Cuando concluí la lectura de la última novela de nuestro premio Nobel, quedó rondando en mi cabeza una palabra: codicia. Vargas Llosa, atribuye a través del personaje central de su obra, las atrocidades que se describen a este impulso humano. Para Adam Smith el egoísmo era el motor del progreso humano. ¿Cuál es la distancia entre egoísmo y codicia?El sueño del celta (Alfaguara 2010) reconstruye en una ficción muy real, la vida de Roger Casement. Al igual que en otras obras del autor, la novela discurre en dos tiempos. Los capítulos impares relatan los últimos días de este rebelde irlandés en la Pentonville Prison en Londres, en la cual abriga la esperanza que se le conceda el indulto o enfrentar la horca como finalmente ocurrió. En los capítulos pares, se narran las tres grandes aventuras de su vida. La que lo devuelve al Congo belga como cónsul británico en 1903, para investigar los crueles abusos de la Asociación Internacional del Congo (AIC), la empresa con la que el rey belga Leopoldo II expoliaba a los naturales. La que lo conduce a la Amazonía peruana en 1910 en que deberá conocer al émulo del rey belga, Julio César Arana que operaba con la Peruvian Amazon Company, registrada y con inversionistas británicos. Finalmente, como insurrecto irlandés y conspirando al lado de los alemanes en el fragor de la primera Gran Guerra contra el Estado británico al que había representado en las dos misiones referidas y que le había otorgado un título nobiliario.
En las dos misiones como cónsul especial británico en el río Congo y el río Amazonas constataría actos de maldad y sufrimiento sin límites de la población congoleña y de los nativos en la selva peruana. En ambos casos, se esclavizaba a las poblaciones con diversas argucias y se les sometía a castigos atroces para obtener su total sometimiento. Y todo esto por la codicia que despertaba el caucho. Esta palabra se repite una y otra vez en los diálogos pero sobre todo en las reflexiones del comisionado Casement.
Al concluir su misión en el Congo “Casement se dijo muchas veces que si había una sola palabra que fuera la raíz de todas las cosas horribles que ocurrían aquí, esa palabra era codicia. Codicia de ese oro negro que para desgracia de su gente, albergaban en abundancia los bosques congoleses” (93). Años después “a medida que descendía el Amazonas” retornando de su segunda visita a esa región, “pensaba (..) –muchas veces había pensado lo mismo en el África, navegando por el río Congo- de que en ese paisaje majestuoso (..) anidara el vertiginoso sufrimiento que en el interior de esas selvas provocaba la codicia de esos seres ávidos y sanguinarios que había conocido en el Putumayo” (318).
La codicia se define como el afán excesivo de riqueza (*). Este concepto está emparentado con avaricia y egoísmo. Este último es un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse u ocuparse de los intereses de los demás.
En su libro clásico, La Riqueza de las Naciones (1776) (**), piedra angular de la economía y el pensamiento liberal, Adam Smith escribió: “Pero el hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quien propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y así obtenemos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero lo que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas” (17). En la versión original en inglés, las expresiones son self-love y own advantage.
¿Pero es el egoísmo una condición exclusivamente humana?. Los animales están motivados, en primer término, por su propio interés sea que busquen alimento, abrigo o afecto. La preocupación y el interés por uno mismo, es a fin de cuentas, la condición para la subsistencia. Quien no se ocupa de uno mismo, no está en condiciones de ocuparse de los demás. Lo que diferencia a los humanos de los animales, es que podemos ocuparnos de nosotros mismos ocupándonos de los demás a través del intercambio. Esa magia atribuida a una mano invisible, fue la que describió magistralmente Smith (***).
Si nos orientamos al intercambio, cuando creamos más riqueza para los demás, obtenemos más riqueza para nosotros mismos. Esa idea es la que fundamenta en la sociedad moderna, la protección de la inversión y los beneficios privados. Vargas Llosa es un liberal que reconoce la influencia de Smith en su pensamiento, y es probable por ello que le angustie cuando en el propio interés se somete y destruye a otros seres humanos, cuando el egoísmo transpone una línea muchas veces invisible, y se convierte en codicia.
La empresa en el Congo belga intentó ser justificada porque se debía enfrentar el canibalismo, contener a árabes esclavistas y evangelizar a sus habitantes. En el Perú había que civilizar a los salvajes y ocupar el Putumayo antes que lo hiciera Colombia. Casemet mostró en sus informes, lo intolerable del comportamiento de estas dos compañías y sacudió la conciencia de sociedades avanzadas que compartían los beneficios de esos negocios criminales pero preferían no prestar oído a los rumores sobre las atrocidades que se cometían.
Si la codicia es el desenfreno del egoísmo, se requieren de organizaciones y personas dispuestas a denunciarlo, de prensa insobornable y de instituciones sociales capaces de sancionarla. Tal vez no tenemos otra opción que convivir con este hado y estar vigilantes para que nuestro propio egoísmo no nos conduzca a la codicia.
(*) Diccionario de la Real Academia Española.
(**) Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. FCE 2004.
(***) Smith había desarrollado la idea sobre el papel del egoísmo y había descrito la mano invisible en su primera obra Teoría de los sentimientos morales (1759).