INCERTIDUMBRE, EXPECTATIVAS Y CONFIANZA

El problema de la economía de mercado no son esencialmente sus fallos tal como son reconocidos en la teoría microeconómica. En perspectiva, éstos pueden y son gestionados con mejores instituciones a partir de ensayo error. El problema es la incertidumbre que nubla las decisiones humanas y que determina que no haya correspondencia entre el ahorro y la inversión. Las personas pueden mantener saldos monetarios mayores aún renunciando a posibles beneficios, y los inversionistas pueden postergar sus decisiones más allá de lo aconsejable. Al demandar ambos menos bienes y servicios, la economía no alcanza a producir a pleno empleo. Esta es la idea central keynesiana que nos recuerda el economista inglés Robert Skidelsky en su libreo “El regreso de KeynesSkydelsky demuele con agudeza, las tres premisas subyacentes del pensamiento económico dominante que está a la base de la crisis del año 2008. Primero, la llamada hipótesis de las expectativas racionales (REH) que propone dos ideas centrales. La una, que los agentes económicos no cometen errores sistemáticos en su predicción del futuro y que el aumento de la información disponible y la capacidad de procesarla, disminuye la posibilidad de que aparezcan situaciones imprevistas o que éstas no puedan ser resueltas por lo que no debiéramos preocuparnos demasiado. Y la segunda, que si los agentes pueden prever el resultado de las acciones del gobierno, los esfuerzos de éste por mejorar cualquier situación serán adelantados por los agentes económicos racionales por lo que no serán eficaces, aun cuando no entorpezcan la labor de ajuste del mercado que sería el mayor peligro.

La segunda premisa que destaca el autor es la teoría del ciclo económico real (RBC) según la cual los mercados siempre se despejan, o lo que es lo mismo, que la demanda se empareja con la oferta tal como lo postulaba Jean Baptiste Say hace más de dos siglos. Finalmente, la teoría del mercado financiero eficiente (EFMT) que postula que los precios de los instrumentos financieros representan la mejor valoración posible de sus riesgos asociados.

Skydelsky sostiene que estas ideas no solo son cultivadas por la escuela de Chicago, los de “agua dulce” con referencia al lago Michigan, sino también por los economistas de “agua salada” de las costas Este y Oeste de Estados Unidos que se reputan como neokeynesianos poniendo acento en los fallos de información y en la lentitud de los ajustes de los salarios, una versión insuficiente del pensamiento keynesiano, al decir del autor.

La clave de la crisis financiera y los estragos causados por la multiplicación de los derivados financieros difundidos por el mundo, con escasa o nula regulación, sería la confusión entre incertidumbre y riesgo. Se ha pretendido establecer la medida de aquello que no lo tiene porque se desconoce. Pues justamente la diferencia entre ambos conceptos es que el riesgo es mensurable porque es conocido, y la incertidumbre no.

Para Keynes los “instintos animales” como la búsqueda de mayores beneficios, son los impulsores de la inversión empresarial. Los inversionistas actúan por impulsos y así como se suman con entusiasmo en los períodos de bonanza, huyen despavoridos ante el anuncio del peligro. La separación del inversionista del conductor de la empresa a través del mercado de capitales, introduce aún mayor efervescencia al comportamiento de los primeros, pero también inhibe a aquellos que por estar al comando de las empresas, deben enfrentar los cambios en el humor del mercado.

Cuando la incertidumbre se acrecienta y cuando nos aproximamos al temor sino al pánico, las personas se paralizan. Las expectativas se hacen pesimistas y la confianza se esfuma. Aún cuando este sea el resultado de yerros o inacción de los gobiernos, ¿qué fuerza puede cambiar esto? No hay otra que el propio gobierno, el actual o el que le suceda. Para comenzar un nuevo ciclo hay que volver a creer aunque se tenga poco fundamento. No importa entonces, que las acciones del gobierno puedan ser excesivas o insuficientes, que los agentes económicos intuyan que su accionar puede incubar problemas futuros. Se requiere que alguien vuelva a mover la rueda para que la economía se eche a andar.

El crédito barato y las concesiones tributarias y normativas que pueda hacer el gobierno, no son suficientes para romper la inercia pues son utilizados por las empresas para ajustar sus pérdidas pero no para tomar nuevas posiciones en el mercado. Sin mayor gasto por el lado del Estado, el ajuste se hace lento y tortuoso hasta que los mercados efectivamente se limpien en un nivel inferior. Esa fue la gran constatación de Keynes en la crisis del 29 y de algún modo, hemos regresado a la misma encrucijada con un escenario internacional más complejo.

[1] The return of the Master, 2009, edición en español del 2013 traducida por Jordi Pascual, Editorial Planeta, Barcelona, España.

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