No echarás la culpa a las piedras, o velarás por ti más allá de las piedras, afirmando que no las anhelas antes que tu rostro se convierta en un desierto. Por delante de ti y tus espaldas, en la oscuridad que avanza con el día, tú casi habrás respirado. Y tus ojos, como si tu vida no fuera más que un peregrinaje a este país de privaciones, se abrirán los muros que te confinan en tu voz, tu otra voz, la que te lleva a las distancias del amor, donde yaces, más cerca del segundo y luminoso espanto de vivir en sus manos y pronunciar la piedra que acabarás por ser a su lado…fuerte y única para ser azotada por el cielo…labios proféticos desprovistos de imágenes que nombras…

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