En un ordenamiento preciso muestra la secuencia de cuerdas mayores que anudaban los meses, de las menores que anudaban las semanas y de los ocho nudos de estas últimas que marcaban los días en los que —en las 328 huacas distribuidas radialmente desde el Templo del Sol hacia las cuatro direcciones del mundo— se celebraban los rituales de adoración señalando el paso anual del periodo húmedo al seco.
El conjunto de observaciones astronómicas del Sol, la Luna y las estrellas plasmado en la geografía cultural de los adoratorios pautaba el ciclo agrícola y ganadero, normaba la intervención ritual activa de las mujeres investidas por relatos míticos que las habilitaban como herederas de la memoria colectiva y articulaba el funcionamiento del orden político.
Este sistema de líneas imaginarias movilizaba el conjunto del engranaje de intermediación y representación religiosa, política y administrativa inca y regulaba la redistribución de dones otorgados en reciprocidad. Establecía la complementación y, también, la administración del conflicto entre las diversas sociedades andinas y de estas con el Estado inca. Sabemos que el calendario inca llegó a una integración de tiempo y espacio, terrestre y celeste. Entretejió tanto el periodo femenino de lluvias de centralidad lunar y sideral como el periodo seco masculino de centralidad solar.El calendario inca renueva el reconocimiento a los pueblos originarios del Ande y de la Amazonía.
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Autor(es): Zuidema, Tom
Editorial: Pontificia Universidad Católica del Perú / Congreso de la república