Uno de los temas centrales en el debate político en años recientes, ha sido la oposición o adhesión al modelo económico. Para los opositores se trata de un modelo neoliberal cuyo sello distintivo es la inequidad y la exclusión. Para los adherentes se trata de un modelo que premia el esfuerzo y a los ganadores pero que asegura a través del crecimiento, la inclusión del resto. Algunas líneas sobre el concepto de modelo y su uso en economía.
Modelando la economía
La economía persiguiendo ser una ciencia rigurosa, copió de la física la modelación matemática para representar relaciones funcionales que alcanzaran la categoría de leyes. La idea básica de un modelo es la simplificación (abstracción) de alguna parte de la realidad de modo que se aíslen algunas pocas variables con poder explicativo y predictivo[1]. Así por ejemplo, un aumento de la inversión y de la productividad de factores, explican el crecimiento económico.
Por cierto que establecer cómo una o más variables influyen en otra u otras, no es suficiente pues la relación no es única y en un solo sentido. Aun cuando se limite a las variables de mayor significación, todas ellas se influyen mutuamente dando lugar a efectos de retroalimentación. Así el crecimiento influye sobre la decisión de invertir que es considerada habitualmente como una variable independiente [espíritus animales, los llamaba Keynes (1992)]. Esto no invalida la importancia de la modelación para explicar lo esencial de los fenómenos económicos.
En la física las relaciones fundamentales entre variables se prueban con experimentos y cuando se aísla lo esencial, es posible pasar a un nuevo momento con una aplicación tecnológica de uso práctico. Así la física no sólo permite explicar y predecir fenómenos sino que permite aprovecharlos o interferir con ellos.
Esta misma idea se puede trasladar al campo de la disciplina económica. La economía positiva permite explicar cómo funciona el mercado y la economía normativa sugiere con beneficio de inventario, cómo debería ser, si se actúa sobre ella (Friedman, 1953). Y es aquí donde surge una primera gran escisión en el campo de los economistas. Unos siguen considerando contra toda evidencia, que mientras menos se interfiera, será mejor pues la economía de mercado tiene una extraordinaria capacidad de autoregularse y autocomponerse. Algo así como que lo esencial de lo aprendido sería que el mercado sólo siempre lo hará mejor. Contra esta opinión, otros argumentan también contra toda evidencia, que el arsenal de conocimientos acumulado sobre los procesos económicos dota de los medios para intervenir y alcanzar un desempeño económico superior.
Tal vez si todos los agentes económicos actuaran en un mismo sentido, guiados por una iluminada racionalidad, con conocimiento cabal de los mercados y ajenos a cualquier oportunismo ventajista, el resultado económico sería óptimo y equilibrado. Como esto no pasa de ser un buen deseo, solo una autoridad superior como es el Estado, podría pretender encaminar a estos agentes económicos. Pero los responsables de la política tampoco están guiados por una iluminada racionalidad, un conocimiento cabal de los mercados ni son ajenos al oportunismo ventajista que se potencia con el ejercicio del poder.
Modelo como objetivo
Pero el concepto modelo también puede referir a una idea objetivo de lo que se desearía que fuera el ordenamiento económico. Así el concepto de modelo puede evocar cómo funciona la economía en otros países y qué los hace objeto de aprecio. Por ejemplo, el desarrollo tecnológico de su industria, su liderazgo en exportaciones, su infraestructura, su nivel de vida, la seguridad ciudadana, su actividad cultural y científica, las prestaciones públicas, entre otras manifestaciones de un elevado nivel de desarrollo. Esto es lo que se reconoce como sociedades con altos niveles de institucionalidad y consiguiente estabilidad. Todas estas características no se presentan de modo aislado sino que son el resultado de una maduración conjunta y complementaria.
Al recorrer la historia, se advierte que esos niveles de desarrollo fueron alcanzados primero por sociedades que emprendieron en algún momento, un camino de industrialización-urbanización. Aquellas que han quedado rezagadas en cambio, han seguido la ruta de la urbanización pero sus esfuerzos de industrialización han sido fallidos. Otros países no han emprendido el camino de la industrialización o lo han abandonado, pero han tenido éxito en actividades vinculadas a la explotación de sus recursos naturales a las que las han dotado de complejidad tecnológica.
Aquí se pueden distinguir dos aproximaciones para estas sociedades rezagadas –para algunos pueden ser llamadas modelos- que son la economía abierta o la economía cerrada. En una economía abierta, el perfil productivo es determinado en último término, por la dotación natural, el desarrollo tecnológico y la posición estratégica que podría interesar a inversionistas foráneos. En una economía cerrada de tamaño regular, con limitados intercambios con el mundo, es posible que la industria alcance una mayor significación en la formación del producto bruto interno e incluso que haya un aprendizaje tecnológico. Sin embargo, eso no la califica para competir con el mundo. Y así como la decisión de que el Estado intervenga en la economía puede ir más allá de lo deseable, las medidas de protección tienden a extenderse más allá de lo conveniente y necesario.
El denominado extractivismo, que es como se conoce hoy el enfoque a los recursos naturales, puede ocurrir en economías de mercado o con fuerte intervención estatal, en economías abiertas como en economías con elevadas dosis de protección de sus actividades locales. No hay forma de escapar a ese beneficio/fatalidad que no sea por el desarrollo de otros sectores productivos para lo cual se requiere de capacidades y decisión de individuos concretos.
Costos de transacción y gestión
Marx argumentó que la propia dinámica del mercado conducía a crisis recurrentes y que el desenvolvimiento natural de la historia humana permitiría alcanzar una forma superior de organización económica en la cual la producción se debía organizar de acuerdo a un plan único que asignara los factores, capital y trabajo al servicio de todos los miembros de la sociedad. El móvil de lucro que era el fundamento de la producción en la economía de mercado, se debía sustituir por otros incentivos. Este modelo de sociedad comunista, cuya expresión más elevada hubiera sido “de cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades” (Marx, 1973, pág. 425), no llegó a existir y no sabremos si tendrá viabilidad futura. La evidencia actual no permite saber cómo reaccionarían los humanos en un contexto en que no hubiera incentivos económicos. Los estados socialistas que realmente existieron siguieron operando con estos incentivos y se desintegraron.
En 1937, Ronald Coase uno de los economistas menos afectos al uso de las matemáticas, constató que en la teoría económica entonces vigente, no había ninguna explicación a la existencia de las empresas. Su respuesta fue que si los agentes económicos necesitaban de otros para completar un bien o servicio, eso podían hacerlo con transacciones independientes tal como funcionan los mercados, o incorporando la producción de algunos bienes o servicios precursores dentro de la propia organización. La razón por la cual se optaría por una u otra solución dependería de lo que denominó costos de transacción, el costo asociado al uso del mecanismo de precios (Coase, 2000).
Cuando el ordenamiento institucional de una sociedad fuera precario y los bienes y servicios fueran más complejos, los costos de transacción serían más elevados y en consecuencia, sería aconsejable incorporar la elaboración de estos bienes y el uso de los servicios dentro de la organización sustituyendo costos de transacción por costos de gestión.
Coase llamaba la atención sobre las imperfecciones de los mercados. Mientras más imperfectos, mayores serían los costos de transacción. Y se podría añadir que la maduración de los mercados fue conduciendo a la reducción de estos costos aunque no a su eliminación. Como parte de esa maduración, procesos complejos que no podían atenderse adecuadamente con operaciones sucesivas en los mercados, dieron origen a las empresas, su crecimiento y consolidación como unidades de negocio.
Pero cuando Coase escribió su artículo, las ideas de Marx tenían una fuerte influencia, los efectos del crack del 29 aún no habían sido plenamente remontados e ideas como las de Keynes habían inspirado una intervención estatal masiva en Estados Unidos con el New Deal de F.D. Roosevelt.
Pero las empresas ya habían aumentado de tamaño y en algunos mercados se habían convertido en únicas o dominantes. Algunos economistas habían estudiado los mercados con monopolio u oligopolio, llamados también de competencia imperfecta (Robinson, 1973)[2]. Y había consenso en que al eliminarse o reducirse la competencia, el impulso tecnológico e innovador acicateado por la competencia menguaba. Cuando se disponía de capacidad para influir en los precios se podía descuidar los costos, especialmente los de gestión.
Siguiendo su razonamiento, Coase postulaba que una situación en la cual los costos de transacción fueran totalmente sustituidos por costos de gestión sería la de una economía organizada en torno a un plan dirigido por un Estado omnisciente y omnipotente. En una sociedad así no habría competencia y por tanto, tampoco incentivos económicos para que los individuos buscaran mejoras. Esa era su crítica a las ideas marxistas y la misma se aplicaba al gigantismo de algunas empresas.
Pero a través de esta crítica, Coase concluía que la forma de organizar la economía podía entenderse como un continuo entre individuos independientes que efectúan transacciones entre sí, individuos organizados que realizan transacciones con otras organizaciones o individuos, pudiendo estas organizaciones concentrarse hasta el punto en que unas pocas fueran las que hacen las transacciones relevantes de una economía o es una sola organización las que las hace, la que se puede identificar como el Estado, la idea de Marx.
Resumiendo, sea que la aproximación pase por la modelación económica, sea que el modelo consista en una visión idealizada de lo que otras sociedades han alcanzado, o sea que se entienda la organización económica como un contrapunto entre costos de transacción y costos de gestión, hasta donde llega la comprensión de la economía actual, la pregunta clave será cuánto mercado y cuánto Estado es posible y necesario. Si no se quiere responder a esta pregunta con un puro acto de fe, hay que estudiar la historia particular de una sociedad, su realidad presente y las capacidades de sus miembros. Esa aproximación proporcionará una respuesta científica y práctica.
Referencias:
Coase, R. (2000). La Naturaleza de la Empresa. En A. R. (Compilador), Derecho y Economía: una revisión de la literatura (págs. 558-575). México: Fondo de Cultura Económica.
Friedman, M. (1953). Ensayos sobre economía positiva. México: Fondo de Cultura Económica.
Keynes, J. M. (1992). Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. México: Fondo de Cultura Económica.
Mankiw, G. (1998). Principios de Economía. Madrid: McGraw-Hill/Interamericana de España.
Marx, C. (1973). Crítica del Programa de Gotha (Observaciones al Programa del Partido Obrero Alemán). En C. Marx, & F. Engels, Marx Engels Obras Escogidas, Tomo V (págs. 420-436). Buenos Aires: Ciencias del Hombre.
Robinson, J. (1973). Economía de la competencia imperfecta. Barcelona: Martínez Roca.
[1] Todo Manual de Economía introduce la idea de los modelos económicos como visiones simplificadas de la realidad para distinguir lo más importante. Ver por ejemplo Mankiw (1998).
[2] Es curioso que en Estados Unidos el abanderado de la lucha contra los monopolios fuera el otro Roosevelt, Theodore, el del gran garrote (big stick).