Por Luz Roca Gonzáles
Alumna de la Maestría en Psicología Comunitaria PUCP
A partir de la discusión alrededor del último texto de Judith Butler en la clase “Intervenciones comunitarias en conflicto armado interno y desastres” quisiera señalar algunos aspectos que me hacen reflexionar sobre nuestras violencias.
Butler (2010) sostiene que el cuerpo es un fenómeno social, con lo que reafirma que no está referido sólo a la persona sino que el ser humano lo es, en tanto está en permanente relación con su entorno, lo que por un lado, le da sostenibilidad pero también lo hace vulnerable.
Sabemos que los seres humanos somos dependientes, pero la autora va más allá de la dependencia de los primeros años de vida y de la familia, para subrayar que existimos con otros y por otros. Estos otros, pueden ser similares a “nosotros” o podemos encontrarlos “diferentes”, muchas veces esa diferencia es percibida como una amenaza. Esa percepción de amenaza en ocasiones hace que neguemos la naturaleza humana, por ejemplo, de algunos grupo étnicos percibidos como diferentes, y por tanto que neguemos la esencia de su ser humanos en igualdad de derechos. Ser diferente y amenazante, ubicaría a estos otros como vulnerables, ya que podemos negarlos, matarlos, destruirlos.
Organizamos nuestra existencia ligada a otros con quienes encontramos afinidad, que nos resultan reconocibles y que corresponden con nuestras nociones culturales de aquello que reconocemos como humano. Así, diferenciamos a las poblaciones entre (a) de las que depende nuestra vida y (b) las que representan una amenaza directa a nuestra vida, es decir, dejan de ser “vidas” para nosotros. Esto se agrava según Butler, cuando esta amenaza es vista como algo bárbaro o premoderno, pues, no lo hace reconocible como humano. Y por ello nos lleva a sentirnos poderosos, superiores.
A partir de estas premisas planteadas por Butler, podemos intentar analizar un hecho más o menos reciente y de amargo recuerdo en nuestro país: “El Baguazo”, ocurrido el 5 de junio del 2009. Días antes de los hechos de violencia, cuando ya la población awajun tomaba medidas de presión para que su situación se resolviera, el Presidente García se dirigió a esta población llamándolos ciudadanos de segunda categoría; pero no como reconocimiento a un hecho en particular sino ubicándolos en ese lugar, detrás de otros ciudadanos de primera categoría (urbanos, citadinos, costeños, etc.). La población nativa estaba defendiendo las tierras que ancestralmente les pertenece y al hacerlo obstaculizaban los intereses de las grandes empresas petroleras, García no defendía los intereses de todos los peruanos, tal vez los de algunos peruanos pero sobretodo, las de estos últimos: empresarios.
Las guerras, los conflictos y enfrentamientos, según Butler, vienen a ser el instrumento para eliminar al diferente, a aquel que convertimos en enemigo porque amenaza no solo nuestra vida sino también nuestros intereses económicos y políticos, y hasta intereses religiosos y culturales. En el caso del Perú, es necesario analizar un hecho interesante: los múltiples conflictos; nuestras guerras recientes son internas, los enemigos estamos dentro, viviendo como vecinos y hermanos pero tratando a la vez de diferenciarnos. Donde a veces somos mejores si nos parecemos al extranjero, al foráneo.
Así, el Estado que tiene el encargo de velar por la tranquilidad de los ciudadanos, de su sostenibilidad (en términos de Butler), se convierte en un Estado intolerante, que es indiferente hasta que la insatisfacción y frustración de los pobladores se empiece a expresar y estos pobladores se conviertan en los diferentes a los que hay que eliminar. Ello supone que si puedo matar al diferente, es porque no soy responsable por su vida (y porque me amenaza). Tomando en cuenta lo planteado por Butler, los gobiernos debieran asumir con más seriedad la responsabilidad por sus ciudadanos y ciudadanas, sin diferencias; ello cobra una tremenda importancia en un país tan diverso como el nuestro.
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