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El gobierno de Modi muestra una gran determinación con respecto a sus principales objetivos exteriores: maximizar los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos con los Estados de su periferia; consolidar la nueva asociación con EE UU y reequilibrar la relación con China.

La realización del siglo de Asia –señaló el primer ministro chino el pasado mes de mayo– depende de la cooperación entre China e India”. Aunque Li Keqiang no hizo sino repetir el mensaje lanzado por su antecesor, Wen Jiabao, en 2005, el contexto ya no es el mismo para Pekín ni para el resto de la región. Durante los últimos 10 años, la consolidación del peso económico y estratégico de China se ha convertido en la principal variable de la dinámica de transformación regional.

Durante las próximas décadas, coincidiendo con la gradual desaceleración del crecimiento chino, India será un factor no menos relevante del equilibrio asiático. La demografía –la mitad de su población de 1.250 millones tiene menos de 25 años, y un tercio menos de 36– y el efecto acumulado de las reformas emprendidas desde principios de los años noventa anticipan su ascenso, pese a los considerables obstáculos internos. Se estima que India, en la actualidad novena economía mundial, ocupará la tercera posición hacia mediados de siglo, tras China y Estados Unidos, y será la segunda en 2060, fecha en la que –según la OCDE– representaría cerca del 20 por cien del PIB global. Para el National Intelligence Council de EE UU, India será la mayor economía del planeta hacia finales de siglo. Ese previsible crecimiento se traducirá asimismo en el desarrollo de sus capacidades militares –además de potencia nuclear, India es el mayor importador mundial de armamento– y en una creciente influencia geopolítica.

Ambiciones nacionales, intereses económicos y necesidades de seguridad exigen de India una redefinición de su identidad global; un reto que el primer ministro, Narendra Modi, parece haber asumido con especial entusiasmo. Superando la tradición idealista nehruviana, la inercia anticolonial y unos escasos recursos diplomáticos que han limitado durante décadas el margen de maniobra indio en el escenario internacional, tras solo un año en el poder, Modi ha logrado una extraordinaria visibilidad para su país. Sin romper con la dirección marcada por sus antecesores, su gobierno ha mostrado una mayor determinación respecto a sus principales objetivos exteriores: maximizar los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos con los Estados de su periferia; consolidar la nueva asociación con EE UU; y reequilibrar la relación con China. Los problemas estructurales internos empujan a India a integrarse con el resto del continente, mientras que el ascenso de la República Popular y la rivalidad entre Washington y Pekín demandan un reajuste de su política de seguridad.

Sus intereses económicos y estratégicos escapan pues a los límites de Asia meridional, a la vez que el doble proceso de globalización y multipolaridad refuerza el interés de las potencias de la región por India. EE UU aspira a hacer de India un elemento central de su política de reorientación hacia Asia, y otros  Estados también opuestos a una posición de dominio chino –como Japón, Australia o Vietnam–, están acercándose asimismo a Delhi. Como consecuencia, Pekín se ve obligado a prestar atención a India más allá de su estricta relación bilateral. Esta creciente interconexión entre el Pacífico occidental y el océano Índico –en la esfera diplomática como en la económica– es una de las fuerzas que, de manera apenas percibida por Occidente, están reconfigurando la región. Bienvenidos al mundo del “Indo-Pacífico”.

‘Make in India’

India no podrá hacer realidad su ambición de desempeñar un mayor papel en el desplazamiento del poder global hacia Asia, sin lograr la transformación de su economía. “Una economía fuerte, suele decir Modi, es el motor de una política exterior eficaz”, vinculando de manera directa las prioridades de su diplomacia con su plan de revitalización del crecimiento. Make in India es el lema con el que ha definido su propósito de convertir India en un gran centro industrial, mediante la atracción de inversiones y tecnologías del exterior.

EE UU y la Unión Europea forman parte de sus expectativas, aunque el futuro económico de India depende en gran medida de su capacidad para sacar el máximo partido a las oportunidades que ofrece su periferia. En su entorno más inmediato, el subcontinente indio, Delhi trata de minimizar los problemas de seguridad y neutralizar la influencia china, intentando ganarse la confianza de sus vecinos y propiciando la apertura de una de las regiones menos integradas del mundo. Pero es en Asia oriental donde se encuentran los socios que permitirían a India solventar su déficit industrial y de infraestructuras, atender la demanda de 12 millones de empleos anuales, y dar el salto tecnológico que requieren sus ambiciones como gran potencia.

El sureste asiático fue objeto de la Look East policy; una iniciativa puesta en marcha por el gobierno de Narasimha Rao en 1992, que evolucionaría gradualmente del terreno comercial al de seguridad, y de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean) al noreste asiático y Australia. Pese al innegable éxito de esta política, Modi persigue una proyección aún mayor y, en noviembre de 2014, denominó su aproximación al continente como la Act East policy. Delhi tiene como objetivo que su comercio con la Asean alcance los 100.000 millones de dólares en 2015 (y duplicarlo en 2022). Los intercambios con Japón se sitúan en torno a los 20.000 millones de dólares anuales, mientras que con China –mayor socio comercial de India desde 2009 –se superaron los 65.000 millones de dólares en el año fiscal 2013-14. Más allá del comercio, la Asean y las tres grandes economías del noreste asiático –Japón, Corea y China– son decisivas para la modernización de India.

Con respecto al sureste asiático, el anterior gobierno indio ya había hecho hincapié en el objetivo central de la conectividad. Se trata de romper el aislamiento de los Estados del noreste y proporcionarles un acceso directo con Asia oriental a través de Birmania. Para las empresas indias resulta vital asimismo involucrarse en las redes de producción de la Asean; un esfuerzo que facilitará su acceso a nuevos mercados, a materias primas y recursos energéticos, además de ampliar su base industrial. El acuerdo de libre comercio entre ambas partes de 2009 y el de servicios e inversiones, concluido este mismo año, está teniendo un importante efecto de atracción de capital, como revela el hecho de que Singapur, donde operan varias miles de compañías indias, se haya convertido en el segundo mayor inversor extranjero en el país.

Si la integración en las redes de la Asean puede facilitar su proyección exterior, Japón, Corea y China cuentan con una gran liquidez financiera, y un interés en diversificar sus activos en el exterior. Japón ha comprometido inversiones por valor de 35.000 millones de dólares en infraestructuras y desarrollo energético durante los próximos cinco años, inversiones que se concentrarán en los dos grandes corredores industriales de Delhi-Mumbai y Chennai-Bangalore. Japón proporcionará asimismo apoyo técnico y financiero para la construcción de un tren de alta velocidad entre Ahmedabad y Mumbai. Por sus dimensiones, recursos naturales y costes salariales, India es para las empresas japonesas una atractiva plataforma desde la que poder producir para los mercados de Asia, evitando los riesgos políticos que pueden plantearse en China.

No obstante, es esta última quien en mayor grado puede contribuir al desarrollo de las infraestructuras y del sector industrial que necesita India. Durante la visita del presidente Xi Jinping a Delhi en septiembre de 2014, China se comprometió a invertir 20.000 millones de dólares, incluyendo líneas ferroviarias y la construcción de dos parques industriales. Durante la reciente visita de Modi a Pekín, se firmaron acuerdos con empresas chinas por valor de 22.000 millones de dólares en cinco años, incluyendo sectores como energías renovables, puertos y finanzas. Pese a la inevitable competencia geopolítica entre ambos países, estas inversiones representan un giro cualitativo en las relaciones bilaterales, y se espera que, además de crear empleo y modernizar el sector productivo, contribuyan a corregir el persistente déficit comercial indio con China.

Para la República Popular, que se acerca a una etapa de menor crecimiento y cuya economía afronta un exceso de capacidad, India adquiere un especial atractivo. Por su doble dimensión, continental y marítima, la cooperación de India resulta además determinante para el éxito de la iniciativa de las nuevas Rutas de la Seda; un visionario proyecto que pretende interconectar China con Europa, Oriente Próximo y África, y que tiene el potencial de reconfigurar el mapa geopolítico de Eurasia e, incluso, la economía mundial. Las reservas del gobierno indio en las intenciones últimas de Pekín han impedido hasta la fecha una decisión sobre su participación, sin perjuicio del activismo que también ha mostrado Delhi en la esfera multilateral.

Un importante aspecto de la nueva identidad asiática de India es, en efecto, su papel en las instituciones regionales. La insuficiente apertura de su economía al crearse el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en 1991, explica su llamativa ausencia de este proceso al que, no obstante, ha presentado su candidatura de adhesión. India entró en cualquier caso a formar parte del proceso regionalista al convertirse en socio formal de la Asean en 2002 y participar en el lanzamiento de la Cumbre de Asia Oriental (EAS) en 2005, quizá el hecho que de manera más rotunda marcó su reconocimiento como potencia asiática. Su no pertenencia al APEC complica su eventual inclusión en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, en inglés), iniciativa impulsada por EE UU y en la que de momento tampoco participa China. Sin embargo, sí forma parte de las negociaciones de la Asociación Económica Regional Integral (RCEP), junto con la Asean y sus seis dialogue partners (China entre ellos). Con la conclusión de este acuerdo, India obtendrá acceso preferencial a 15 mercados, dando un salto de gigante en su integración con las economías de Asia oriental.

India es miembro fundador, por otra parte, del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (AIIB), del Banco de Desarrollo de los Brics, cuyo primer presidente será un indio, y se espera su próxima incorporación formal a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), cuyo Banco de Desarrollo también financiará proyectos multilaterales de infraestructuras de interés para Delhi. Aunque los objetivos estratégicos chinos compitan con los suyos, India parece tener claro que la mejor manera de equilibrar la influencia de Pekín es desde dentro de las mismas instituciones. Ambos gigantes comparten, por lo demás, la ambición de reformar las instituciones de Bretton Woods y situar Asia en el centro del sistema internacional.

El orden del Indo-Pacífico

El mundo de la globalización y el cambio en el equilibrio de poder regional hacen de India un elemento fundamental en la reconfiguración del orden asiático. Como tantos otros Estados vecinos, India se encuentra en la situación de querer beneficiarse económicamente del crecimiento chino, reforzando al mismo tiempo su relación de seguridad con EE UU. Si mantener un equilibrio entre esas dos posiciones no es fácil, la complejidad resulta aún mayor para India. Por su peso demográfico y económico, su capacidad nuclear, sus recursos militares, y su doble proyección continental y marítima, sus decisiones tendrán especial relevancia.

Washington y Pekín compiten por la complicidad de Delhi y, esta, recurriendo a su declarada voluntad de autonomía estratégica, aprovecha para maximizar su propia posición y mantener todas las opciones abiertas. Modi no oculta su aspiración de consolidar el liderazgo de India y situarse sobre bases iguales con las otras grandes potencias en una Asia multipolar. No obstante, la propia dinámica regional parece encaminada hacia una situación ante la que India afrontará dos alternativas opuestas: constituir con EE UU y Japón una alianza de contraequilibrio de China –una posibilidad que Pekín hará todo lo posible por evitar– o implicarse con la República Popular en su proyecto destinado a rehacer el escenario euroasiático, con unos efectos directos sobre la transformación de su economía. La tercera opción, actuar unilateralmente para imponer un equilibrio regional favorable a sus intereses, no parece factible a medio y largo plazo.

Esta es la encrucijada en que se encuentra la mayor democracia del mundo. Su posición geopolítica y su influencia en el océano Índico –la ruta de navegación más estratégica del planeta– le obligan a definirse como potencia y adaptar su proyección exterior a las nuevas realidades en el mundo y en Asia. Es un proceso en el que Modi está dando importantes pasos, mediante la construcción de una nueva estructura diplomática orientada a facilitar la prioridad de la modernización nacional. Pero su pragmatismo no es compartido por toda la clase política. Mientras se forma un consenso nacional y se elabora un discurso sobre sus responsabilidades internacionales, la posición india dependerá, además de los cambios en su periferia, de que los gobiernos de turno primen la lógica económica, o bien la lógica geopolítica de sus intereses. Todos se esforzarán, eso sí, por asegurarse de que el siglo de Asia no sea sólo el siglo de China.

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