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Hace menos de 10 años, el mundo se congratulaba por haber hecho bien su tarea. Las rutas navieras internacionales más peligrosas, a través del estrecho de Malaca y el de Singapur, estaban bajo control después de años de audaces ataques piratas. Pero pronto surgió una amenaza mucho más peligrosa, con capturas más espectaculares y un incremento radical de los rescates: los piratas somalíes. Somalia, el Estado fallido por excelencia, posee una larga costa, una orilla sin ley y una afluencia continua de blancos vulnerables, por lo que reconstituye el sueño de todo bucanero. Los ataques han pasado del 16% del total mundial en 2007 a más de la mitad el año pasado, y no parece verse el fin, pese a los intensos esfuerzos internacionales para proteger los mares. Es muy difícil detener a los piratas actuales, y eso tiene mucho que ver con quiénes son: unas bandas en busca de rescates, que cuentan con patrocinadores financieros. No son los bandidos de la época de nuestros bisabuelos; utilizan GPS avanzados para seguir la pista a sus objetivos y llevan una abundante provisión de armas pequeñas. Ejercen su oficio en los espacios sin gobernar del mundo, y aprovechan a los funcionarios corruptos y complacientes que hacen la vista gorda.