir estos desajustes que eran parte de los ciclos económicos.
El subconsumo explica Schuldt, se origina en la distribución cada vez más regresiva de la riqueza. Los ricos no pueden sustituir el consumo masivo lo que limita las oportunidades de inversión y afecta la tasa de ganancia del capital. En la entrevista se afirma que a partir de los años 70 asistimos a una onda larga (ciclo Kondratieff) que podría llamarse fallida pues no habría alcanzado el impulso de las revoluciones tecnológicas schumpeterianas como la revolución industrial del siglo XIX, la revolución de los barcos y ferrocarriles a vapor, la del automóvil.
Respondiendo al entrevistador, Schuldt sostiene que la esperanza que se creó en torno a “la nueva economía” (telecomunicaciones, informática y robótica) se esfumó con “la reventazón de la burbuja tecnológica del ‘dot.com’ que se pinchó en el año 2001”. La onda larga habría tenido así un bajo impulso desde la producción pero habría sido cogida con fuerza por el capital financiero. Concluye señalando que “hasta que no se dé una revolución tecnológica, no se va a recuperar Estados Unidos ni Europa”.
En este punto la aproximación de Stiglitz difiere. Este contestatario premio Nobel sostiene en el artículo referido, que los “Estados Unidos y el mundo fueron víctimas de su propio éxito. El acelerado aumento de la productividad en el sector industrial superó el crecimiento de la demanda lo que supuso una reducción del nivel de empleo. Esto implicaba un desplazamiento de mano obra al sector de servicios”. Luego compara la situación con la provocada a inicios del siglo XX cuando el aumento veloz de la productividad agrícola desplazó trabajadores del campo a la ciudad.
Y agrega que el aumento de la desigualdad a nivel global que provocó este nuevo auge productivo, hizo que “los ingresos se trasladaran de personas que los gastan a personas que no los gastan (por lo que) la demanda agregada se redujo”.
En resumen, para ambos autores la demanda agregada se retrasó pero en un caso por insuficiencia en la revolución tecnológica y en el otro por su éxito.
Hablar de la caída de la demanda agregada es lo mismo que subconsumo. Schuldt añade que éste se presenta junto a la sobreproducción que se derivaría de la nueva división internacional del trabajo. La mayor parte de los trabajadores industriales se encuentran ahora en China y el sudeste asiático, la India y Rusia. Su productividad ha ido en aumento pero no en la misma proporción que sus ingresos. Esto último proporciona a estos países una ventaja comparativa, debilitan la base productiva de Estados Unidos y Europa y llevarían la brecha entre capacidad de producir y consumir a una escala superior. A fin de cuentas subconsumo y sobreproducción terminan siendo dos caras de la misma moneda.
Creo que ambos autores nos convocan a repensar la presente crisis no como un episodio de desajustes sino como un proceso de reordenamiento profundo y aún inconcluso. Las dos perspectivas críticas nos advierten que faltan piezas por ensamblar para tener una comprensión cabal de lo que está ocurriendo y requerimos de un nuevo marco conceptual para pensar el futuro de la economía global y el papel de los países, entre ellos el nuestro. Estas dos lecturas me han motivado fuertemente.
Tanto Schuldt como Stiglitz atribuyen en último término, la pérdida de dinamismo en las economías más desarrolladas del mundo al subconsumo. Esta idea contradice el pilar mismo de la teoría neoclásica, la llamada ley de Say, según la cual la oferta crea su propia demanda. Cada nuevo producto en el mercado se convierte en demanda a través del pago de los factores productivos. El mercado ajusta y equilibra ambos términos.
Entre las explicaciones que propuso Marx a la crisis del capitalismo, la tesis del subconsumo ocupaba un rol muy importante. Keynes y sus seguidores advirtieron el mismo desfase y concluyeron que los mercados tardaban en ajustarse ocasionando graves daños a los agentes económicos. De este modo se postuló la intervención del Estado para amortiguar y corregir estos desajustes que eran parte de los ciclos económicos.
El subconsumo explica Schuldt, se origina en la distribución cada vez más regresiva de la riqueza. Los ricos no pueden sustituir el consumo masivo lo que limita las oportunidades de inversión y afecta la tasa de ganancia del capital. En la entrevista se afirma que a partir de los años 70 asistimos a una onda larga (ciclo Kondratieff) que podría llamarse fallida pues no habría alcanzado el impulso de las revoluciones tecnológicas schumpeterianas como la revolución industrial del siglo XIX, la revolución de los barcos y ferrocarriles a vapor, la del automóvil.
Respondiendo al entrevistador, Schuldt sostiene que la esperanza que se creó en torno a “la nueva economía” (telecomunicaciones, informática y robótica) se esfumó con “la reventazón de la burbuja tecnológica del ‘dot.com’ que se pinchó en el año 2001”. La onda larga habría tenido así un bajo impulso desde la producción pero habría sido cogida con fuerza por el capital financiero. Concluye señalando que “hasta que no se dé una revolución tecnológica, no se va a recuperar Estados Unidos ni Europa”.
En este punto la aproximación de Stiglitz difiere. Este contestatario premio Nobel sostiene en el artículo referido, que los “Estados Unidos y el mundo fueron víctimas de su propio éxito. El acelerado aumento de la productividad en el sector industrial superó el crecimiento de la demanda lo que supuso una reducción del nivel de empleo. Esto implicaba un desplazamiento de mano obra al sector de servicios”. Luego compara la situación con la provocada a inicios del siglo XX cuando el aumento veloz de la productividad agrícola desplazó trabajadores del campo a la ciudad.
Y agrega que el aumento de la desigualdad a nivel global que provocó este nuevo auge productivo, hizo que “los ingresos se trasladaran de personas que los gastan a personas que no los gastan (por lo que) la demanda agregada se redujo”.
En resumen, para ambos autores la demanda agregada se retrasó pero en un caso por insuficiencia en la revolución tecnológica y en el otro por su éxito.
Hablar de la caída de la demanda agregada es lo mismo que subconsumo. Schuldt añade que éste se presenta junto a la sobreproducción que se derivaría de la nueva división internacional del trabajo. La mayor parte de los trabajadores industriales se encuentran ahora en China y el sudeste asiático, la India y Rusia. Su productividad ha ido en aumento pero no en la misma proporción que sus ingresos. Esto último proporciona a estos países una ventaja comparativa, debilitan la base productiva de Estados Unidos y Europa y llevarían la brecha entre capacidad de producir y consumir a una escala superior. A fin de cuentas subconsumo y sobreproducción terminan siendo dos caras de la misma moneda.
Creo que ambos autores nos convocan a repensar la presente crisis no como un episodio de desajustes sino como un proceso de reordenamiento profundo y aún inconcluso. Las dos perspectivas críticas nos advierten que faltan piezas por ensamblar para tener una comprensión cabal de lo que está ocurriendo y requerimos de un nuevo marco conceptual para pensar el futuro de la economía global y el papel de los países, entre ellos el nuestro. Estas dos lecturas me han motivado fuertemente.