En la estrecha residencia de las piedras. En esa imposibilidad de residencia en la piedra. Prisión de rombos y círculos. Debajo del volteado cáliz del cielo. En el interior, en los repliegues del cristal que te asombran, detrás de los ángulos dislocados. Allí hay suficiente agua para nadar, suficiente aire para volar. La natación y el vuelo en sofocante volumen es tempestad molecular de ola y viento… pero las piedras, ahí siguen las piedras que no se pudren ni se oxidan desde las negras profundidades de la tierra que fomentan la borrasca…
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