Yo debo salir del pantano y ver caer esa parte de mí cuando envuelvo una manzana, cuando fabulo el pecado y escondo la otra mano para sentir que puedo guardar algo de bondad en el bolsillo. He llegado, hace un minuto, a esta ciudad para estar frente a ti; las perlas que llevo enroscadas en forma de serpiente sobre mi cuello me hacen sentir segura, sé que puedo sacar de mi boca la palabra exacta para que empiece la lluvia. Aquí, solo hay un paisaje y en medio de los dos: un árbol que arroja la salvaje cortesía de saliva y barro que intenta besarte ( veneno). Guardo la metamorfosis para más tarde, para cuando recuerdes el abismo y lo compares con mi equilibrio, para cuando recorras la infinita ruta de pecado llena de retórica y arena, para cuando seas la potencial víctima de más de cincuenta años, que se convierta en una ridícula larva de sol, amante de una gaviota agusanada que mastique tu naufragio…
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