Eso que se llama educar

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Alguien había escrito hace un buen tiempo sobre la vocación docente. Cuando leí su artículo me hizo repensar en mi labor y lo satisfactoria que puede llegar a ser (además, por cierto, me animó a crear este blog).

La verdad es que la satisfacción no va de la mano con la retribución económica, pues el sueldo de un maestro es uno de los más bajos comparado con el de otras profesiones; tampoco va acorde a la imagen que muchas personas tienen de aquellos que se deciden por la docencia: si dices que quieres ser profesor parece que algo desencajara de inmediato el rostro de quien te escucha.

En realidad, la satisfacción se da por el lado más sublime de la experiencia de compartir aprendizaje con otro ser humano, el educando puede variar en edad, pero sigue siendo aquel que busca nuevas experiencias y resuelto a aprender.

Eso que se llama educar, te llena de un sentimiento indescriptible en palabras. Verdaderamente uno debe ser un apasionado para volcarse a la búsqueda de metodologías, la creación de mejores recursos y la renovación constante, con el fin de llegar a motivar a otro ser humano a seguir aprendiendo.

Un verdadero maestro lo hace con cariño y esperanza de que algún día tu pequeño o gran estudiante logre todo aquello que se ha propuesto.
Eso que se llama educar, creo yo, debe dejarse definitivamente cuando se pierda su gusto primero. La rutina y el cansancio son factores que reducen paulatinamente la razón del ser maestro. Espero -creo- que cuando llegue ese día pueda con total determinación dar un paso al lado y dejar que nuevas vocaciones sigan su camino.

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