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La fatalidad de la guerra siria

AP

avatarDefault Marta Tawil Kuri

Julio 2015

A fuerza de rehusarse al diálogo y a las concesiones, que para él equivalen a renunciar a su poder y su autoridad, el presidente sirio Bashar al Assad ahora “gobierna” un país en ruinas. Después de 4 años de un ciclo de revuelta popular no armada, de represión indiscriminada y masiva, de insurrección armada, de guerra civil y de injerencia extranjera (por parte de Irán, Hezbolá, las petromonarquías del Golfo, yihadistas sunníes, etcétera.), el balance es escalofriante : 210 000 muertos —de los cuales 75 000 son civiles—, 130 000 “desaparecidos” —por la brutalidad de las fuerzas de seguridad del régimen—, 5 millones de desplazados al interior de Siria y 3.5 millones de refugiados fuera de las fronteras del país, que huyen hacia los vecinos inmediatos Irak, Jordania, Líbano y Turquía. Para entender mejor la dimensión de esta tragedia, hay que recordar que en 2011 la población siria se estimaba en alrededor de 23 millones de personas. Más aún, el régimen sirio también ha perdido el control de los pozos petrolíferos que antes de la guerra producían 380 000 barriles de crudo al día y reportaban el 25% de las exportaciones. El desempleo se disparó al 70% entre 2010 y 2014. En ese mismo periodo, el PIB ha pasado de los 60 000 millones de dólares a los 23 000. Las infraestructuras económicas de Siria han sido destruidas y sus sistemas de salud y educación están devastados.

En mayo de 2011 Europa decretó sanciones contra el régimen de al Assad, que endureció a partir de entonces. Pero, dado que Siria se encontraba ya bajo sanciones estadounidenses parciales desde 2003, las medidas comerciales y bancarias europeas solamente reforzaron los mecanismos que alimentan a las finanzas del régimen. Así, el contrabando con Líbano rápidamente reemplazó a las importaciones oficiales, lo que benefició financieramente a los servicios secretos que controlan su engranaje. Los bienes de las figuras del régimen fueron decomisados sin transparencia alguna. En consecuencia, las sanciones contribuyeron de manera perversa a debilitar a la oposición, haciendo la vida de la insurgencia mucho más difícil y dependiente de la ayuda externa.

Reuters / Benoit Tessier

En marzo de 2013, ante la ausencia de un mecanismo que evaluara el impacto de las sanciones aplicadas desde 2011, la Unión Europea decidió autorizar a la “coalición” de la oposición siria a vender petróleo bruto, lo que desató naturalmente luchas internas entre sus diferentes componentes armados para controlar los pozos. Esa decisión controvertida autorizaba igualmente a los miembros de la Unión Europea a comprar o extender su participación en las empresas en Siria involucradas en el sector de la industria petrolera, de exploración, producción o refinación.

Además de la ayuda que ha recibido, al Assad tiene una alta tolerancia a la brutalidad y nada sugiere que ha dejado de ser un actor racional. La realidad desafortunada es que, ante la falta de una amenaza de acción política y militar externa creíble, el Presidente sirio no ha tenido un incentivo real para detener la masacre de su población. Más aún, las repercusiones para el entorno de Siria y de la seguridad internacional son graves.

Consecuencias del desastre

La dimensión regional de esta tragedia confirma sin duda la importancia de la geopolítica y el motivo por el que resulta tan difícil a los gobiernos vecinos disociarse de los acontecimientos en Siria. Tomemos simplemente el caso libanés. Muchos esperaban que Líbano aprovechara las manifestaciones que comenzaron en Siria en marzo de 2011 para consolidar la independencia que recuperó en 2005. Sin embargo, la política de neutralidad libanesa no ha logrado proteger al país de la crisis siria, especialmente mientras esta se convierte en una crisis regional. Su problema se explica por el tamaño y la posición geográfica de Líbano, así como por las características de su sistema político, definido en el Pacto Nacional de 1943, que hacen a este pequeño y dividido país depender del exterior.

Al analizar el proceso de contagio, uno encuentra una variedad de vínculos antiguos, intereses sólidos y redes activas entre ambas entidades que perduran no obstante la separación que Francia, la potencia mandataria, creara en 1920. Los problemas son múltiples: la porosidad de la frontera sirio-libanesa, los costos y beneficios económicos de que implica la crisis siria para Líbano y su pretensión de distinguirse del autoritarismo de países vecinos, en particular del régimen baasista de Siria, así como el papel que se espera que desempeñe el ejército libanés para defender la unidad del país.

Amnistía Internacional

Cuando Azraq —uno de los campos de recepción de refugiados sirios con capacidad para 130 000 personas— abrió sus puertas en abril de 2014 en el desierto de Jordania el gobierno jordano y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) anunciaron que se convertiría en uno de los campos de refugiados más poblados del mundo. Un año después, este se encuentra prácticamente vacío, con apenas cerca de 19 000 refugiados. Las hirvientes temperaturas del verano, los recurrentes problemas de electricidad y los desorbitados precios de los alimentos han alejado a los sirios. A pesar de los esfuerzos de agencias internacionales y de organismos no gubernamentales, la mayoría de los 1.4 millones de refugiados sirios en Jordania —630 000 de los cuales tiene registrados la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR)— prefieren buscar suerte en áreas urbanas que en campos de refugiados.

Ninguna potencia ha realmente ejercido presión para que aumente la ayuda a los países receptores de refugiados. Turquía ha tenido una de las respuestas más organizadas si se le compara con la de los otros países receptores de refugiados sirios, pero la situación en el terreno terminó por superar las capacidades de Ankara. Esta no ha podido evitar los costos sociales, políticos y económicos de la llegada masiva de refugiados. La ayuda financiera y logística internacional es vital para que Turquía y otros Estados puedan lidiar con este continuo flujo de sirios que buscan escapar de la violencia en su país. Lamentablemente, hasta ahora el apoyo internacional ha llegado a cuentagotas, como en su momento lo pudieron constatar con grandes aprietos los gobiernos de Jordania y Siria ante la llegada masiva de refugiados iraquíes a sus territorios, luego de la invasión y ocupación estadounidense de 2003.

También países del norte de África como Egipto y Túnez viven las secuelas de la guerra siria. Este conflicto se ha prolongado porque las fuerzas revolucionarias sirias desde el inicio tuvieron no solo que enfrentar la barbarie del régimen, sino también se vieron en la necesidad de deshacer los nudos de injerencias y alianzas extranjeras del régimen del Baath, en los que se cuentan involucradas también las potencias occidentales.

Si bien es cierto que el factor geopolítico es ineludible para explicar la evolución de la crisis siria, la dimensión humana no debe aparecer en segundo plano, y, sin embargo, así ocurre. La obsesión por los juegos de poder en el plano geopolítico para explicar estas crisis se ha vuelto fácilmente propaganda e instrumento de política interna y exterior de Siria así como de actores regionales e internacionales. El aturdimiento de los medios de comunicación, la inmovilidad de las instituciones internacionales, los organismos regionales y los gobiernos, han contribuido a alejar las miradas de los analistas y de la opinión pública en general de la dimensión humana de esta tragedia, de la cual las grandes olas de desplazados cuentan una de las historias más fatales.

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