En la lectura de su memoria al recibir el premio Nobel de Economía 1978, Herbert A. Simon invitaba a los economistas neoclásicos a trocar el modelo de referencia proveniente de las leyes del movimiento en la mecánica newtoniana para aprender de la biología evolutiva y específicamente, de la biología molecular. A ver las leyes de estructura cualitativa tanto como las explicaciones cuantitativas.La mayor parte de economistas hemos tenido fascinación por la precisión y belleza de los modelos desarrollados por la economía matemática. Los temas son descritos con símbolos matemáticos expresados en ecuaciones e identidades que forman la estructura de un modelo cuya resolución se obtiene con alguna técnica matemática avanzada.
Todo modelo es por definición, una simplificación de la realidad. Las variables que emplean no representan sino aquello que el teórico considera relevante. Para asignarles un papel en el modelo, para descartar otros factores o asignarles valores constantes, el modelo debe establecer una serie de supuestos. No importa cuán irreales sean esos supuestos, sostenía Milton Friedman quien también recibió el premio Nobel de Economía, si las predicciones del modelo se cumplen. Lo deseable es que el modelo sea todo lo simple que sea posible y no más complejo que no exista alguna técnica matemática con qué resolverlo.
La teoría subjetiva del valor desarrollada en el siglo XIX en oposición a la teoría del valor trabajo, se fundamentaba en el supuesto de la existencia de un homo economicus, un individuo cuya racionalidad era maximizar su utilidad como consumidor y los beneficios como productor. Estos individuos actuaban en el margen, en el punto donde se alcanzaba el óptimo. Aunque no siempre lo alcanzaran, actuaban de modo de lograrlo.
Cuando Alfred Marshall hizo la gran síntesis de la economía neoclásica, el comportamiento de los consumidores y de las empresas era descrito en elegantes modelos. De ellos se deducían las curvas de demanda y oferta, y el equilibrio en los mercados. Cuando Smith sugirió la metáfora de la mano invisible conduciendo el intercambio en el mercado, no imaginó que otros economistas describieran el equilibrio general como un sistema en el que todos sus componentes confluían en un equilibrio general que asemejaba al sistema Solar con sus diversas fuerzas en pugna.
Las predicciones del equilibrio general fueron en más de una oportunidad contradichas por la realidad y surgieron voces discrepantes, la más connotada sin duda, la de Keynes. Pero las refutaciones a los agregados macroeconómicos tuvieron escaso impacto en la microeconomía que se ocupaba del comportamiento económico de las personas y las organizaciones. Había una fractura entre estas dos aproximaciones al estudio de los fenómenos económicos y quedaba pendiente reunificar las teorías del mismo modo que en la física era necesario conciliar la teoría de la relatividad con la teoría cuántica.
Simon es un personaje excepcional. Nacido en 1916 y fallecido el 2001, desarrolló una vida dedicada a la investigación en campos diversos que incluyeron la política, sociología, psicología, administración, inteligencia artificial y por cierto la economía. El profesor Ricardo Crespo de la IAE Business School de Argentina, lo describe como el Leonardo Da Vinci del siglo XX. Me pareció inicialmente un poco exagerada la comparación pero después de conocer sus trabajos en programación en computación tuve que admitir que su aproximación no sólo fue teórica y multidisciplinaria sino también práctica.
En todas las disciplinas que abordó, su principal tema de interés fue conocer como las personas toman decisiones, individualmente o en organizaciones. El mismo remarcaba, las decisiones que se tomaban estaban influidas por la forma en que éstas eran adoptadas. De modo que ante situaciones similares dos o más personas u organizaciones como las empresas, podían seguir distintos procedimientos y en consecuencia, tomar decisiones diferentes. Así no habría un óptimo.
Quizás porque Simon no estaba comprometido o atrapado por la teoría económica neoclásica, le fue más fácil cuestionar sus supuestos más fuertes sobre el comportamiento de las personas. Emprendiendo y animando a otros investigadores, a reunir evidencia empírica sobre cómo se comportaban las personas para tomar las decisiones, comprobó que éstas no sólo tenían información insuficiente sino que no tenían la capacidad ni los medios para efectuar los cálculos sofisticados que se le atribuían, ni siquiera de actuar como si los hicieran. Por esta característica, describía que las personas actuaban con una racionalidad limitada (acotada). Las personas no tenían un comportamiento maximizador sino satisfaciente (satisficing), algo así como la mejor alternativa disponible.
Más aún, Simon y otros con él, propusieron una teoría de la empresa que la explica como un medio para adoptar decisiones complejas, y discutiendo el enfoque burocrático de la empresa desarrollado por Max Weber, sugería que “una decisión compleja es como una gran río que extrae de sus muchos tributarios las innumerables premisas que la componen. Son muchos los individuos y las unidades de la organización que contribuyen a toda gran decisión” (1962) (citado por el Dr. Fernando Estrada Gallego en Herbert A. Simon y la Economía Organizacional). En la empresa la regla de decisión no es la maximización sino alcanzar metas satisfactorias.
El tema de la organización por el cual Simon es reconocido como uno de los forjadores de la ciencia de la gestión, explica mejor la metáfora sobre la biología molecular que citamos al inicio de este artículo. En efecto, Simon percibe a la empresa como un organismo vivo, en cambio constante y tal vez lo más importante, en permanente aprendizaje. Él vivió gran parte de la revolución que produjo la computadora como un medio para organizar información, efectuar cálculo, acceder a otras fuentes de información y como medio de comunicación remota.
Pero la multiplicación de la información disponible ha hecho aún más angustioso el proceso de toma de decisión pues se tiene más información de la que se puede procesar. En consecuencia, se deben tomar decisiones informadas y la primera es escoger la información pertinente. Como los economistas neoclásicos, debemos elaborar modelos simplificados para apoyarnos en la toma de decisiones pero siendo consciente que siempre estaremos dejando algo importante en el camino.
Simon abrió el camino para volver a la microeconomía, al trabajo de investigación científica que permitiera modificar los modelos simplificadores de la economía neoclásica y nos provean modelos que representen mejor la realidad y sean consistentes con los hallazgos de disciplinas vecinas.