Francisco Hernández Astete, profesor de Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú y autor del libro “Los Incas y el poder de sus ancestros”, nos da testimonio de su experiencia en el Coloquio Internacional de Estudiantes de Historia.
Escribir sobre el Coloquio de Estudiantes de Historia en la PUCP supone para mí un ejercicio grato de memoria. De hecho, mi propia vinculación con la especialidad de Historia en la Universidad tiene un referente importante en el coloquio. Asistí, como estudiante de Estudios Generales Letras, como mirón digamos, al Primer Coloquio de Estudiantes de Historia, cuando empezaba la década de 1990, allí pude escuchar a los que entonces eran jóvenes profesores de la Universidad y estudiantes del Postgrado. Rafaél Sánchez-Concha, Juan Luis Orrego, Cecilia Méndez, Juan Carlos Estensoro, Lizardo Seiner y otros más fueron los ponentes de ese primer encuentro. No debemos olvidar por cierto que aunque el coloquio no tiene padre, sí tiene una madre, y esa es la Dra. Liliana Regalado de Hurtado que fue quien acogió la iniciativa de los estudiantes de esa época y convirtió el coloquio en una Institución en la Universidad que poco a poco fue cobrando fuerza y constituyó un ejemplo para todas las especialidades, hoy día todas las especialidades tienen un coloquio, entonces solo Historia los organizaba. Poco a poco siguieron los coloquios. Fue en el IV Coloquio de Estudiantes donde hice mi primer comentario a una ponencia, entonces éramos críticos feroces de nuestros compañeros, quizás sin medir las consecuencias de nuestras críticas. La vida, la formación como historiador seguía su curso y los coloquios seguían organizándose. Integré dos comisiones organizadoras y me acuerdo que éramos felices haciéndolo, festejando cada sol que conseguíamos para el coloquio, recibiendo las tareas y las responsabilidades asignadas que nos daba nuestra infalible asesora. Y digo infalible porque luego de pasarnos horas en su oficina haciendo miles de tareas venía la clase y nos resondraba por no haber podido leer lo que señalaba (un montón por cierto). Soy, como muchos, uno de los “invitados de piedra” de la clase de la doctora Regalado, creo que de historiografía. Eso nos dolió, a todos, pasar tanto tiempo juntos, saber que ella lo sabía, que no habíamos tenido tiempo de leer y llamarnos convidados de piedra en pleno salón de clase es algo que todavía muchos recordamos.
Y el tiempo, infalible, seguía avanzando. El coloquio seguía allí, todos los años, y nos traía nuevos aires a la especialidad. Fui ponente, luego profesor asesor de algunas comisiones organizadoras, y ahora, casi sin saber cómo, luego de pestañar, resulta que estoy escribiendo este pequeño texto a pedido de un estudiante que integra la Comisión Organizadora del XXIII Coloquio Internacional de Estudiantes de Historia, y eso solo significa que han pasado XXIV años de aquel viejo primer coloquio al que asistí pues hubo una vez que un grupo de estudiantes, enfrentados con el status quo decidieron que ese año no había coloquio. Francamente solo puedo recordar y celebrar que los estudiantes de Historia sigan tan entusiasmados como siempre en la realización de esta tarea tan especial y tan importante para nuestra Especialidad. En el coloquio se aprende. Se aprende de historia, se aprende de gestión, se aprende a trabajar en grupo, a sentirse responsable de una tarea, se aprende a ser el Anfitrión y lo importante que es trabajar tanto para que por unos días la Historia, pero la que hacen otros, sea la protagonista de nuestras vidas. El coloquio es tiempo de aprendizaje y espero que la tradición continúe.
Francisco Hernández Astete
Lima, 2 de Abril del 2013