LAS MUJERES Y MI MADRE

La más grande transformación del siglo XX fue la liberación de la mujer y su incursión en diversas esferas de la vida pública, solo comparable con la fuerza y el ímpetu de la revolución francesa en el siglo XVIII, mayor a la revolución neolítica (VIII milenio a.C.), así como a la irrupción de las sociedades negras africanas con el fin de la colonización.

En pocos años, millones de mujeres se incorporaron a trabajos estables y permanentes en los que hicieron carrera. Ingresaron masivamente a las universidades y alcanzaron títulos, postgrados y destacadas posiciones académicas y empresariales. Se integraron a la policía y fuerzas armadas, al servicio diplomático, destacaron en las artes con nombre propio. Las mujeres conquistaron el derecho al sufragio, a ser candidatas y ocupar elevados cargos de representación o como funcionarias del Estado. Tomaron el control de su fecundidad con los modernos métodos anticonceptivos y una serie de derechos propios para no ser perjudicadas por la condición de maternidad, como días se descanso antes y después del parto, horas de lactancia y lactarios en los centros de trabajo, guarderías infantiles entre otras facilidades. El camino a la liberación de la fuerza laboral y creativa de la mujer se abría sin pausa día a día, conquistando derechos adicionales como la discriminación positiva y las cuotas de género.

Cierto que estos derechos no se conquistaron en todos los países del mundo y aun en muchos de ellos, especialmente en los musulmanes o los ortodoxos en Israel, el trato a las mujeres continúa siendo en lo esencial, similar al del medioevo. Estos odiosos retrasos también se registraron en las ciudades periféricas y zonas rurales de los países más desarrollados y con mayores libertades, como es el caso del Perú. Pero la atención a la mujer puso en evidencia historias poco conocidas o escondidas del escrutinio público. El abandono de los hogares por los supuestos padres proveedores, la presencia significativa de madres solteras, los embarazos adolescentes, la violencia física y psicológica recibida por las mujeres por parte de parejas, convivientes o esposos, el desprecio por el sistema de justicia (policías, fiscales y jueces) a las denuncias y demandas de las mujeres que parecían ser las culpables de estos malos tratos, y para coronar esta cadena de interminables sufrimientos, los feminicidios que una vez ingresados y diferenciados en las estadísticas de criminalidad, mostraron cifras de espanto que iban siempre en aumento.

Mi madre quiso estudiar para ser enfermera. Tenía una envidiable sangre fría que la habilitaba para enfrentar las mayores tragedias, característica que no fue heredada por ninguno de sus tres hijos. Mi padre se opuso con el argumento de que no trabajaría bañando y limpiando a ancianos. Al casarse, dejó de trabajar pues mi padre se lo pidió y, ella se dedicó por entero a las labores de la casa en las que desarrolló una extraordinaria habilidad en la cocina, lo que era la delicia de todos los miembros de la familia. Para las labores de casa contaba con la importante ayuda de una joven que se hacía cargo de la limpieza, ayudaba con la preparación de los platos y en la crianza de los hijos. En ese tiempo, este servicio era conocido como el de la “muchacha”. La única función pública que recuerdo ejerció mi madre, fue el de personera del Frente Nacional de Juventudes Democráticas que sostenía la candidatura de Fernando Belaunde. Este Frente se convertiría en Acción Popular. Ese año, el de 1956, fue la primera vez que emitió un voto, derecho que por primera vez ejercían las mujeres en el Perú.

Mi madre llevó la fiesta en paz con su esposo y sus hijos. Con sus maneras suaves, nunca levantó la voz, no tuve oportunidad de observar que discutiera, aunque en algunos raros momentos la vi mudar su cara por una expresión silenciosamente colérica. A pesar de su parquedad, mi madre influyó decisivamente en nuestra educación y sobre todo en formar nuestro carácter. Su más importante y efectivo recurso fue advertir a sus hijos que pondría en conocimiento de su padre cualquier impostura o desacato. Esto fue suficiente para llamarnos al orden. Recuerdo que una noche recibimos una llamada telefónica informando que mi abuela paterna había fallecido. Mi padre se salió de control y, mientras buscaba una ropa aparente para ir a despedir a mi abuela, vociferaba contra la aparente lentitud con la que se comportaba mi madre. Mi madre nunca perdió la compostura, manejó sus tiempos sin decir nada para luego partir con mi padre descontrolado por el nerviosismo y el dolor.

Su serenidad le permitió ser la primera en casa en aprender a manejar cuando mi padre compró con su jubilación, un VW escarabajo. Mi madre enseñó a mi padre a manejar y a cada uno de los hijos. Luego convenció a mi padre de comprar una camioneta station wagon usada, muy espaciosa, como existían en esa época, para hacer servicio escolar llevando a alumnos desde sus casas a mi colegio. Por aquel entonces no había regulaciones para este servicio y las camionetas hacían su trayecto llenando el vehículo. Esto no era muy cómodo sobre todo en los tramos finales, pero para los hijos era un desastre porque eran los primeros en abordar. Teníamos que levantarnos de la cama más temprano y almorzar más rápido, porque entonces el horario era partido. Mi madre que se hizo consciente de estos inconvenientes, trató de compensarlos con algunos beneficios materiales. La experiencia duró dos años.

Su serenidad le ayudó a enfrentar los desafíos de la vida. La muerte de su padre, de la madre de mi padre, de su madre y de mi padre; sobre todo en este último caso, temprana e inesperada, que la puso en la difícil situación de convertirse en una pensionista relativamente joven. Mi padre le llevaba 10 años y ella había ejercido solo como ama de casa sin ingresos propios. El divorcio de su hermana menor, mi querida madrina, la golpeó mucho pues eran muy unidas y eso estrechó más su amistad. Aunque debo también decir que su compañía fue decisiva y pudo flexibilizar ciertas restricciones alimenticias cuando sabía que el daño que estas hicieran al final de su vida, eran menores. Así le traía chocolates y dulces light. Por mi parte traté por todos los medios a mi alcance, de hacer más llevaderos esos días de oscuridad. Salía con ella a pasear del brazo, le leía las revistas, los periódicos y, ella escuchaba la radio, las noticias, misceláneas y a los chistosos. La acompañé innumerables veces al Hospital Rebagliati donde la atendía un oculista, obeso él, con unos dedos muy gruesos, lo que hacía que me preguntara cómo podía ser cirujano ocular. Él la llenaba de esperanzas, pues había tenido episodios de recuperar brevemente la visión. Pero yo estaba convencido de que no había vuelta atrás. La retinopatía estaba muy avanzada y finalmente se hundió en la total oscuridad. Cuando me acercaba a su dormitorio donde permanecía sentada en su cama todo el día y le preguntaba cómo se sentía, siempre me respondía “como pan que no se vende”. A veces para halagarla después de un baño y algunos acicalamientos, le decía que me sorprendía lo bien que se le veía y comentaba “me conservo en formol”. Finalmente, la diabetes le hizo perder totalmente la visión, lo que la convirtió en una mujer desdichada que se fue consumiendo hasta que murió. No estuve en Lima en el momento de su deceso y regresé apresuradamente para darle el último adiós.

Tuve dos hermanos, asistí a un colegio de varones de corte escocés con una disciplina calvinista, y mi patota en el barrio estaba liderada por pretendidos machos alfa. La falta de trato social hizo de mi un tímido militante en esas lides. Mis contactos con las chicas de mi edad se limitaban a las fiestas sabatinas de adolescentes en que las sacaba a bailar. El reto era entablar una conversación y conocernos. Para eso era apropiado escoger un rock lento para aprovechar la proximidad y conversar. Mi favorita era “Zamba pa ti” de Santana. El protocolo comenzaba por preguntar su nombre, en qué colegio estudiaba, qué año cursaba y cuando ya uno se sentía más seguro y para evitar un fiasco posterior, si tenía enamorado. Si la respuesta era negativa se procedía a preguntar por su teléfono, si podrían verse, ir al cine o algo por el estilo. El problema es que mi terror al rechazo me detenía en conocer el año de estudio. Tan desastroso fue mi desempeño que de tres enamoradas que tuve, en dos casos fue la chica la que tomó para mi sorpresa, la iniciativa. La última fue luego mi esposa, para entonces ya estaba en la universidad, y con ella llevo casado 43 años. En una oportunidad, bailando con una chica con la que ni había iniciado la conversación, me pidió con desesperación que le diera un beso en la boca y terminó siendo apasionado. Al finalizar la pieza bailable me quede muy confundido. No la pude encontrar, pero luego caí en la cuenta de que su arrebato había sido de despecho y para provocar la amargura de su verdadero amor. Un fiasco.

Mi timidez se fue extinguiendo cuando menos necesitaba de valor para relacionarme con las mujeres. Muchos años después debí asistir a un taller sobre género organizado por la Coordinadora Rural. Era una exigencia de las agencias financiadoras. Mi desagrado era que nos impusieran su agenda. Gran error. El taller, conducido por Patricia Ruiz Bravo, fue un shock para mí, un antes y un después. Una bofetada a la ignorancia y la arrogancia. Debo confesar que fue uno de esos momentos que te cambian la vida.

A partir de ese momento descubrí al movimiento feminista. Mi esposa que no formaba parte de estos agrupamientos, pero tenía una sólida formación en género, continuó con esmero mi reeducación. En el 2017 se organizó en Lima la mayor marcha a favor del tema de las mujeres “Ni una menos”. Mi esposa estaba enferma así que asistí solo y marché rodeado de mujeres con gran orgullo.

Los problemas de género pasaron a ser parte central en mi agenda. Los problemas de la mujer se presentaban en todos los niveles socioeconómicos, pero eran más agudos en los sectores populares. La abrumadora mayoría de feminicidios se producían en los estratos más pobres y el liderazgo en la izquierda de las mujeres era muy limitado. Recuerdo los nombres de la mártir María Elena Moyano, de Mocha García Naranjo, Rosa Mávila y Susana Villarán. Esto contrasta con el número considerable de lideresas de Sendero Luminoso.

Constaté el lastre que significaba en las organizaciones populares el papel asignado a las mujeres: el apoyo logístico, la preparación de las ollas comunes, el cuidado de los niños, el ser invitadas para tratar temas puntuales y secundarios. En las escuelas y colegios las APAFAS eran conducidas por los varones que tenían una menor participación en la educación de sus hijos. La asistencia técnica ganadera era impartida a los campesinos, cuando eran las mujeres las encargadas de la crianza animal en el campo. Las madres debían llevar a los niños a los controles de salud. En promedio las mujeres trabajaban el doble de horas que sus maridos, considerando las extenuantes tareas domésticas. Eran los hombres los celosos violentos en hogares en que las mujeres tenían evidencias de que sus parejas les engañaban. Y, en situaciones extremas, las mujeres terminaban en primera fila peleando con la policía de asalto en las manifestaciones tumultuosas.

Pero el avance de las mujeres, habiendo sido descomunal, no es lineal ni irrevocable. Hay una campaña abierta y también soterrada para hacer retroceder esos espacios ganados. Todo comienza con el cuento de la ideología de género. Sectores ultraconservadores con pensamiento medieval, que creen o quieren creer que el papel de la mujer está inscrito en las leyes divinas y en la naturaleza de las cosas, aparecen como los abanderados de la familia y, por ejemplo, pretenden reemplazar al Ministerio de la Mujer por el Ministerio de la Familia. Apoyados por la caterva sobreviviente y agazapada en las distintas iglesias, movilizan a las mujeres contra ellas mismas y se apropian de la educación de los niños para reproducir los roles tradicionales y discriminadores de género.

La llamada ideología de género es la idea más ridícula de la que se han dotado los medievales a los que tomó de sorpresa la ilustración, el laicismo y los derechos humanos. Pero se las ingenian para influir en centros de decisión importantes en los Estados del mundo soñando con el establecimiento de una burka universal para las mujeres. Esta será una de las grandes batallas liberadora de los próximos años.

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