12 DE OCTUBRE: NO HAY NADA QUE FESTEJAR EN EL PERÚ Y AMÉRICA

12 DE OCTUBRE: NO HAY NADA QUE FESTEJAR EN EL PERÚ Y AMÉRICA
Por Roger R. Gonzalo Segura (rrgonzalo@pucp.pe) [1]
Cambia Perú – Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas
Viernes, 12 de octubre de 2012 a la(s) 15:33 ·

Descubrimiento-de-América pa
Desde Europa, desde Lima tan cerca de París y muy lejos de los pueblos del Perú, se dice que el día 12 de octubre es un día histórico y especial ya que se recuerda el “descubrimiento” de América en 1492. Esta sería una cara de la historia. Otra fue el inicio de un holocausto y crímenes contra la humanidad que condujo a la muerte a los indígenas de América.Al Perú, la tragedia llegó hacia 1532 con la entrada de Francisco Pizarro y el envenenamiento de los generales del inca Atahualpa, la captura del Inca y la matanza de indígenas, lo cual continuó durante la guerra entre almagristas y pizarristas.<Conquista. córtanle la cabeza a Atagualpa Inga. Umanta cuchun. Murió AtaguaAsesinato de Atahualpalpa en la ciudad de Caxamarca>En lo que es ahora Lima la capital, se acabó con la población originaria del valle de Ichma, antiguo nombre del valle limeño; y no solo en Ichma, sino en toda la franja costera acabando con poblaciones enteras. La concentración indígena en valles angostos fue su pérdida: una densa población originaria costeña fue diezmada y reemplazada por europeos y africanos. La disminución poblacional nativa viajó desde Cajamarca hasta el Altiplano. Sin embargo, en la Sierra las poblaciones no fueron totalmente exterminadas por la distribución más homogénea sobre grandes distancias, de manera que, en algo fue posible mantener las instituciones sociales y económicas propias. La ceja de selva (Chachapoyas, Jaén o Moyobamba) perdió población rápidamente a causa de enferme-dades venidas de Europa como la viruela, sarampión y la gripe. La primera observación de los sanitarios españoles fue que las enfermedades infecciosas afectaban de modo distinto a los indígenas que a los europeos. Diego Álvarez Chanca, médico que acompañó a Colón en su segundo viaje, es quien da la primera noticia directa, al advertir que la gripe afectaba más intensamente a los indios que a los españoles. Fray B. de las Casas, en su alegato proindigenista, afirma que eran “gentes delicadas, flacas y tiernas en complission y que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquier enfermedad”.[2] Los que escapaban del yugo español se convirtieron en forasteros quienes al ingresar a la selva fueron víctimas de la fiebre amarilla (Cook 2010).En el sur del Perú, los indígenas murieron en las mitas mineras llevadas por los españoles, ya sea en los yacimientos de Azogue de Huancavelica o en la mina de plata de Potosí, ambos conocidos como las minas de la muerte.

POTOSÍ, LA MINA DE LA MUERTE MÁS GRANDE DE AMÉRICA
Irónicamente, el virrey Toledo (1569-1581) tendría las “buenas intenciones” de realizar un “buen gobierno” en beneficio de los nativos de Chucuito, Puno, declarado “patrimonio del rey”, pero a partir de las reducciones y la política fiscal implantadas no hizo sino crear las mejores condiciones de explotación de la mano de obra gratuita de los aimaras que afectó en gran medida en el descenso de la población.Entre las causas de tales descensos se tienen: la mita en las minas donde los nativos eras expuestos ante el frío, la mala alimentación, ventilación inadecuada, el plomo y derrumbes, y las nuevas epidemias como la viruela, la influenza, la malaria, el tifus, tifoidea, la difteria, el sarampión, etc. “Los indios, que no tuvieron ninguna inmunidad natural a esas nuevas enfermedades, murieron por miles” (Cook 1975: XXIV). Los hospitales inaugurados por la administración toledana sirvieron para ser un negocio rentable para los inescrupulosos administradores de tales centros de salud, según se queja el obispo de La Paz, Pedro de Valencia, en 1619, luego de su visita a Chucuito (Julien et ál.: 1993: XI).

Potospotosi_mita_.jpgí es la mejor muestra de la manera cómo se convirtió en el centro de la muerte que diezmó la población indígena del Sur del Perú. Al principio, hablando de la mita minera, hacia el año de 1567, de toda la provincia de Chucuito se enviaba cada año 500 «indios» para trabajar en las minas de Potosí (hoy Bolivia) (Diez de San Miguel [1567] 1964: 19).[4] Hacia el año de 1579, el número de «indios» que se sacaban desde la “encomienda del rey español”, Chucuito (que incluye Pomata, Yunguyo, Juli, Ilave, Ácora, conocida como el área Lupaca), a la mina argentífera de Potosí, se incrementó, por disposición del virrey Toledo, hasta 1.100 y después a 2.200 (Julien et ál.: 1993: XI). Hay noticias de que hacia el año de 1600, el curaca de cada ayllu anunciaba la mita venidera dos meses antes de la fecha de partida de estos 2.200 que tenían que ir a las minas de Potosí, con todas sus provisiones, sus mujeres e hijos. El siguiente extracto es muy ilustrativo para tener una idea sobre el impacto en las familias aimaras de Chucuito:
De la provincia de Chuquito salen dos mil doscientos indios cada año para el entero de la mita […]. Todos estos van ordinariamente con sus mujeres é hijos, que por haberlos visto subir dos veces, puedo decir que serán todos más de siete mill almas. Cada indio de estos lleva por lo menos ocho y diez carneros y algunos pacos ó pacas para comer; otros de más caudal, llevan treinta y cuarenta carneros; en estos llevan sus comidas de maiz y chuño, sus mantas para dormir, esterillas para defenderse del frio, que es riguroso, porque siempre duermen en el campo. Todo este ganado pasa ordinariamente de treinta mill cabezas, y casi siempre llegan á cuarenta mil, y año que se contaron cincuenta mill trescientas cabezas. Pues digamos que no son más de treinta mill, estas con el chuño, maiz, harina de quinoa y cecina y sus vestidos nuevos, vale todo más de trescientos mill pesos de á ocho […]” (Alfonso Messía, citado por Cook 2010: 306).

Son 480 kilómetros de viaje a pie desde las orillas del Titicaca hasta Potosí los que tenían que recorrer los mitayos en dos meses. Trabajaban en la mina unas diecisiete semanas para ganar 46 pesos, cuando el viaje y el mismo tributo les costaba 100 pesos: un derroche de energía brutal.

Según Messia, de éstos «Solamente dos mil personas vuelven: de los cinco mil restantes, algunos mueren y otros se quedan en Potosí o los valles cercanos porque no tienen ganado para el viaje de vuelta» (Cook 2010: 306). Las muertes serían causadas por las epidemias de la época, los accidentes mineros (inundaciones por la ruptura del agua represada, derrumbes, envenenamiento por mercurio, falta de oxígeno), los desastres naturales (sequías, granizadas, tormentas de nieve que dejaban a muchas personas congeladas en las calles potosinas), las escaramuzas entre los españoles y criollos hasta llegar a la proporción de una guerra civil. Todos estos hechos fueron mermando la población, no sólo en el altiplano, sino en muchos lugares (cf. Cook 2010).

LA TRAGEDÍA NO TENÍA NI TIENE CUÁNDO ACABAR

La tragedia de los indígenas en el Sur del Perú se agrava luego de la ejecución de Tupac Amaru (1781). Los pueblos indígenas fueron condenados a la miseria y a la explotación luego de la Independencia de los Criollos establecidos en Lima, quienes serían literalmente los nuevos dueños del Perú. Así, los indígenas son simbólicamente aniquilados ya para los inicios de la republica porque sus derechos no fueron tomados en cuenta no sólo en el Perú, sino en todas las nacientes repúblicas.

Algunos presidentes habrían ordenado el aniquilamiento sistemático de indígenas que se levantaban en contra del abuso y la explotación de los hacendados contra los indígenas hasta la dación de la Ley de la Reforma Agraria por el Gobierno Militar de Juan Velasco Alvarado (1969).

Sobre lo anterior Manuel González Prada se pregunta de manera muy sugerente: “Bajo la República ¿sufre menos el indio que bajo la dominación española?”. González Prada, por ejemplo, nos da la noticia sobre la matanza de indígenas puneños de la Isla de Amantaní, ordenada por Piérola:
Si no existen corregimientos ni encomiendas, quedan los trabajos forzados y el reclutamiento. Lo que le hacemos sufrir basta para descargar sobre nosotros la execración de las personas humanas. Le conservamos en la ignorancia y la servidumbre, le envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanzamos a destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizamos cacerías y matanzas como las de Amantani, Ilave y Huanta (Una persona verídica y bien informada nos proporciona los siguientes datos: ‘Masacre de Amantani. -Apenas inaugurada la primera dictadura de Piérola, los indios de Amantani, isla del Titicaca, lincharon a un gamonal que había cometido la imprudencia de obligarles a hacer ejercicios militares. La respuesta fue el envío de Puno de dos buques armados en guerra, que bombardearon ferozmente la isla, de las 6 de la mañana a las 6 de la tarde. La matanza fue horrible, sin que hasta ahora se sepa el número de indios que ese día perecieron, sin distinción de edad ni sexo. Sólo se ven esqueletos que aún blanquean metidos de medio cuerpo en las grietas de los peñascos, en actitud de refugiarse.’ Ilave y Huanta se consumaron en la segunda administración de Piérola).”[3]

Así, durante los fines de los siglos XIX y hasta los mediados del XX, los crímenes contra los indígenas ocurrieron cada vez que hubo un levantamiento en contra de sus explotadores, los codiciosos y abusivos hacendados o autoridades de prácticas gamonalistas. Miles de indígenas anónimos fueron ametrallados por los soldados del ejército y rematados por los agentes privados de los hacendados para luego despojarlos de sus tierras y animales de manera definitiva echándoles hacia territorios geográficamente más hostiles y a la miseria. Y en Puno, por ejemplo, las prácticas gamonalistas no solo es practicada por los hacendados, sino por las mismas autoridades. [4]

Por otra parte, en la selva, los indígenas eran explotados y exterminados por los colonizadores blancos durante la llamada “fiebre del caucho”. Los colonizadores durante la explotación del caucho en la Amazonía causó diversas injusticias con los indígenas que en la mayoría se expresaron en torturas, prostitución forzada, pedofilia, esclavitud y masacres masivos ¿y dónde estaba el Estado Peruano? Como hoy, en la absoluta ignorancia de la realidad peruana, en la absoluta injusticia.

Los crímenes no tienen cuándo parar. Hoy, porque hay medios de comunicación, podemos saber cuántos murieron en Bagua (5-6-2009), en Cajamarca (2012), Arequipa, Cuzco, Lima o Puno. ¿Hasta hoy no hay justicia real porque son indígenas? ¿No hay justicia real porque no son ciudadanos peruanos? ¿No hay que ser indígenas para ser un sujeto de derechos en el Perú? Hubo matanza de indígenas en plena etapa Republicana, y esto debería de avergonzar a cualquier gobernante peruano, políticos y ciudadanos responsables.

El Estado ha sido siempre una entidad indiferente, insensible con los descendientes de los que tienen en el Perú miles de años de historia. Y la etapa republicana ha sido la etapa más cruel para la vida de miles y miles de indígenas en el Perú. Hubo matanzas siempre, pero nunca se llevó a los responsables ante los tribunales (p. e. el bombardeo de los indefensos hombres, mujeres y niños matsés, Amazonía Peruana, 1964, etc.).

Esto no se sabe, porque la historia peruana ha sido narrada según los intereses de un grupo de personas que sistemáticamente negaron la existencia de los pueblos del Perú, negaron sus religiones, sus lenguas, a su gente, a sus mujeres y sus niños, y ha hecho las leyes de los más discriminante y asimilador (invisibilizador) que se haya visto. Si hoy hay leyes a favor de las comunidades o nacionalidades indígenas, es aún letra muerta, cuando se sigue pensando en paternalismos y asistencialismo indignos para cualquier ser humano y se sigue pensando en un crecimiento económico que beneficia a unos cuantos y al resto no les queda más que respirar el humo de las bombas lacrimógenas y recibir balazos indiscriminados.

Los indígenas son peruanos; no son mendigos: reclaman dignidad y el respeto de todos sus derechos (religiosos, territoriales, lingüísticos, políticos, socio-culturales, etc.).
La situación es aún peor cuando el terror tiene lugar en el Perú en las décadas de los 80 y 90, durante los cuales se han cometido innumerables y horrendos casos de violación de derechos humanos perpetrados por los Grupos terroristas y criminales como Sendero Luminoso y MRTA y por los agentes militares y policiales cuando éstos últimos tendrían que ser los encargados de proteger la vida de la población vulnerable, y al contrario cometieron crímenes de lo más horrendo en contra de niños, niñas, mujeres, ancianos, hombres y mujeres quienes en los casos más emblemáticos tenían que cavar sus fosas de la muerte.

Es muy doloroso imaginar las violaciones a muchas mujeres niñas o adultas. Todo esto tiene un nombre: genocidio. Sobre estos casos los gobernantes se hicieron los ciegos, sordos y, por tanto, cómplices como es el caso del ex presidente Fernando Belaúnde (p.e. caso Cabitos, Putis, Uchuracay, etc.) o Alan García. El terror en el Perú no debe tener lugar ni en ninguna parte y mucho menos debe venir del Estado en contra de las poblaciones históricamente vulnerables del Perú. Hoy los criminales no son castigados con justicia sean terroristas, militares o policías por sus despreciables actos en contra de las poblaciones indígenas (solo Fujimori y unos cuantos son juzgados por sus crímenes, pero en condiciones demasiado benévolas y nada ejemplares judicialmente hablando; muchos están sueltos).

La Comisión de la Verdad y Reconciliación estima que la cifra más probable de víctimas fatales de la violencia en el Perú (1980-2000) es de 69.280 personas, de las cuales el 75 por ciento de las víctimas fatales del conflicto armado interno tenían el quechua u otras lenguas nativas como idioma materno. Solo entre 1995 y 1990 fallecieron 6.000 asháninkas en manos de los terroristas, fueron desplazados 10.000 y 500 cayeron presos por Sendero Luminoso. Los asháninkas perdieron el 10 % aproximadamente de su población de unos 70 mil habitantes.[5]

En conclusión, hubieron crímenes horrendos y aún hoy continúa de muchas maneras y no hay justicia. Bajo estas circunstancias históricas es preciso que haya un gobernante del Perú con alta sensibilidad histórica, humana y social y pida perdón a los pueblos indígenas, tal como se hizo hace poco simbólicamente a los afrodescendientes del Perú, como la cabeza de un Estado cómplice al no haber protegido a sus habitantes que “también” son “peruanos”. Mientras tanto, por motivos de recordarse el 12 de octubre como fecha históricamente criminal para los indígenas del Perú y América (Abya Yala) no hay nada que celebrar; muchas heridas siguen abiertas.[6]

NOTAS:
[1] Lingüista, Indígena aimara, Secretario Nacional para los Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas -CAMBIA PERÚ (rrgonzalo@pucp.pe)
[2] Cordero del Campillo, M., LAS GRANDES EPIDEMIAS EN LA AMÉRICA COLONIAL, in Archivos de zootecnia vol. 50, núm. 192, p. 601 ss. Universidad de León, España 2001.
http://www.uco.es/organiza/servicios/publica/az/php/img/web/
01_22_54_09cordero.pdf
[3] http://www.theyliewedie.org/ressources/biblio/es/Prada_Manuel_
Gonzalez_-_Compilacion_de_escritos.html
[4] Cf. “EXPORTACIÓN DE LANAS Y MOVIMIENTOS CAMPESINOS EN PUNO 1895 – 1925”:
http://casadelcorregidor.pe/colaboraciones/_biblio_Rengifo.php
[5] Sobre las conclusiones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación: http://www.cverdad.org.pe/ifinal/conclusiones.php
[6] Para asuntos relacionados con la justicia en el Perú por este tipo de atropellos, léase el artículo del periodista César Hildebrandt:
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/columnistas-y-colaboradores/eran-solo-serranos_16874.html

BIBLIOGRAFÍA:
COOK, Noble David (editor) (1975). Tasa de la Visita General de Francisco de Toledo. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
COOK, Noble David (2010). La catástrofe demográfica andina: Perú 1520-1620. Traducción de Javier Flores Espinoza. Lima: Fondo Editorial de la PUCP.
DIEZ DE SAN MIGUEL, Garci ([1567] 1964). Visita hecha a la provincia de Chucuito. Lima: Ediciones de la Casa de la Cultura del Perú.
JULIEN, Catherine J. et ál. (editores) (1993). Toledo y los Lupacas: Las tasas de 1574 y 1579. Bonn: Holos Verlag.
O’PHELAN GODOY, Scarlett (2012 ). Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia 1700-1783. Segunda edición. Lima: IFEA, IEP.

FOTOS:
. Descubrimiento: http://www.webquest.es/wq/los-descubrimientos-de-america
. Mita minera: http://www.amautacunadehistoria.com/2009/10/tupac-amaru-ii-contra-las-mitas-mineras.html

. Indios mitayos rumbo a las minas de Potosí. Imagen: Guillermo Álvarez.

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Por los 100 años del ex-Presidente Fernando Belaúnde, no hay nada que celebrar (7 de octubre) para los descendientes de hablantes de las lenguas andinas y amazó

¿Por qué endulzamos el recuerdo de Belaúnde?

Por Wilfredo Ardito Vega *
8 de setiembre de 2012
Este año, el 7 de octubre, centenario del nacimiento de Belaúnde, será una fecha crucial para ubicarnos frente al pacto del olvido y la impunidad. En mi opinión, exigir justicia para las víctimas de su gobierno es una obligación de quienes queremos una sociedad mejor. Para ello la sociedad peruana tendría que aprender a ser menos racista, tendría que ver a los campesinos como seres humanos y tendría que aceptar que su sufrimiento no es aceptable. ¿Será posible que lleguemos a tanto?
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Todos los años, cuando les pregunto a mis alumnos en la universidad durante qué gobierno se cometieron las mayores violaciones a los derechos humanos, me responden lo mismo: en el de Fujimori… y se quedan sorprendidos cuando se enteran que fue en el gobierno de Belaúnde.

No hay que culparlos de su ignorancia. Mientras Fujimori está preso por su responsabilidad como autor mediato en diversos crímenes, Belaúnde es oficialmente recordado como un presidente democrático. Llevan su nombre una importante carretera en la selva, un auditorio del Congreso de la República y diversos colegios. En estos días, debido a que el 7 de octubre se cumple el centenario de su nacimiento, el Congreso ha convocado a un concurso escolar para celebrar su legado, además de programar un calendario de actividades protocolares.
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Si algún estudiante (y al parecer algún congresista) quisiera saber más sobre Belaúnde, debería darse un salto por la majestuosa Casa Rímac, ubicada en el jirón Junín, precisamente frente a uno de los locales del Congreso. En este restaurado local se exhibe, en el marco de la I Bienal de Fotografía, la exposición No se Puede Mirar, que reúne cientos de imágenes que Vera Lentz captó durante los años del conflicto armado.

Las imágenes muestran con crudeza los crímenes que cometían los senderistas, pero también reflejan la extrema violencia que ejercían las fuerzas del orden sobre la población civil, especialmente sobre los campesinos ayacuchanos.

Por ejemplo, se expone fotos de la masacre de Soccos, en la cual un grupo de policías irrumpió en una celebración de pedida de mano y asesinó a decenas de personas inocentes. En una fotografía aparece el cuerpo de una campesina asesinada debido a que se atrevió a denunciar lo ocurrido.
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¿Era Belaúnde responsable de estas atrocidades? Con seguridad, no dispuso que se cometieran estos crímenes, pero los autores se comportaron con tal ensañamiento que demostraron estar convencidos que no serían castigados. Años después, el gobierno se encargaría de dar protección legal a todos los militares acusados de violar los derechos humanos, convirtiendo torturas, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales en simples “delitos de función” que implicaban penas mínimas.

Durante el gobierno de Belaúnde, las violaciones a los derechos humanos se produjeron de manera sistemática e indiscriminada. Ya desde 1981, los sinchis, el cuerpo especial de la policía, violaba a las mujeres (una fotografía de Vera Lentz muestra a una de las víctimas con su hija, ahora adolescente). En Huaychao, un grupo de pastores evangélicos, que predicaba que los senderistas seguían los mandatos del demonio, fue asesinado. En masacres como Putis, los campesinos fueron obligados a cavar su propia tumba, señalándoles que sería para una piscigranja. En Umasi, las víctimas fueron decenas de escolares secuestrados por los senderistas y los militares violaron a las niñas antes de matarlas. Gracias a la protección legal que otorgó el gobierno, todos estos crímenes están impunes.
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“Súbitamente”, recuerda un amigo de Huanta “las señoras que llegaban los domingos a vender al mercado empezaron a llegar todas de negro. Así de niño comprendí que habían matado a sus familiares”.

El Perú tuvo durante el gobierno de Belaúnde, el trágico primer lugar en desaparecidos a nivel mundial, superando a Guatemala, Irán o China. Sin embargo, pese al clamor internacional, el democrático presidente se jactaba de que arrojaba “al tacho de basura” las cartas de Amnistía Internacional, hablando como si fuera un dictador irracional.
Fernando Belaúnde, hizo suficientes méritos para ser juzgado por crímenes de lesa humanidad que se permitió durante su primer y segundo gobierno (1963-1968 y (1980-1985

Resulta además interesante que en 1983, cuando se extienden las primeras noticias sobre violaciones masivas de derechos humanos en Ayacucho, se produce el famoso asesinato de los nueve periodistas y su guía en la comunidad de Uchuraccay. La muerte es atribuida a la confusión de los propios comuneros, que habrían pensado, por alguna extraña razón, que los periodistas eran terroristas, pero a raíz de este hecho, nunca más los periodistas se atrevieron a recorrer la zona. La masacre, por lo tanto, resultó funcional a una estrategia contrainsurgente que no quería testigos incómodos. Y aún para quienes se quedaban en las ciudades, la situación era arriesgada: Jaime Ayala, corresponsal de La República en Huanta, desapareció en las instalaciones militares de dicha ciudad.

En otra de las fotos de Vera Lentz se muestra una exposición fotográfica, realizada por la Municipalidad de Ayacucho con imágenes de los desaparecidos a los que sus familiares buscaban… La exposición fue realizada en 1985 y mostraba las fotos de las personas desaparecidas en los primeros meses de ese mismo año.

Con estos antecedentes, parece increíble que a mis alumnos les digan en sus casas que Belaúnde fue un gobernante débil, que no reaccionó con firmeza frente al terrorismo, pues, en su gran ingenuidad, habría confundido a los terroristas con abigeos.

A mi modo de ver, la imagen edulcorada de Belaúnde es parte de un proceso en que los peruanos tuvimos la intención evidente de olvidar el periodo de la violencia política, así como de reconstruir una manera de percibirla que no nos molestara.

Mi impresión es que después de la captura de Abimael Guzmán, líder del grupo terrorista Sendero Luminoso, la sociedad peruana hizo un pacto colectivo de olvido, para no pensar en lo que había ocurrido durante esos terribles años. Era comprensible que muchos limeños quisieran olvidar los crímenes cometidos por los senderistas, por todo el sufrimiento que habían causado. Hacia 1992 el Perú parecía un país inviable, donde no había futuro ni esperanza. Recuerdo que en 1994, a dos años de la mencionada captura, ya muchas personas hablaban de la “época del terrorismo” como si se refirieran al tiempo de los virreyes.
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Sin embargo, ese pacto de olvido tenía muchos beneficiarios: en primer lugar, quienes cometieron crímenes desde el Estado. Se repitió que habían sido “necesarios para derrotar al terrorismo”, aunque ni Soccos, Umasi, Putis o las demás masacres de los años ochenta, ni las ejecuciones del Frontón ni los crímenes del Grupo Colina tuvieron ningún impacto en la derrota de los terroristas. Es más, las masacres de Ayacucho deslegitimaron totalmente al Estado, que se comportó como un sanguinario ejército de ocupación.

Otros grandes beneficiarios del pacto del olvido fueron los partidos políticos, comenzando por Acción Popular, que reivindica la gesta de su fundador como impulsor de la democracia en tiempos del General Odría. En aquellos años, Belaúnde era considerado revolucionario o hasta “comunista”. Curiosamente, pese a que sus dos gobiernos concluyeron en medio del más profundo descrédito, muchos jóvenes ahora creen que fueron gestiones exitosas.

Ahora bien, precisamente remontarse al primer gobierno nos permite comprender mejor las contradicciones de Belaúnde: en los años sesenta, los matsés o mayorunas, un grupo indígena en la selva amazónica, fueron bombardeados por la Fuerza Aérea como parte del proceso de colonización que Belaúnde impulsaba. ¿Cómo así se permitió este crimen? Yo creo que para Belaúnde los nativos amazónicos no eran ciudadanos peruanos o al menos no en la misma categoría que su aristocrático entorno familiar. Bajo esta misma lógica, Belaúnde pudo avalar la muerte de miles de campesinos, aunque no estuvieran involucrados en ningún hecho de violencia. Era el precio que había que pagar para garantizar que subsistiera el régimen democrático. De esta manera, el régimen de Belaúnde era en realidad un régimen dual, como lo fue el de Sudáfrica: democrático para unos, pero autoritario y violento para otros, cuya vida no valía nada, fueran mujeres, niños o ancianos.

Ahora bien, yo creo que el pacto del olvido es exitoso porque beneficia también a los cómplices de Belaúnde, es decir todos los peruanos que durante su gobierno guardaron silencio, prefirieron mirar a otro lado o fueron indiferentes frente a los crímenes… Cuando se insiste en que Belaúnde “no sabía nada”, es una forma de decir que uno “tampoco sabía”, lo cual en realidad resulta imposible.

Para un grupo de personas, inclusive, las noticias de la violencia, según revela Jorge Bruce, eran percibidas con una secreta satisfacción, porque los cholos se estaban matando entre ellos y, si desaparecían, podrían vivir en un país mejor.

Como sucede con los tabúes existentes en las familias, este pacto de silencio buscaba evitar confrontarse con situaciones dolorosas, que no solamente reflejan responsabilidades, sino también complicidades… y aunque los buenos limeños que prefieren olvidar los crímenes de Belaúnde no mataron a nadie, su complicidad encarna un problema que todavía existe: el racismo que les permitía pensar que la vida de sus compatriotas no valía nada.

Este racismo permitió que se cometieran crímenes tan terribles hacia quienes eran percibidos como inferiores. Con todo el horror cometido por las dictaduras en Argentina y Chile, éstas se caracterizaban por una política selectiva, donde se secuestraba y torturaba a las personas por sus ideas políticas. En los tiempos de Belaúnde simplemente se actuaba de manera indiscriminada, sin tomar en cuenta más que los rasgos físicos. Esto es lo que explica la muerte de bebés y niños pequeños, lo que ni siquiera hacían los militares argentinos, pero sí los nazis. De hecho, los militares ni siquiera podían entender a muchas de las víctimas, porque no hablaban quechua.

Existe un dato adicional: las mismas masacres indiscriminadas que se produjeron en Ayacucho ocurrieron en aquellos años lejos del Perú, en Guatemala, con el mismo ensañamiento y crueldad. ¿Por qué en Ayacucho y el Quiché dos ejércitos diferentes llevaron a cabo la misma táctica de “tierra arrasada”?

Al parecer, existía una coincidencia porque el ejército guatemalteco y el peruano seguían los lineamientos de la Escuela de las Américas, a lo cual se suma el terrible racismo que existía en los dos países.

Años después, Fujimori terminaría siendo víctima de su propio discurso autoritario, y el mismo quiso considerarse representante de la “mano dura”, mientras Belaúnde pasaba al olvido. En el fondo, la percepción de Belaúnde es un poco la percepción que tenemos de nosotros mismos: es mejor pasar por un ignorante que por cómplice de un genocidio.

Este año, el 7 de octubre, centenario del nacimiento de Belaúnde, será una fecha crucial para ubicarnos frente al pacto del olvido y la impunidad. En mi opinión, exigir justicia para las víctimas de su gobierno es una obligación de quienes queremos una sociedad mejor. Para ello la sociedad peruana tendría que aprender a ser menos racista, tendría que ver a los campesinos como seres humanos y tendría que aceptar que su sufrimiento no es aceptable. ¿Será posible que lleguemos a tanto?
FUENTE: http://rightsperu.net/index.php?option=com_content&view=article&id=113:ipor-que-endulzamos-el-recuerdo-de-belaunde&catid=37:analisis&Itemid=62
* Abogado y escritor peruano. Activista en derechos humanos y en la lucha contra el racismo en el Perú. Magister en Derecho Internacional de los Derechos Humanos y Doctor en Derecho. Profesor en diversas universidades. Ha trabajado con población indígena en Guatemala y Perú. Autor de la novela El Nuevo Mundo de Almudena, de diversos libros sobre racismo y discriminación, así como del blog Reflexiones Peruanas. Este artículo fue originalmente publicado en la revista Manicomio Suyay, que dirige Juio Martín Meza Díaz.
VÉASE EL DOCUMENTAL SOBRE LA MATANZA DE PUTIS, AQUÍ: http://www.youtube.com/watch?v=gLaBr_wg-zQ
http://youtu.be/gLaBr_wg-zQ

DATOS SOBRE LA MATANZA DE LOS MAYURUNA ORDENADA POR BELAÚNDE – 1964

Durante el primer gobierno de Belaúnde los nativos Mayoruna fueron bombardeados y ametrallados por la Fuerza Aérea del Perú:

El presidente Belaúnde ordenó personalmente a la Fuerza Aérea del Perú bombardear y ametrallar las aldeas de tres de los cuatro clanes de los indígenas mayoruna (matsés) del río Yaquerana. (…) El bombardeo de los indefensos hombres, mujeres y niños matsés fue presentado por la prensa nacional como una acto de heroismo de los pilotos de la fuerza aérea peruana luchando contra los brutales salvajes que se oponían al progreso del país. La verdad detrás la propaganda de los medios era que los indígenas mayoruna estaban en el camino de algunas pocas compañías madereras nacionales y transnacionales (Traducción: SR)

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