Vuelve aquel verano, esa tarde que me arrancaste la bata de encaje y recorrí el cuarto desnuda hasta llegar al baño: agua tibia, espuma y humedad absoluta. Recuerdo tus afiebrados dedos surcando el vacío de esta piel, el fragmento de tu boca, como dibujada ola, que golpeaba mi espalda. Recuerdo que sin amarte, amaste mis oscuros costados: superficies, declinaciones, precipicios. Amaste a la serpiente y a la manzana, Manuel.

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