Se pueden hacer varias aproximaciones igualmente válidas sobre el conflicto que enfrenta a la PUCP con el Arzobispado de Lima. Prefiero pensar en lo que es la actual PUCP y lo que significa para los peruanos, más aún cuando en estos últimos años se han fundado muchos centros educativos superiores que han sido reconocidos oficialmente como universidades. Algunos de estos centros se promueven como el medio para el éxito personal y no tengo objeciones sobre ello. Pocas o tal vez ninguna se promueve como un centro de producción de conocimiento, de ciencia y pensamiento libre, eso es la PUCP.La mayoría de centros educativos produce ladrillos para levantar la pared que al mismo tiempo nos mantiene unidos y separados como ocurre en la alegoría de la banda de rock Pink Floyd que Alan Parker convirtió en película a finales de los 70 (The Wall). Cada alumno es otro ladrillo colocado en la pared. Se pueden hacer en serie, eficientes y eficaces, social y ambientalmente responsables, o devotos de alguna fe. Pero esa no es la idea detrás del concepto universitas. En la PUCP utilizamos una plataforma informática para introducir los contenidos y medios educativos en la era digital, que ha sido denominada Paideia. Este concepto era empleado por los antiguos griegos para formar a sus ciudadanos de la polis en el entendimiento y las disciplinas científicas, el diálogo y la tolerancia que de manera tan trascendente, contribuyeron a cimentar el pensamiento humano.
Ese es el ambiente que encontré como estudiante cuando era rector el Padre Mac Gregor y es el mismo que encuentro ahora que tengo la oportunidad de ejercer la docencia. No me voy a detener a nombrar el extenso número de hombres y mujeres que han sido parte del claustro y que han destacado y destacan en los diversos ámbitos de la vida nacional. Los hay de todos los colores y para todos los gustos, a favor y en contra, y todas las opciones que podamos imaginarnos. La principal característica es que estos hombres y mujeres son sobre todo libre pensadores porque fueron formados en el pensamiento crítico, en la búsqueda incesante de la verdad, pero sobre todo en la tolerancia. A ese aprendizaje me debo como muchas promociones de egresados en cerca de cien años de existencia.
La PUCP como la conocemos es un ser vivo que hemos ido formando los que hemos sido y somos parte de ella. Es una de las pocas joyitas que tenemos en el depresivo ámbito educativo nacional del cual nos lamentamos tanto. Y eso ha sido posible por acción de todos, cualquiera sea nuestro pensamiento, creencias u opciones, porque hemos encontrado el espacio para desarrollarnos. Por encima de cualquier deficiencia, la PUCP es demasiado querida, importante y necesaria como para ignorarla. Su institucionalidad y su funcionamiento es una de esas extrañas anormalidades de este país donde las cosas no funcionan o no perduran.
Pero esa universidad, verdadera universidad y no sólo un centro de estudios, un centro de pensamiento y ciencia, es incómoda para algunas personas. ¿Cómo es esto posible? Si todos podemos pensar como queramos a su interior, ¿por qué a algunas personas les disgusta esto?
Hay una palabra para esto: intolerancia. Algunas personas que creen que hay que producir más ladrillos para levantar más paredes, quieren tender un cerco en torno a La Católica y decirnos que allí sólo tienen lugar los que profesan una versión del catolicismo que propugna el pensamiento único, una sola verdad y son además sus únicos intérpretes por decisión propia.
Una de las mejores interpretaciones sobre la historia de la humanidad es aquella que la reconoce como una lucha permanente entre el pensamiento único y la intolerancia con el pensamiento crítico y la ciencia. El caso más emblemático fue sin duda la humillación impuesta a Galileo Galilei por la Inquisición que lo obligó a abjurar de sus ideas al menos de la boca para afuera y así librarse de ser quemado como le ocurrió a Giordano Bruno. Estos hechos ocurrieron hace 400 años y a la Iglesia Católica le ha costado mucho despercudirse de este hecho vergonzoso. Pero aún hoy hay personajes que justifican el comportamiento de la Iglesia entonces por las consecuencias éticas y sociales que tenía el pensamiento de Galileo. Lo que hoy llamamos razones de Estado.
Si en la PUCP sus docentes, alumnos, exalumnos, trabajadores o autoridades deben guardar silencio sobre algún tema o deben rectificarse para seguir siendo parte de esta comunidad, el daño será irreparable para el país. De eso se trata, de ese supremo derecho que hemos conquistado para pensar y expresarnos libremente y también equivocarnos. Para eso vale una verdadera universidad.
(Publicado en el diario La Primera, Edición 078, Suplemento Línea, Domingo 28 de Agosto 2011)