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El abordaje cruento y chapucero de la marina israelí en la madrugada del 31 de Mayo es un acto de arrogancia internacional que no tiene sentido. Israel cayó en una trampa tan evidente como previsible pero su respuesta fue un acto violento e ilegal que rompe un difícil equilibrio estratégico en el Mediterráneo oriental en el cual Turquía representaba un elemento de estabilidad. El ataque a la flotilla humanitaria cataliza, además, la hostilidad de una gran mayoría de la opinión pública mundial, ya puesta a prueba por los hechos de la operación plomo fundido.