SUCESIÓN EMPRESARIAL

En mi experiencia, he observado con mucha pena cómo empresas y organizaciones asociativas pujantes, se han derrumbado como resultado de pugnas entre socios, con divisiones fratricidas entre sus miembros por la sucesión en el mando. Esto también lo he observado en el caso de las pequeñas empresas, sobre todo cuando el emprendedor fallece o se ve obligado a retirarse. Esto ha dado lugar a una amplia literatura que trata los problemas de la sucesión empresarial y en las organizaciones familiares, así como las estrategias para prevenir los conflictos internos.

Estas reflexiones me han venido a la mente después de ver la extraordinaria serie de HBO Max, Succession, la historia de la familia Roy dueña de un conglomerado cuasi monopólico de información y entretenimiento. Y me hicieron pensar si los conflictos de sucesión ocurren, cómo, con qué frecuencia y con qué tipo de personajes, en las sociedades de capital. Sospecho que con relación al Perú debe haber muchos casos de este tipo de pugnas que no trascienden porque sus actores son muy celosos, son círculos muy cerrados o la prensa es indulgente para seguir contando con el favor de las empresas. Otro factor que puede inhibir a los participantes es que divulgar o aceptar la existencia de conflictos puede tener un impacto en las empresas del Perú que cotizan en Bolsa. En los Estados Unidos se conoce a este tipo de empresas, que son numerosas, como públicas, y allí estos conflictos trascienden y son ampliamente difundidos por la prensa cuando no son la delicia de los guionistas. Menos posibilidades e incentivos existen en Perú para presionar o involucrar a la prensa y lo poco que se conoce es ex post cuando algunos perdedores cuentan su versión. En lo que no tengo dudas es que en todas las actividades humanas funciona el egoísmo que Adam Smith identificó como la fuente y motor de los mercados de capitales y, agregaría, de estas pugnas muchas veces feroces.

Haciendo memoria podría mencionar algunos ejemplos que dan cuenta de los conflictos de sucesión en el mando y que no responden a un mismo patrón de comportamiento. En la década de los 70 un grupo de accionistas menores, pero que juntos reunían una cantidad de acciones significativa, encabezados por Dionisio Romero, uno de los grandes de los chicos, desplazaron con un golpe bien organizado y silencioso al grupo italiano que había tenido el control del Banco de Crédito, el banco más antiguo y tradicional del Perú, por décadas. Esto fue ayudado, según los trascendidos, por el accionar del entonces ministro de Economía, Javier Silva Ruete, detrás del cual estaba el presidente de facto, Morales Bermúdez. Otro caso fue el de la empresa de lácteos Gloria, de Arequipa, propiedad original de la trasnacional Carnation y luego de Nestlé, que compró Carnation, cuando el gigante helvético se vio obligado a deshacerse de esta empresa porque tenía su propia empresa láctea, y al presidente García le pareció inadmisible la existencia de un monopolio. Quienes asumieron el control fueron el denominado grupo Rodríguez Banda, unos muy pequeños accionistas que tenían una importante empresa de transporte de carga y cuyos trailers eran empleados casi exclusivamente para transportar las cajas con las latas de leche evaporada a Lima. Fue una sorpresa que estos desconocidos arequipeños se hicieran de esta importante industria lechera que les permitiría convertirse en uno de los mayores grupos empresariales nacionales actualmente internacionalizado. Como diría Frankie Ruiz y ¿cómo lo hacen?

Otros ejemplos sobre los cuales no hay suficiente información son los del poderoso grupo El Comercio de la familia Miro Quesada, -los Murdock peruanos-, familia que no puede ocultar sus conflictos internos, los que trascienden en la línea periodística y los cambios de humor político, que rotan entre la euforia y la depresión, el amor y el odio. El otro es el de los broadcaster criollos, en especial, la saga de los Delgado Parker, por no referirnos a los culebrones en los otros canales de señal abierta.

Dos experiencias personales vienen a cuento. En una oportunidad me encargaron hacer una evaluación de una ONG financiera que había sido constituida por otras dos ONG. Aunque entonces mis conocimientos de finanzas eran bastante modestos, opiné que no era sano que la organización fuera identificada con sus socias, porque los prestatarios siempre tendrían la idea de que era una organización guiada por un alto sentido de solidaridad social, sin entender que tenía que cubrir sus costos que se acrecentaban con los impagos. Dicho esto, fui invitado a ser miembro del directorio de Rasuhuillca, que así se llamaba la organización ayacuchana. En su directorio se discutió su conversión en una EDPYME que era una forma empresarial supervisada por la Superintendencia de Banca (SBS). Estas entidades no estaban autorizadas a captar ahorros del público y funcionaban con líneas de financiamiento de la banca estatal de segundo piso, COFIDE, y créditos blandos y donaciones de la cooperación internacional, interesados en ampliar la inclusión financiera. Este proyecto no prosperó y la decisión final fue adquirir un paquete de acciones de una Caja Rural en Puno que requería urgente capital sino sería liquidada. La Caja Aymara rebautizada como Caja Los Andes, tuvo entonces una notable recuperación. Fue presidida por muchos años por el suscrito en representación de la mayoría de accionistas. Rasuhuillca tenía el tercio de acciones que eran recursos propios y una parte importante de una agencia de cooperación europea que representaba.

En algún momento, el 20 por ciento de las acciones fueron compradas por dos empresas. Estos parecieron estar alineados con las políticas de la Caja, pero pronto comenzaron a presentarse fricciones, porque querían empujar a la Caja a asumir negocios de dudosa rentabilidad con entidades o personas de dudosa reputación. Las fricciones fueron en aumento y no había forma de crecer más allá de la capitalización de las utilidades exigida por la SBS. Rasuhuillca tampoco tenía fondos para aumentar el capital, por lo que propuse vender la Caja pues consideraba que ya se había cumplido el objetivo, era poco lo que se podía hacer por Ayacucho desde Puno, y se contaría con importantes recursos para otras actividades de promoción. En ese momento me interesé por saber cuáles eran esas empresas accionistas, y caímos en la cuenta de que se trataba de empresas de peruanos constituidas en paraísos fiscales, cuyos estatutos no señalaban una actividad económica específica, como ocurre con muchas empresas. Al indagar por sus negocios estos aparecían como corredores inmobiliarios y compra venta de inmuebles. No fue difícil identificar que esos presuntos negocios eran la apropiación dolosa de propiedades en abandono, de personas ancianas o entidades distraídas y luego vendidas de manera ficticia en sucesivas operaciones siguiendo el esquema que enriqueció a Orellana, algo así como el esquema fraudulento conocido como Ponzi. Sus cómplices trabajaban como registradores públicos, notarios y otras autoridades, incluyendo judiciales. Toda esta información fue entregada a la SBS en un expediente bastante completo, incluyendo copias de los documentos de las transacciones. La reacción del funcionario de la SBS tan estrictos en otros casos sobre la calidad de los propietarios y directores de empresas del sistema financiero, fue esbozar una sonrisa y explicar que no podían hacer nada como no podían discutir que los principales accionistas de los bancos de Crédito e Interbank fueran peruanos propietarios de empresas de paja registrados en paraísos fiscales.

Estos estafadores decidieron contratacar e hicieron hasta tres denuncias penales al presidente del Directorio de la Caja. Estas denuncias fueron presentadas fuera de la circunscripción de la Caja como de su presidente, en Chepén, La Libertad. Una de las denuncias era insólita sino risible, pues acusaba al presidente del directorio de secuestro y extorsión como autor material, completándose el ridículo con que la fiscal de turno hizo esta investigación y se tomó meses en ella con dinero de los contribuyentes, recogiendo declaraciones para después de un año ordenar su archivamiento. Otra denuncia, esta sí presentada en Puno, era contra el presidente y los que resulten responsables del delito de fraude contra una persona jurídica, concluyendo en solicitar que se otorgara la administración de la empresa a los segundos accionistas mayoritarios. Esta pretensión no prosperó, aunque el Juez asustó a todos, visitando sorpresivamente las oficinas de la Caja. La oferta de venta fue tomada por el BBVA quien hizo una muy buena oferta. Como todo comprador que quiere tomar el control de una empresa, exigía comprar los dos tercios del capital social. Ocurre que la Caja tenía una proporción de accionistas pequeños muy grande, muchos de los cuales ni sabían o se acordaban que eran accionistas y era muy difícil que se tomaran en serio incluso esta oportunidad que les hubiera dado algún dinero no esperado. Este intento de venta fracasó por la negativa del grupo mafioso. Una segunda oferta no tan atractiva como la del BBVA si funcionó porque al final decidieron vender.

El otro caso que me tocó vivir fue el de una empresa pública, el Agrobanco donde había sido nombrado presidente del Directorio en el gobierno de Humala, en 2011. En este caso se trató de incorporar como socio estratégico, pero minoritario, aportando el equivalente al 20 por ciento del capital social, al mayor banco de agronegocios del mundo y de los Países Bajos, el Rabobank. Se cumplieron todos los pasos necesarios incluyendo las garantías que reclamaban los inversionistas y el compromiso conjunto de que el banco no dejaría de ser un banco orientado centralmente al financiamiento agrario y rural. En todas las negociaciones participó activamente el FONAFE que era nominalmente el propietario del Agrobanco, y contaba con la venia del gobierno. La admisión de socios estratégicos era uno de los objetivos de la ley de relanzamiento del banco. Súbitamente, el presidente del banco recibió sucesivas cartas en un tono bastante cortante, del ministro de Agricultura Juan Manuel Benitez, las que fueron contestadas. Lo extraño del caso es que el directorio del Agrobanco no había cambiado con tres ministros y esto ocurría con el cuarto que había sido viceministro del anterior ministro que, por lo tanto, debía conocer la estrategia adoptada por el banco y, en cualquier caso, no había nunca llamado al presidente a expresarle su preocupación por el rumbo adoptado. Finalmente, y para sorpresa de todos, el presidente fue relevado y por cierto nunca se concretó el ingreso del Rabobank. Tengo la impresión de que esta alianza empresarial fue tema de interés de otras entidades financieras, porque era el ingreso de un grande cuyos activos eran largamente superiores a todos los activos del sistema financiero peruano. Además, los bancos habían desatendido groseramente el negocio agropecuario, en especial a las empresas agroexportadoras. De acuerdo a muchas versiones conocidas, cuando estas empresas que crecían con recursos propios tenían problemas de liquidez, los bancos aconsejaban vender y hasta se ofrecían a hacer el contacto con potenciales compradores.

Estas líneas pueden motivar a los lectores a repasar sus experiencias y comprobar casos similares de conflictos de sucesión. Una idea final es que de esto no se libran ni los clanes mafiosos que operan, para muchos efectos, como empresas y que controlan empresas de fachada. Dos ejemplos que me vienen a la mente, son el de la camorra napolitana que en la excelente serie italiana Gomorra, enfrenta un tema de sucesión en el control del barrio de Secondigliano uno de los centros neurálgicos del contrabando de telas y prendas finas, la mayoría de las cuales se venden con marcas robadas, del tráfico de trabajadores aprovechando a los migrantes, y de la droga. Otro ejemplo es el del Padrino Vito Corleone (Marlon Brando) que es reemplazado a su muerte, por su hijo Michael (Al Pacino). Cuando este descubre la traición de su hermano Fredo (John Cazale), este se justifica con que había sido totalmente marginado de la familia mafiosa pese a ser el hermano mayor y natural heredero del mando.

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