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En medio de la primera gran crisis del siglo XXI destaca el caso de Grecia, no solo por la enorme deuda —en términos relativos— sino también por la manera en la que esta pudo acumularse al margen de todos los controles y de la supervisión de las instituciones de la Unión Europea. Además, la crisis griega ha supuesto cambios significativos en sus estructuras sociales y políticas como en ningún otro país.

Los recientes acuerdos de rescate alcanzados por el gobierno de izquierda griego y las instituciones financieras europeas y mundiales podrían interpretarse bajo la luz de la historia. De hecho, parece que en varias ocasiones las razones geopolíticas han tenido un mayor peso del que se les atribuye al momento de valorar la posición de Grecia dentro del contexto internacional.

Tanto su clima y la condición insular de una parte de su territorio como su cercanía, y por ende, su influencia en las primeras civilizaciones, llevaron al florecimiento durante cuatro siglos de la antigua Grecia. Su dominio cultural fue tal que incluso en nuestros días sigue siendo un referente sobre lo que pertenece o queda excluido —por ser considerado bárbaro— de la civilización occidental.

Bajo el Imperio otomano, la región que hoy conocemos como Grecia pudo mantener cierto rango de libertad debido a su posición geográfica, que le permitió tener el control de gran parte del comercio del Imperio. El nacionalismo griego, que surge a principios del siglo XVIII, se ve reforzado por las potencias europeas. Francia, el Reino Unido y Rusia apoyaron la independencia de Grecia. Sin embargo, fue con Rusia y por razones más de índole cultural y étnica, que se forjó una alianza que parece hoy más vigente que nunca.

Pese a que la Primera Guerra Mundial le permitió a Grecia consolidar su territorio, no fue sino hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial que se convirtió en punto focal de la política de contención de cara al inicio de la Guerra Fría. Cuando los británicos entraron a Grecia sabían del control que los comunistas ejercían sobre la resistencia, incluso a 70 años del fin de la guerra han comenzado a circular versiones sobre cómo, más que liberación, los británicos llegaron a Grecia a realizar una “limpieza” que permitiera la restauración de la monarquía.

Como era común durante la Guerra Fría, cualquier régimen era preferible al comunismo. En el caso de Grecia, tras la guerra civil y varios intentos por instaurar un gobierno que por lo menos en apariencia fuera democrático, se toleró una dictadura militar. Es justo decir que la Comunidad Económica Europea trató, a través de medios diplomáticos y sanciones económicas tibias, de debilitar a la junta militar. De hecho, el Acuerdo de Asociación que se había firmado con Grecia en 1961 fue suspendido al tiempo que se pedía su retiro del Consejo de Europa.

Al restaurarse la democracia, se reactivaron los mecanismos para el ingreso de Grecia a la Comunidad Europea. Claro está que en ese momento aún faltaba mucho para que entraran en vigor los criterios de Copenhague que ahora regulan el ingreso de nuevos miembros a la Unión Europea. Sin embargo, el caso de Grecia es, por decir lo menos, diferente si se le compara con la experiencia previa de adhesión cuando se incorporaron Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido en 1973.

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Debemos recordar que, en paralelo a las tribulaciones políticas en Grecia, el proceso de unificación europeo estaba teniendo sus propias complicaciones. En este sentido, la crisis de la década de 1970 en Medio Oriente originó una recesión económica mundial que puso freno al ímpetu integracionista. Sin embargo, las cuestiones políticas adquirieron fuerza y comenzó a discutirse la necesidad de formular una “identidad europea”. Los objetivos originales de la Comunidad Europea de generar paz y estabilidad se transformaron al de convertirse en un ícono de la democracia. Por este motivo, las razones por las que Grecia fue admitida como miembro con plenos derechos a menos de diez años de haber transitado de la dictadura parecen nuevamente responder más a una decisión de índole política que a la búsqueda del cumplimiento de los estándares que asegurarían el buen funcionamiento de la Unión Europea.

Si bien la economía griega creció durante el gobierno militar, su desempeño estaba por debajo del promedio de los nueve miembros de la Comunidad Europea. Sin embargo, Grecia —la cuna de la civilización occidental— tenía que ser parte del proyecto ya que se encontraba en el centro de la definición “europea”. Además, había que aprovechar el impasse semidemocrático establecido con Costas Karamanlis para generar un andamiaje institucional que hiciera imposible el regreso de los militares. Cabe señalar que este mismo argumento —que veinte años más tarde retomó la Unión Europea como factor primordial para incorporar a los países exsocialistas— tuvo mucho peso a la hora de valorar las incorporaciones de España y Portugal.

Pese a que muchos señalan al agotamiento del Estado de bienestar como una de las razones principales de la debacle griega, lo cierto es que este modelo se comenzó a poner en marcha hasta mediados de la década de 1970 y su grado de cobertura no fue tan amplio. La falla podría encontrarse más bien en el proceso de “europeización”, como se le conoce a los cambios sociales, políticos y económicos generados a partir del momento en el que un país se convierte en miembro con plenos derechos de la Unión Europea. En Grecia esta transformación significó sobre todo modificaciones en su política exterior, obviamente volcándose hacia el multilateralismo. El retiro de las tropas griegas de la estructura militar integrada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), más que un rompimiento con Estados Unidos, intentaba dar señales de diversificación.

Sin embargo, estos cambios no ocurrieron en el ámbito económico y administrativo. De hecho, un análisis contrafactual, publicado en la página del Centro para la Investigación Económica y Políticademuestra que Grecia es el único miembro que, de no haber entrado a la Unión Europea, tendría un mayor PIB per cápita, principalmente debido a la falta de competitividad de sus principales sectores productivos. Esto convierte a Grecia en el país que menos provecho ha sacado de su adhesión. Otros autores como Michael M. y Theodore P. argumentan que la persistencia de la corrupción y las malas prácticas administrativas son fuertes razones que podrían ayudar a explicar mejor la burbuja económica de aparente crecimiento que reventó en 2008. En este sentido, habría que valorar hasta qué punto las autoridades europeas solaparon esta ineficiencia.

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La crisis pegó fuerte a Grecia porque era el país más endeble, sobre todo en términos institucionales. Sin embargo, la historia y la geografía volvieron a recuperarse como fuertes argumentos cuando se trató de ponderar su posible rescate. Como se mencionó anteriormente, Grecia y Rusia tienen lazos históricos estrechos pero, bajo el cariz de la crisis, esta relación toma un nuevo significado: es moneda de cambio. El año pasado, en el marco de la cumbre de la OTAN, Estados Unidos comenzó negociaciones para la instalación de una segunda base militar en Grecia, a lo que la Coalición de Izquierda Radical, Syriza obviamente se opone. A esto se suma el hecho de que, el mismo día en que los ministros de economía de la Unión Europea se reunieron para decidir el futuro de Grecia, el primer ministro Alexis Tsipras visitó a Vladimir Putin. Por otro lado, pese a que los resultados se verán a muy largo plazo, seguramente algunos funcionarios europeos están considerando el papel de Grecia como parte del proyecto del gasoducto Trans Antolia (Tanap) que transportará gas desde Azerbaiyán hasta Italia, pasando por Turquía y Grecia.

Finalmente, la posibilidad de la salida de Grecia de la eurozona sentaría un precedente peligroso, tal como lo estableció cuando fue admitida por razones políticas más que económicas. Ahora hay muchos más elementos políticos en juego, desde la reputación de la Unión Europea hasta la organización que privilegia la negociación hasta las presiones de índole global como las cuestiones de seguridad ante la sombra del Estado Islámico que se cierne sobre Europa y las aspiraciones expansionistas de Rusia. Además habría que incorporar el papel de actores fuera de marco institucional de la Unión Europea, como la OTAN.

Cabe entonces preguntarse, ¿en qué medida los programas de rescate han sido motivados por estas variables geopolíticas más que por razones puramente de eficiencia económica?

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