Coase propuso la teoría de la empresa por los costos de transacción. Harold Demsetz escribió un sólido artículo en 1967, revisando esta teoría. Adoptó una perspectiva más amplia enfatizando en la información y el conocimiento para desarrollar la especialización en la producción y el intercambio.
Demsetz argumentaba que los costos de transacción no proveerían una explicación suficiente de por qué una empresa debería elegir entre agregar una actividad o contratarla con otra empresa. Coase había señalado que esta elección debía adoptarse comparando el costo de emplear el mecanismo de precios que denominaba costo de transacción, con el costo interno de hacerlo por la propia empresa y que definió como costo de administración.
Para justificar su reparo, Demsetz argumentaba que para efectuar esta elección se debería distinguir con claridad estos dos tipos de costos así como el costo de producción que no fue tomado en cuenta por Coase. La interacción entre estos costos dificulta su distinción.
Para entender mejor esta observación conviene imaginar cómo funcionaria una sociedad si cada individuo operase como un productor independiente con la responsabilidad por algún bien o servicio que se destina a un fondo común para ser redistribuido. Esto podría ocurrir a través de una autoridad central que asignara a cada individuo, una tarea específica de modo que la combinación de todas estas tareas daría como resultado el producto total de esta sociedad.
Demsetz anota que la obsesión de los economistas clásicos por la eficiencia del sistema de precios tenía como propósito demostrar la superioridad de este mecanismo con relación a algún esquema centralizado como el esbozado. El mercado sería el mejor asignador de recursos aún cuando era una modalidad de descentralización extrema de las decisiones. Esta coordinación casi mágica en las decisiones de miles de individuos independientes era explicada por que la búsqueda del bienestar individual conducía al bienestar colectivo.
Pero cada individuo considerado como una unidad productiva, incurriría en los tres tipos de costos y sería difícil distinguir entre ellos. Su costo de producir responde las preguntas qué, cuánto, cómo y con qué. Su costo de administración responde igualmente a las preguntas qué (o para quién) y con qué. Estas mismas preguntas deben ser respondidas por el costo de transacción como mecanismo alterno para obtener con qué. Pero al momento de comparar y elegir entre hacerlo por propia cuenta o adquirirlo de otro, lo que se compararía es el costo total que está determinado principalmente por el costo de producir. Y es porque hay diferencias importantes en el costo de producir que preferiremos adquirir un bien o servicio de un tercero que encargarse uno mismo de hacerlo.
Si el conocer cómo y con qué producir no tuviera costo como postula la economía neoclásica, todos podrían producir con costos similares. Pero conocer cómo y con qué, tiene costo. Demsetz propone que lo esencial en las empresas es el conocimiento y que éste pueda ser utilizado. La razón de la empresa no sería pues negociar y adquirir sino organizar la producción especializada.
Para justificar su reparo, Demsetz argumentaba que para efectuar esta elección se debería distinguir con claridad estos dos tipos de costos así como el costo de producción que no fue tomado en cuenta por Coase. La interacción entre estos costos dificulta su distinción.
Para entender mejor esta observación conviene imaginar cómo funcionaria una sociedad si cada individuo operase como un productor independiente con la responsabilidad por algún bien o servicio que se destina a un fondo común para ser redistribuido. Esto podría ocurrir a través de una autoridad central que asignara a cada individuo, una tarea específica de modo que la combinación de todas estas tareas daría como resultado el producto total de esta sociedad.
Demsetz anota que la obsesión de los economistas clásicos por la eficiencia del sistema de precios tenía como propósito demostrar la superioridad de este mecanismo con relación a algún esquema centralizado como el esbozado. El mercado sería el mejor asignador de recursos aún cuando era una modalidad de descentralización extrema de las decisiones. Esta coordinación casi mágica en las decisiones de miles de individuos independientes era explicada por que la búsqueda del bienestar individual conducía al bienestar colectivo.
Pero cada individuo considerado como una unidad productiva, incurriría en los tres tipos de costos y sería difícil distinguir entre ellos. Su costo de producir responde las preguntas qué, cuánto, cómo y con qué. Su costo de administración responde igualmente a las preguntas qué (o para quién) y con qué. Estas mismas preguntas deben ser respondidas por el costo de transacción como mecanismo alterno para obtener con qué. Pero al momento de comparar y elegir entre hacerlo por propia cuenta o adquirirlo de otro, lo que se compararía es el costo total que está determinado principalmente por el costo de producir. Y es porque hay diferencias importantes en el costo de producir que preferiremos adquirir un bien o servicio de un tercero que encargarse uno mismo de hacerlo.
Si el conocer cómo y con qué producir no tuviera costo como postula la economía neoclásica, todos podrían producir con costos similares. Pero conocer cómo y con qué, tiene costo. Demsetz propone que lo esencial en las empresas es el conocimiento y que éste pueda ser utilizado. La razón de la empresa no sería pues negociar y adquirir sino organizar la producción especializada.
En esta perspectiva, la organización empresa sería necesaria para gestionar el conocimiento complejo y sólo se justificaría ampliar las actividades, si el costo de administrar nuevo conocimiento sería más ventajoso que adquirirlo como un bien o servicio de terceros. “Los límites verticales de una empresa -anota Demsetz- se determinan por la economía de la conservación de los gastos en conocimiento”.